Seis. “La audiencia”

2003 Words
WILL CLARK Tenía los nervios de punta. La presión por ambos bandos que tenía sobre mis hombros me hacía desear incluso querer vomitar. Me encontraba jugando con el desayuno frente a mí, sin siquiera querer probarlo. En solo tres horas sería la primera audiencia de Tania Roberts. Jamás me había sentido nerviosa ante una de esas audiencias, hasta ahora. —Venga, Will. Cómete el estúpido desayuno, que yo aquí no cocino para que se desperdicie la comida —farfulló Shio, mientras apoyaba sus manos sobre la isla de la cocina, quedando frente a mí. Negué con la cabeza, dejando salir lentamente la respiración. —No tengo hambre —ladeé la cabeza, dedicándome a mirar sus pequeños ojos marrones—, por cierto, ya llevas varias semanas aquí, no es como si me molestara tu presencia, hermanita, pero ¿Cuándo regresas a París? Sus labios se separaron, al igual a como lo hacían sus pequeños ojos, la observé titubear, mientras que hacía un puchero. —¿Me estás echando? —preguntó, con voz entrecortada. Me apresuré a negar con la cabeza, no me gustaba hacer sentir mal a mi hermana, tanto ella, como mis padres, lo eran todo para mí. —No, Shio. No lo tomes a mal, solo me causa curiosidad que lleves tanto tiempo aquí, pues sé que odias Estados Unidos. Puso los ojos en blanco, dejándose caer en la silla frente a mí. —Solo esperaré a que pasen estas audiencias y volaré a París. Deseo irme con la tranquilidad de que todo salió bien. Fruncí levemente el ceño, sin dejar de mirarla. Otra vez estaba ahí, aquella maldita preocupación por su parte. Aún me preguntaba cuándo iban a dejar de pensar que tratar de mantenerme dentro de una burbuja no era bueno, pues lo único que ocasionarían con ello, era hacer que me alejara más de ellas. —¡No me digas! Mamá también está detrás de esto —afirmé, mientras golpeaba mi frente con una mano. —¡No! Lo juro —se apresuró a decir, negando con la cabeza en repetidas ocasiones—, ni siquiera le he dicho que vas a estar al frente de una audiencia donde involucra el hijo muerto de lo que parece ser un senador corrupto —musitó, llevando ambas manos hasta su cabeza, donde se apretó el cabello con notoria frustración—, estoy segura que mi madre ya estaría aquí, prácticamente obligándote a abandonar el país. Tragué saliva con fuerza al darme cuenta que, probablemente Shio tenía razón. Mamá nunca aceptó que estudiara derecho, mucho menos que me convirtiera en magistrado, por lo que, probablemente enloquecería si llegase a enterarse frente a qué tipo de caso me encontraba. —Será mejor que me sigas guardando el secreto —le advertí—, es mi vida, es lo que elegí ser, por lo que, mi madre debería ya, de haberse hecho a la idea. Shio suspiró, pero al final, terminó asintiendo sin decir una sola palabra más. +++ Cuando fui presentado ante las partes que conformaban aquella audiencia, me sentí intimidado. Me sentía pequeño dentro de aquella gran toga azul que llevaba, la cual comenzaba a hacerme sudar… o los nervios eran los que provocaban en mí ese extraño sudor, no estaba seguro de ello. Subí al estrado y observé a los involucrados, a un lado, se encontraba el senador Lee, en compañía de su abogado y del fiscal; mientras que, del otro, estaba ella, una hermosa pelirroja que estaba lejos de parecer ser una asesina. Llevaba consigo un vestido n***o que le llegaba hasta sus rodillas, el cual se amoldaba perfectamente a su figura. Al ser de tirantes, dejaba ver un bellísimo y colorido fénix tatuado en su clavícula izquierda. Al subir la mirada hasta su rostro, pude contemplar una mirada llena de una mezcla de satisfacción y temor, era como si estuviese satisfecha de haber terminado con la vida de un hijo de puta, a la vez de estar temerosa al no saber nada acerca