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La otra

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Blurb

Nadie espera acabar locamente enamorada de un hombre casado, muchísimo menos de él, Alejandro del Álamo, un Ceo muy importante en Francia, ya, si además resulta que es frío y cruel, rematamos mi historia.Me llamo Elisa, estoy al borde de cumplir los treinta, y así empezó la historia que me ha llevado hasta aquí, hasta el yate de Alejandro, hasta su cama...

Un amor tóxico y obsesivo que hará de mi vida una montaña rusa, donde primero seré suya en cuerpo y alma, para después no pertenecer a nadie, porque si te metes con gente poderosa, solo pueden pasar cosas malas, cosas muy malas.

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Mi vida antes de él
Me gustaban las camisetas anchas y cómodas, no me gustaba usar maquillaje, ni tampoco joyas y perfumes caros, era tan sencilla, tan normal, invisible para esas personas que cruzaban a mi lado por la calle, incluso para gente de mi oficina. Cada viernes quedaba con mi grupo de amigos, iguales que yo, tan tímidos y frikis, era nuestro círculo seguro, donde podíamos hablar de cualquier cosa, ser nosotros y usar nuestra camiseta favorita, así fuese de manga, o de Harry Potter. Pero desgraciadamente no podía permanecer en esa vida de adolescente, como toda mujer treintañera tengo gastos que asumir, y mi título en arte de poco me iba a ayudar. Mi sueño era trabajar en series, en películas, cualquier cosa hubiese valido, dibujos animados, cine, incluido llevar un café a un director mediocre, pero como ya he dicho, no es un mundo fácil, no sin padrino. He ido de contrato en contrato, camarera, ayudante de cocina, secretaria, repartidora, cajera..., he tenido innumerables trabajos, siempre esperando esa llamada que tanto soñaba, y que nunca llegó. Así llegué hasta él, de casualidad y por la baja de maternidad de su secretaria, una baja que cambió su vida, y la mía. Recuerdo muy bien la sensación al verlo, yo estaba sentada en frente al escritorio que sería mi mejor amigo esos meses, ya me había organizado todo el papeleo y tareas de ese día. Levanté la cabeza y lo vi, tan alto, sensual y atractivo que se me cortó el aire, me empezó a temblar el pulso, las gotas de sudor caían por mi frente, por mi pecho y mis sobacos, aunque tal vez eso era porque hacia un calor infernal ahí dentro, pero dudo mucho que la humedad en mis bragas tuviese algo que ver con la temperatura de la oficina. —A mi despacho —me dijo muy serio mirándome de arriba a abajo, al menos lo que el escritorio le dejó ver, y para mi pesar, después puso una mueca de desaprobación y desprecio. —Voy —susurré intimidada según me levantaba tirando todo a mi paso. Se giró y volvió a realizar la misma mueca, asemejo el color de mis mejillas a esos pimientos tan rojos que no estás segura si son reales o de plástico. Entre deprisa en su despacho, lo observé bajo mis gafas negras, y como no, cómodas, sentarse y abrir la carpeta sobre su mesa, también me deleite con el movimiento de sus brazos, que aún debajo del traje se podía ver que eran fuertes. —Elisa Argal Caballero —empezó a leer —.Veo que no has estado más de un año en ningún trabajo, ¿a qué se debe? —me preguntó sin levantar la vista. —Aún estoy buscando algo en lo que quiera quedarme —le respondí evadiendo la verdadera respuesta, la que le contaría más de mí de lo que yo quiero. —¿Qué buscas? —Lo siento, pero eso es personal, estoy aquí para cubrir una baja, no debería ser importante si quiero quedarme o no... —le respondí firme y un poco enfadada por su curiosidad, sobretodo porque sé que en realidad poco o nada le importa. Pero entonces, levantó