dos horas antes de que una pesadilla recurrente me arrancara del sueño. Eran las tres de la tarde. Me levanté, aún aturdida por las imágenes perturbadoras, y me puse a preparar la cena para Sofía y Antoni. Pero esa pesadilla, y las sombras que acechaban en mis sueños, eran solo el preludio de lo que estaba por venir: una verdad que se negaba a permanecer oculta.
Le ofrecí a Domini el pan con queso, jamón y refresco que había comprado, y comió. Luego, regresé al hospital. Este camino de ida y vuelta, de madurar a través del dolor y cargar con una sabiduría que el tiempo por sí solo no enseña, se había convertido en mi nueva realidad. Pero al llegar, me encontré con una escena que me llenó de alegría, sin saber que el destino me tenía preparada una despedida inesperada.
Con objecto de, quien llegó al hospital y vi a mi mamá mucho mejor. Con alegría, le dije a Dela que había encontrado todos los medicamentos y hasta un paquete extra de pañales. Le ofrecí dos panes que había preparado para ella y para mi madre, junto con un poco de refresco. Mientras comían, y yo alimentaba a mi madre, Dela dijo: "Me voy antes de que se me haga más tarde". Y justo cuando se disponía a irse, una figura familiar apareció, sellando un acuerdo insospechado.
Con el propósito que, el señor Nardo llegó saludando como de costumbre, y nos dijo: "Pasen rápido a verla, tengo una carrera que hacer". Preguntó por la primera cama, y le contamos lo sucedido. Le ofrecí un pan con refresco, que aceptó. Luego, le dijo a Dela que la llevaría, y ella, sorprendentemente, aceptó. Se fueron juntos. Me quedé perpleja; Dela, que se había mostrado tan reacia a él, ahora se iba con él. Solo mi madre y él sabrían la verdad de lo que había pasado entre ellos, un secreto que me roía por dentro.
Luego le, tuve que respetar la decisión de Dela, a pesar de las dudas que me asaltaban. Me puse a conversar con mi madre, siguiendo su ritmo en lo poco elocuente que era, cambiando de tema cuando veía que no recordaba. Después, le leí un rato hasta que se quedó dormida. Pero mientras lo hacía, los recuerdos de lo que había visto antes, los destellos y las sombras, me asaltaron, haciendo que conciliar el sueño fuera una lucha. Estaba tan pendiente de mi madre que casi me pego a su cuerpo para sentirla, buscando la calidez que no encontraba.
Ya, de repente, un frío intenso me despertó. Toqué a mi madre; su cuerpo estaba caliente, a temperatura normal. Intrigada, miré la cama del frente, la primera, y la vi vacía. Entonces, recordé las "cosas" que se habían movido a la izquierda, y giré mi mirada hacia allá. Lo que vi me heló la sangre: una persona completamente vestida de n***o, con capucha, muy cerca de la primera cama del lado izquierdo, y de ella emanaba un humo blanco, frío como el hielo, entre la cama y esa figura.
Por lo que, En ese instante, no sabía qué pensar. Intenté no darle importancia, razonando que el acompañante dormía plácidamente junto a la paciente, y que tal vez se trataba de un nuevo tratamiento. Me obligué a dormirme de nuevo, ya que esa figura nunca me dio la cara. Pero la imagen de la sombra encapuchada, y ese humo helado, se incrustaron en mi mente, presagiando una noche de terror que estaba lejos de terminar.
En ese instante, no sabía qué pensar. Intenté no darle importancia, razonando que el acompañante dormía plácidamente junto a la paciente, y que tal vez se trataba de un nuevo tratamiento. Me obligué a dormirme de nuevo, ya que esa figura nunca me dio la cara. Pero la imagen de la sombra encapuchada, y ese humo helado, se incrustaron en mi mente, presagiando una noche de terror que estaba lejos de terminar.
Para, No tardé en arrepentirme. A las 5:30 a.m., dos gritos desgarradores, seguidos de fuertes llantos, nos despertaron a todos, incluso a los otros pacientes. Otros familiares se acercaron, tocaron a la persona y fueron a llamar a la enfermera, que llegó de inmediato con el doctor y el camillero. Pero justo antes de que llegaran, Dela apareció por la puerta, completamente sorprendida por la situación. La tragedia se había repetido, y esta vez, el eco del dolor fue más intenso.
Con el objetivo, Dela entró y se dirigió a la cama de mi madre. Todos estábamos con lágrimas en los ojos cuando se llevaron a la señora fallecida. Mi hermana y yo fuimos a dar el pésame a la otra señora y al señor, el mismo que nos había ayudado a bajar a mi madre de la cama. Sus ojos estaban llorosos, pero nos recibieron con un "gracias", recogieron sus cosas y se fueron. Los recordaría siempre, a ese señor que, por ayudar a su esposa, tiraba una sábana al suelo y se acostaba allí, mientras su mujer se recostaba al lado de su madre. La pérdida de esa pareja, tan entregada, dejaba un vacío y una inquietud sobre el futuro.
Según, "Tenemos que seguir", dijo Dela, con voz firme. "Vamos a bañarla". Así que despertamos a mi madre cuando todo se calmó. La bajamos con la ayuda del otro señor y la sentamos en la silla. La empujamos al baño, la bañamos, vestimos, cepillamos la plancha, y yo misma me aseé en silencio. Limpiamos el baño y la sacamos hasta la cama. Dela me pasó la vianda para darle el desayuno, y mientras lo hacía, me preguntó algo que me dejó pensativa: "¿Le colocaron el nuevo tratamiento?". Y mi respuesta, un simple "sí", abrió la puerta a una nueva capa de misterio.
Luego, Dela me pasó mi propio desayuno. Comimos, pero la conversación giró inevitablemente hacia el asunto de la casa: la fractura familiar y la responsabilidad de los muchachos. Queríamos que mi madre opinara, que se sintiera incluida. Ella preguntaba por los niños, pero en medio de esa tensa normalidad, mi teléfono sonó, y la llamada de Duncan estaba a punto de desvelar una nueva y perturbadora verdad sobre la paciente recién fallecida.
Con, Duncan me llamó, y le aseguré que mamá estaba mejor. Él, como siempre, preguntó por su salud, pero fue cuando le dije que otra señora había fallecido esa mañana, en la primera cama del lado izquierdo, que su voz se quebró. "¡Ay, mundo!", exclamó. Y luego, me reveló un detalle escalofriante sobre la víctima: "Esa señora sí se quejaba... y preguntaba por uno de sus hijos que se había ido del país". Su comentario, en medio de la tragedia, me hizo comprender que el dolor en esa habitación era más profundo de lo que se veía.
Pero, siempre Duncan me contó que el hijo de la señora fallecida la llamaba por teléfono constantemente para tranquilizarla, una llamada que ahora nunca más se realizaría. El dolor de esa madre, separada de su hijo, flotó en el aire. Le dije que le pondría a mi madre al teléfono. Al hablar con él, María se veía contenta, pero la alegría era frágil. Yo me quedé con una certeza inquietante: si la sombra encapuchada que vi la noche anterior estaba relacionada con la muerte, ¿por qué se detuvo justo en la cama de la paciente que se quejaba por un hijo que no estaba allí?
Con el propósito de, le quite el teléfono a mi madre otra llamada. Era Duviyida, le Conte la terrible noticia de la paciente fallecida, y ella respondió con el mismo tono de resignación. Luego, le pase a mi madre el teléfono y también se le noto una alegría al hablar con Duviyida. Era conexión fugaz, un hilo.