de lo que sería su destino. Me quedé en blanco, ni siquiera podía escuchar lo que el fiscal en ese momento comenzaba a decir, simplemente me había perdido en aquella mirada verde, mirada que se había clavado en la mía, al punto de pensar que jamás la olvidaría. Un extraño sentimiento se encendió en mí, el querer ayudarla. La sala se quedó de pronto en un profundo silencio, al punto que, debí de parpadear en repetidas ocasiones al ver que toda la atención de la sala estaba sobre mí. —¿Señor juez? —insistió el fiscal. —Oh sí, lo siento —me disculpé, ocasionando que algunos soltaran pequeñas risillas al ver que me encontraba distraído—, ¿Cómo se declara la acusada? —pregunté, dirigiéndome a la pelirroja que ahora estaba frente a mí. Ella sonrió, su mirada aún clavada en la mía. —Inocente —respondió, sintiéndose demasiado segura al decirlo. En ese momento comenzaron las quejas por parte del senador, quien comenzó a gritarle palabras como “Monstruo” o “Asesina” palabras que ni siquiera inmutaron, aunque fuese un poco a la acusada. Cuando al final logré controlar a los presentes, le di la palabra al fiscal, quien de inmediato comenzó a interrogar a la chica, quien, con cada respuesta, daba a entender que verdaderamente era inocente. Ella relataba los hechos de una forma muy natural, decía haber sido víctima de una amenaza por parte de un desconocido, al cual jamás le había visto al rostro. Contaba que, había sido obligada a echarse la culpa de un crimen que no cometió. Mencionó una larga y gran amistad que sostuvo con el fallecido durante tantos años, por lo que, hubiese sido incapaz de hacerle algún daño. Yo tenía el conocimiento de que ella verdaderamente era culpable, su propio padre me lo había confesado, el cual ahora se encontraba entre el público, soportando las ganas de reír al ver a su hija derramar lágrimas al contar todo el infierno que vivió tras la amenaza. No podía culparle, incluso yo trataba de ocultar la diversión que aquello comenzaba a provocarme, Tania Roberts no era más que una excelente actriz. Bajo esa fina piel de corderito en ese cuerpo de niña, lograba ver a un gran lobo feroz. El fiscal la atacó con preguntas, donde prácticamente la acusaba de asesina. Su abogado intervino en varias ocasiones, diciendo que sus acusaciones no tenían lugar. En cada objeción por parte de Shane Adams, Tania me lanzaba una mirada la cual podía leer con facilidad; la chica estaba disfrutando de todas las cosas terribles que el fiscal le decía, probablemente disfrutaba ver la desesperación que tenían la gran mayoría de personas en aquella sala, por encerrarla, así que, decidí darle aquel gusto, decidí alimentar su ego de chica ruda, por lo que, al final yo terminaba diciendo: —Denegada. Cada vez que denegué la objeción por parte de Shane, el senador me miraba y asentía en mi dirección, era como si el maldito bastardo me estuviese aprobando las decisiones que tomaba en aquella sala, cosa que me hacía cada vez más, desear terminar con aquella audiencia, donde al final, el veredicto que fuese a dar fuese a favor de Tania Roberts. Una hora después, di por terminada la primera audiencia. Shane dio su discurso, refiriéndose a Jeremy Lee como un joven que se aprovechaba de diversas jovencitas, violándolas y maltratándolas, por lo que, él mencionaba que probablemente había muchas personas que lo querían muerto. —¿Usted tiene pruebas ante esas graves acusaciones? —le preguntó el fiscal, deteniéndose frente a él, mientras que un oficial colocaba las esposas en las muñecas de Tania, justo al lado de él. Continué recogiendo los documentos que tenía sobre el estrado, prestando atención en ese pequeño grupo que se negaba a dar por terminado el día. Shane sonrió, viéndole fijamente. —Solo espera