la vista y me miró, esa seguridad y firmeza se evaporó en el aire, así como si fuese el vaho de un vaporizador que acaba desapareciendo. —Le he hecho una pregunta, señorita Argal —dijo muy serio. —Y yo le he respondido —contesté intentando no tartamudear. Se puso de pie y se acercó a mí, tanto que podía oler su caro y varonil perfume. Cada vez se pegaba más a mí, empecé a retroceder hasta tocar la pared con mi espalda, me aprisionó. —A menos que quiera el despido inmediato, le sugiero que mantenga esa boquita bajo control, no me gusta que me lleven la contraria —me dijo muy serio mientras miraba fijamente mis labios, algo que no entiendo, ya que su primera mirada había sido de desprecio. —Ya entiendo cómo funcionan las cosas aquí, no será necesario que me lo repita, se lo aseguro —le respondí con toda la intención de molestar. —Así me gusta, ahora se buena y traiga un capuchino, acuérdese cada mañana de tenerlo listo para cuando yo llegue —respondió en cambio, soltándome y volviendo a su sitio. —Sí, señor —contesté con sorna y falsa diligencia. Al salir de su despacho me tome unos segundos para recuperar el oxígeno que me había robado, y también para volver a un estado adecuado a la situación, en la que el erotismo nada tenía que ver. Fui a la cocina y le preparé el capuchino, tuvo suerte de que hubiese trabajado en tantos sitios, así aprendí a preparar muchas variedades de café, porque que yo sepa, una secretaria no tiene por qué saber hacer capuchinos. Al acabar se lo llevé a su oficina, llamé antes de entrar, aunque era tentador volver a estar tan cerca de él, también podía ser peligroso, no por perder el trabajo, más bien la cordura. Me estaba dando media vuelta cuando me llamó con un tono de voz desconocido. —¿Qué? —le pregunté intrigada. —¿De dónde es este café? —Lo he preparado yo, usted me lo pidió —le recordé. —Ya, pero cuando pido un capuchino, normalmente, mis secretarias van al Starbucks que hay a dos calles, no lo preparan ellas. —¡Oh, lo siento, no lo sabía, si quiere puedo...! —No, me gusta, es diferente, a partir de ahora solo tú me harás los cafés —me informa volviendo a sus papeles. —Como quiera —le digo entendiendo que ya debo irme. ¿Acababa de hacerme un cumplido?, sí, lo hizo, incluso creí ver una leve sonrisa en su preciosa cara, algo que no vi hasta mucho después. Mi contrato era de dos meses, pero la mujer a la que sustituía decidió que quería pasar más tiempo con su bebé, a ver, no la juzgo, al contrario, me parece genial, para mí es tiempo, pero no lo esperaba, pidió un año de excedencia, ¡un año junto a Alejandro! —¡Eli, ven a mi despacho! —me ordenó un día según llegó a la oficina. Que me llamase Eli me extrañó, apenas usaba mi nombre, señorita, señorita Argal, tú, eran mis nombres para él, así que no tenía ni idea de si era malo o bueno. —Usted dirá —le dije al entrar. —Cierra la puerta —me ordenó entonces. En mi mente esa fantasía había tenido vida una y otra vez, según yo lo había imaginado, me pedía que me desnude y me hacía el amor apasionadamente. —Va a llamar mi esposa, dile que he estado de viaje de negocios —me dijo entonces haciendo añicos mis sueños húmedos. —¿Qué? —Mi esposa, Laura, alguien le ha dicho que me ha visto en un bar, y yo le dije que me iba un par de días de la ciudad, va a llamar, siempre lo hace, debes mentirle. Enfurecí, por qué mentir, había estado enchochada con un hombre casado e infiel, y yo creyendo que sin ese ego de Dios, sería perfecto. —¡No!, ¡yo no tengo por qué mentir a nadie! —¡Por favor, Eli, te lo suplico, pídeme un aumento, vacaciones, lo que quieras, pero...! Sus ruegos quedaron cortados por el sonido del teléfono fijo sonando, lo miré cruzada