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1425 Words
Kean El aire fresco y salado de la costa se mezclaba con el eco de una gran ciudad animada en la distancia. Desde las alturas, Drage y los hermanos contemplaban una ciudad floreciente al pie de una imponente montaña. En la cima se erigía una fortaleza robusta, sus murallas de piedra brillando bajo el sol de la tarde como una promesa de fortaleza y seguridad. A sus pies, los edificios se extendían en callejuelas llenas de vida, abarrotadas de mercaderes y artesanos de todos los rincones del reino. Los colores vivos de las banderas y las carpas comerciales formaban un mosaico animado, entremezclado con el verdor que crecía libremente entre las calles y los balcones. El mar próximo brillaba, reflejando el intenso cielo y un puerto amplio se destacaba en la costa, con barcos de todas partes amarrados, mostrando velas de diferentes colores y emblemas. Las aguas parecían casi demasiado azules, reflejando una vitalidad que hacía honor a la reputación de la ciudad como un centro de intercambio cultural y comercial. Drage, en su forma de dragón, volaba a gran altura, imponente y majestuoso, su sombra proyectándose sobre los tejados de la ciudad como un presagio de respeto y poder. Desde las calles, la gente levantaba la vista, observando su silueta con una mezcla de asombro y reverencia. Thalias, inclinado sobre el costado del dragón para tener una mejor vista, miró a Drage y habló con voz firme, apenas audible sobre el ruido del viento: -Ya hemos cruzado las rocas de marcaje del territorio del dragón dorado, Drage. Esto es su dominio. No podemos descender sin notificar primero al centinela que vigila el perímetro – El elfo levantó una mano, señalando a la distancia un conjunto de rocas monolíticas que, distribuidas a lo largo de la ladera, servían como límite visual del territorio sagrado. Drage asintió, su mirada aguda recorriendo el área que se extendía debajo de ellos. Su aliento era tan fuerte que parecía resonar en el viento y su presencia misma era suficiente para causar una ligera pausa en el bullicio de la ciudad. No obstante, se mantenía al margen de la zona que delimitaban aquellas rocas, esperando la señal de permiso para aproximarse a la fortaleza. - Envía mi señal - pidió al elfo quien se enderezó para sacar el sello de Drage mostrándolo hacia el castillo el que brilló pulsando varias veces. Altheas, quien permanecía en silencio, observaba también a su alrededor, atento a cualquier señal de respuesta desde el territorio dorado. El anciano no había sido criado por elfos por lo que los protocolos de comunicación y estos comportamientos eran nuevos para él. Momentos después, un destello en la ladera de la montaña, cerca de una torre de vigía construida con piedra reluciente, se hizo visible: el centinela del dragón dorado respondía al mensaje de Thalias con un reflejo, el cual ondeaba en el aire como una bandera de bienvenida. - Nos han concedido el paso, maestro. - informó Thalias - El centinela del dragón dorado nos permite acercarnos - Su tono llevaba una mezcla de alivio y respeto. Drage descendió lentamente, cuidando no quebrantar el aire ni espantar a quienes lo observaban desde abajo. Su vuelo firme y calculado parecía una coreografía cuidadosa, hecha para no incomodar a los habitantes ni a la seguridad del territorio. El dragón dorado no era solo un guardián del comercio y la prosperidad de ese lugar; era también el símbolo de equilibrio y paz en una región tan cosmopolita como aquella. La cercanía de Drage al suelo trajo consigo una reacción inmediata entre la gente del castillo. Algunos se inclinaban en señal de respeto, otros miraban expectantes y los niños señalaban con entusiasmo la majestuosa criatura que, por un momento, parecía pertenecer tanto al cielo como al suelo que pisaban. Finalmente, Drage y los hermanos aterrizaron en una explanada frente a la entrada, mientras un grupo de guardias y el centinela mismo se aproximaban para recibirlos formalmente. - Bienvenidos a nuestro territorio, maestro. Soy Luan (Significa: luz) - anunció el centinela, un hombre de porte elegante que portaba el emblema del dragón dorado en la mano para acreditar que era