la segunda audiencia y lo verás —mencionó, antes de girarse ante su cliente—, cuídate mucho, Tania, que pronto haremos justicia —murmuró, antes de que el oficial se la llevara. A un costado se encontraba su padre, observándola de lejos. Noté como sus hombros subieron y bajaron ante una lenta respiración, ni siquiera quería imaginar cómo se sentía aquel hombre. Ver a su hija en prisión, debía de tenerlo viviendo en un completo infierno. Salí de la sala a paso seguro, deseaba llegar a mi oficina y quitarme aquella enorme toga que me hacía ahogarme del calor. El día para mí, ya había terminado, por lo que, solo deseaba subirme a mi deportivo y conducir sin rumbo fijo hasta que cayera la noche. Me adentré en mi oficina y cerré la puerta tras de mí, manteniendo mi ceño fruncido al ver otro completo extraño, sentado en mi silla. Aquello comenzaba a cansarme, era como si pasearse por mi oficina sin que yo estuviese presente, fuese la moda del momento. Traté de ignorar a aquel hombre, sabía que del todo no tenía que ver con los Roberts, por lo que, probablemente ahora estaba frente a alguien del otro bando. Me quité la toga y la dejé en el perchero, tomé una botella de Whisky y me serví en un vaso para después caminar hasta el ventanal. —No me quedaré mucho tiempo —le informé, para después llevar el vaso hasta mis labios y dar un largo sorbo, cerré los ojos, sintiendo como aquel líquido escocía mi garganta—, así que lo que tenga que decir, dígalo rápido. —Seré breve, no se preocupe —mencionó, lo sentí acercarse, se detuvo a una distancia prudente de mí—, solo tengo un mensaje para usted. Encierre a Tania Roberts de por vida, o aténgase a las consecuencias —su voz se sintió prepotente, amenazante, era como si con aquello me estaba dando una única advertencia—, que tenga una buena tarde, magistrado Clark. Lo escuché salir, por lo que poco a poco solté todo el aire que tenía contenido en los pulmones. Un enorme frío recorrió mi columna vertebral, al ni siquiera saber qué era lo que iba a suceder conmigo a partir del momento en que liberara a Tania Roberts. ¿Iba a morir? Un horrible miedo se instaló en mi pecho al ni siquiera saber qué era lo que debía de hacer. Si liberaba a aquella chica, probablemente al final, ambos íbamos a terminar muriendo en algún momento, y si la dejaba en prisión, de todas maneras, ella iba a terminar muerta, situación que probablemente no me iba a permitir tener una buena vida, al pensar que pude haber hecho algo para ayudarla y que no lo hice por miedo. Di un nuevo sorbo a mi bebida, dándome cuenta del por qué había sido el elegido para llevar ese caso; no le importaba a nadie en aquel tribunal, por lo que, si moría en el proceso, solo sería un daño colateral para ellos. Golpeé el borde de la ventana con mi mano, pensando en cómo carajos había llegado hasta este punto. Dejé el vaso a un lado, tomé mi chaqueta y después salí de la oficina de prisa. Los minutos que duré en llegar al estacionamiento, me parecieron eternos, en aquel momento solo deseaba subir a mi deportivo y conducir a gran velocidad para poder tranquilizar los fuertes latidos de mi corazón. Saqué mi teléfono y busqué el número de mi padre, en aquel momento, probablemente él era la única persona que podría entenderme. Llegué al vehículo y desbloqueé las puertas, cuando me senté tras el volante, mi padre tomó mi llamada. —Hola, Will —me saludó, con aquella voz llena de paz que solía tener—, Estoy solo, puedes hablar —me dijo de una vez, antes de que preguntara si mamá estaba a su lado. —Estoy metido en una horrible encrucijada; te necesito aquí conmigo… y pronto —argüí, para después salir a la carretera y comenzar a conducir sin rumbo fijo. 
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