de brazos, en ese momento vi algo distinto en él, tenía miedo, ¿de su esposa?, supongo que sus ojitos de cordero degollado, aún pudiendo ser pura fachada, me invitaron a hacerlo, cogí el teléfono, y mentí descaradamente a su esposa, incluso le di nombres de lugares y eventos inventados, fui muy convincente. Al colgar Alejandro parecía aliviado y agradecido. —No lo entiendo, ¿por qué la engaña si tanto le preocupa que se entere, si tanto la quiere. —No es asunto suyo, mejor no se meta, le agredezco la ayuda —contestó volviendo a su frialdad anterior. Sonreí con sarcasmo, toda la amabilidad, los ruegos, habían desaparecido, será cretino, pensé. —Me debe una, que no se le olvide —le dije saliendo de su despacho. Me quedé dando vueltas al asunto unos días, seguía sin entenderlo, es incomprensible, ¿por qué la engaña si teme tanto que se entere?, esa pregunta rondó mi cabeza mucho tiempo. Desapareció unos días, él no me dijo nada, me lo contó una compañera, se había ido de viaje con su esposa a Nueva York, no los envidié, no después de lo que vi, por muy ricos que fuesen, no parecían felices. Los días de ausencia fueron refrescantes, sin que mi corazón se alterase de repente, sin mi pulso temblando y mi ropa interior seca, lo agradecí. Quedé con mis amigos ese viernes, me reí como nunca, les hablé de Alejandro, aunque no les conté lo ocurrido, no soy quién para meterme en la vida de nadie, reconozco que también bebí, y es posible, que confesase lo que provoca mi jefe en mí. —¡Deja el trabajo, ese tipo parece peligroso! —me dijo Daniel, uno de mis amigos. —¡Uf, yo me muero por conocerlo! —comentó en cambio Iris, otra amiga, en ese mismo instante lo vi entrar al bar. —Pues me da que vas a poder hacerlo —le conté sin quitar la vista de él caminando directo hacia mí. —¿Qué?, ¿está aquí? —Aquí —repetí casi sin voz en cuanto estuvo plantado frente a mí. Sin previo aviso, me atrajo hacia él y me besó, no era suave, no, era brutal, tanto que podría haberme absorbido, me hubiese corrido si ese beso se hubiese alargado. Una de sus manos me sujetaba de la mejilla, y con la otra empujaba mi cadera dejándome muy cerca de su m*****o, estaba erecto, tan duro que podía sentirlo a través de su pantalón. Se separó muy poquito, lo necesario para mirarme a los ojos sin alejarse de mí, lo suficiente para que yo pudiese ver la oscuridad en sus ojos, ¿qué había pasado?, ¿por qué junto con el deseo estaba el sufrimiento? —Vámonos —me ordenó tirando de mi mano. Eso me molestó, aunque suene excitante, yo solo pensaba en una persona, Laura, su esposa, la destrozaría, y me mataría. —No, no voy con usted —me negué intentando ser fría, digo intentando porque estaba ardiendo. —Eli, por favor, ven conmigo, te necesito —insistió. —Ya he dicho que no, es libre de ser infiel con quiera, pero conmigo no, no puedo —me mantuve firme según una voz interior me gritaba con tono chillon, "¡solo una noche!". —Está bien, lo entiendo —aceptó al fin dando media vuelta y yéndose. Me sujeté a la barra para no caerme, aún tenía la sensación en mis labios de los suyos, sus ojos, parecían tristes, vacíos, no entendía nada, solo que si me hubiese ido con él, no me lo hubiese perdonado nunca. Mientras lo miraba alejarse una sensación de tristeza me invadió a mí también, como si con ese beso me lo hubiese contagiado, y aunque intenté con todas mis fuerzas seguir con el buen humor que habitualmente tengo con mis amigos, no pude, ese sentimiento se había adueñado de mí por completo, no podía dejar de pensar en él, en ese primer beso que más tarde supe que no sería el último, ni el más duro, con Alejandro viviría mucho más.

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