su centinela al tiempo que le entregaba una capa negra a Thalias para cubrir a Drage - El Señor del Comercio está al tanto de su llegada. El jefe del consejo nos avisó. - Gracias por recibirnos. - dijo Thalias - Mi señor desea ver al tuyo. - Síganme...Los guiaré. El centinela Luan los condujo a través de pasillos amplios y bien iluminados que, a cada paso, revelaban decoraciones en tonos dorados, con incrustaciones de piedras preciosas y elegantes motivos que evocaban la opulencia de un reino próspero. Al entrar al salón de audiencias, Drage notó cómo los rayos del sol se reflejaban en las paredes y el techo abovedado, cubiertos de filigranas doradas y esculturas que parecían capturar la esencia de las llamas. El mobiliario era de maderas finas y las telas de las cortinas y tapices que colgaban de las paredes eran de tonos cálidos y luminosos, cada pieza diseñada para impresionar sin llegar al exceso. Drage, sin ocultar una sonrisa irónica, se giró hacia el centinela Luan, quien se mantenía erguido junto a él y preguntó con una mirada aguda. -Dime, Luan, ¿Acaso el dragón dorado ha abandonado su cueva para tomar esta fortaleza como su nido? - Su voz resonaba con un tono divertido, la curiosidad genuina asomando en sus ojos, pues la vida en cueva era algo tan natural para él que esta exhibición palaciega le parecía un misterio fascinante. Luan, sin inmutarse, sonrió de vuelta con respeto, casi cómplice y asintió con tranquilidad antes de responder. - Así es, Excelencia - su tono era formal, pero había una pizca de calidez en él - Nuestro dragón dorado, para adaptarse mejor a las necesidades de su compañera, ha hecho del castillo su hogar principal. Su unión con ella ha cambiado muchos aspectos de su vida; ya no habita en la montaña o en la cueva, sino que comparte este lugar con ella, asumiendo una forma humana la mayor parte del tiempo. La cercanía al comercio y el intercambio cultural también es crucial para él. Drage entrecerró los ojos y un destello de interés cruzó por su rostro, su curiosidad evidente. Para él, los días de paz y descanso siempre habían sido en la seguridad de una cueva, rodeado por las sombras y el silencio de la montaña. El concepto de vivir en un lugar tan expuesto, tan lleno de humanos y con semejante lujuria de detalles, le resultaba casi incomprensible a pesar de que adoraba las cosas brillantes y los tesoros. - Curioso… Muy curioso - murmuró Drage, observando cada rincón del salón, su atención enfocándose en los detalles dorados y en las tallas que emulaban llamas danzantes, casi como si el fuego estuviera vivo - Para mí, una cueva siempre ha sido suficiente. Las piedras, el eco del viento, la profundidad del silencio - Se giró hacia Luan, sus ojos reflejando una mezcla de incredulidad y fascinación - No creí que un dragón pudiera adaptarse tanto. ¿Acaso le es cómodo vivir así? Luan asintió con una leve inclinación, mirando a Drage directamente. - Para él, la comodidad se redefine al compartirla con su compañera y la paz que encuentra aquí es más grande que cualquier tesoro en soledad - explicó Luan, con un dejo de sinceridad que sorprendió a Drage - Su pareja es humana y, aunque vuestra forma natural le resulta imponente, prefiere la calidez de un hogar donde puedan convivir con más armonía. Drage soltó una suave risa, una mezcla de diversión y asombro. - Entonces, ¿Todo esto…? - señaló las decoraciones, los detalles, el ambiente refinado del salón - ¿Es también por ella? - Así es - respondió Luan, sonriendo - Aquí es donde ella se siente segura y por ella, él ha aprendido a verlo como su propio refugio también. Tal vez, en algún momento, usted también encuentre que la comodidad cambia su forma cuando hay alguien más por quien adaptarse. La risa de Drage se apagó y una expresión de reflexión cruzó por su rostro, como si las palabras de Luan hubieran dejado una impresión inesperada en él. Aunque no lo dijo, algo en lo profundo de su ser comenzaba a ver, quizá, una verdad en la elección del dragón dorado. El tenía su compañera, la sentía, pero no se había concretado el vínculo ni la conocía por lo que no sentía la necesidad de protegerla y atenderla.
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