El fuego en la chimenea de la sala crepitó como el susurro de un viejo consejero, arrojando sombras danzantes sobre los muros de piedra. Varis se acercó al ventanal, donde los cristales temblaban bajo el azote de la tormenta. Gotas de lluvia corrían por los vidrios como lágrimas de cristal, distorsionando la vista de los jardines del palacio que se retorcían bajo el viento. —Hasta que los dioses —y aquí hizo una pausa, sus ojos grises reflejando un relámpago distante— o quizás los demonios, decidan devolvernos a tu hermano... —Su dedo calloso trazó una línea en el vaho del cristal, dividiendo el mundo exterior en dos como un presagio—, este reino es tuyo, muchacho. Lucas alzó la mirada del mapa que estudiaba. El fuego jugaba en sus facciones, acentuando las sombras bajo sus ojos, las l

