DR. SMITH

1022 Words
CAP. 19 – Dr. SMITH El lago Cayuga, en su quietud nocturna, se convierte en espejo y en el único en quién confía el Dr. Smith. Está solo, mirando su reflejo como si fuera otro hombre, uno que aún pudiera absolverse. El agua no juzga, solo oye. Y él, vencido por el peso de su vocación, susurra verdades que nunca se atrevió a decir en voz alta: -Soy médico, y uno muy cobarde. Dejé a la esposa de Elliot con su dolor, mientras el buscaba consuelo en cuerpos extraños, en caricias que lo aliviaban, aunque solo encubrían. Y nunca dije nada. Permití el sufrimiento de esa mujer anónima, su soledad, el abandono a que fue sometida, por su propio esposo. En quién creyó, a quién habrá amado… Las palabras caen como rocas en el agua, pero no hacen olas. Solo Emma, oculta entre las acacias, las recoge una a una, como quien junta cristales destrozados con las manos desnudas. Ella no se mueve, ni se estremece, para no ser descubierta. Porque hay confesiones que precisan ser dichas antes de ser castigadas. Y el lago, testigo silencioso, guarda el eco de una falta que ya no puede esconderse. Emma no buscaba saber. Solo quería oler el lago, ver a Noah dormido, sentir que el domingo bajaba su telón con ternura. Pero las palabras del Dr. Smith, como cuchillos envueltos en murmullos, llegaron hasta ella. ¿Confesión sin testigos? Excepto por el agua… y por ella. -La dejó sola. La esposa de Elliot. Mientras él atendía a sus queridas, ella se apagaba sin que siquiera la mirara. Emma no lograba moverse. El cuerpo le ardía, como si el lago se hubiera encendido desde adentro. Ni siquiera el peso de Noah, inerme y tibio como un recuerdo feliz, logró doblarle el alma. Porque hay sufrimientos que no se negocian, y hay verdades que requieren justicia. Emma por fin pudo alejarse, lento, como quien carga una sentencia en la espalda. Pero sus pasos, al hacerlo, dejaron rastros que el lago no pudo borrar. El domingo culminó, y con él, la inocencia. Porque si nadie va a llorar por esa mujer, ella lo hará. Y si nadie va a actuar, ella será quien rompa el silencio. Mrs. Betty, la vecina de ojos tan pálidos que parecen haber visto demasiado, escucha a Emma sin interrumpir. Solo asiente, como quien registra el dolor en otra mujer. Emma le comenta todo: la confesión del médico, la apatía de Elliot, el peso de saber y no poder dejar de lado. Betty no parece sorprendida. Ella siempre supo que Elliot no era más que un cazador ambulante, lleno de promesas rotas y amantes sin mote. Lo que nadie sabía, es que Betty también guarda secretos bajo su jardín. -A veces, mi querida niña, -dice Betty, -la justicia no llega por mensaje. Hay que cavarla. - Emma la mira. Sabe que la pala debe volver a aparecer. Emma será quién la sostenga y Betty quién la bendice. El paraje The Silent se dispone. El lago Cayuga, testigo mudo, sospecha que esa noche no será como las otras. Porque cuando dos mujeres se unen, el mundo trepida un poco, aunque ninguno lo note. El sitio rural donde vive Elliot parece ajeno al tiempo. Caminos de tierra, árboles que murmuran secretos, y esa casa preciosa escondida entre sombras, como si el bosque lo resguardara de las miradas del mundo. Aunque Emma ya no es del mundo. Es del silencio, de la noche. De la memoria que exige desagravio. Lo sigue sin apuro, como quien aprende de una criatura salvaje. Anota sus horarios, sus itinerarios, sus gestos. Sabe cuándo sale, cuándo retorna, cuándo se pierde entre los árboles para recibir a sus amantes sin nombre. El bosque, lejos de encubrirlo, lo revela. Cada rama que cruje, cada luz prendida, es una pista que Emma recoge con entereza. Ella no se acelera. Porque la justicia que se cocina lento es la que más profundo cala. Elliot no sabe que no le quitan ojo. No supone que su rutina, hecha de desidia y deseo, es ahora parte de un propósito. Emma camina abrazando la pala, y con la historia de una mujer moribunda quemando en el pecho. El bosque no la ataja, colabora, la ayuda. Porque hay territorios que comprenden cuando una mujer decide no dejar de lado. Elliot, en su cabaña del bosque, abraza a su nueva conquista como si el mundo no existiera. Ríe, musita, promete. No sabe que el bosque oye. No sabe que Emma ya está ahí. Y una moribunda, en otra habitación, oyendo todo. Emma ha seguido sus sendas, ha aprendido sus horarios, ha visto sus muecas vacías y sus caricias recicladas. Y ahora, con la pala en la mano, no vacila. No hay temblor en sus dedos. No hay sombra en su sentencia. Solo el eco de una mujer que está muriendo sola, y de un varón que jamás se detuvo a mirar. Elliot ni la ve. Está demasiado empapado en su juego, demasiado convencido de su impunidad. Ella se acerca como el viento, silencioso, ineludible. Y cuando la pala sube, no hay grito. No hay ruego. Solo el crujido de la tierra que se prepara para recibir. La nueva conquista escapa. El bosque enmudece. Y Emma cava, como ha cavado antes, con la certeza de que The Silent no olvida. El Dr. Smith se enteró por la brisa. Por el silencio repentino en el bosque. Por la forma en que el lago Cayuga dejó de reflejar su tristeza. Elliot ya no existía. Y aunque nadie lo dijo en voz alta, Smith comprendió. Emma había procedido. Con la precisión de quien no desconoce, con la fuerza de quien no indulta. El médico, que había confesado su culpa al lago, sintió algo impensado: alivio. Como si el acto de Emma le usurpara el peso que él no supo cargar. Entonces se permitió cerrar los ojos y dejar que el consuelo lo cubriera como una manta tibia al final del otoño. El lago Cayuga, a lo lejos, refleja la luna sin juicio. Porque en ese rincón del universo, la justicia tiene rostro de mujer.
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