Te Necesito y Te Pertenezco
Villa en las Afueras - Dormitorio del Duque, Poco después
La habitación estaba en penumbra. El fuego crepitaba en la chimenea, lanzando destellos anaranjados que danzaban sobre los tapices y las paredes cubiertas de madera. Isabella no se había movido desde que Markel salió, dándoles privacidad. El silencio era espeso, solo roto por la respiración irregular de Viktor y el leve tamborileo de la lluvia en los cristales.
Viktor seguía inconsciente. Los párpados oscuros, el rostro hundido como si la piel apenas lograra contener las sombras debajo. Una imagen que le dolía ver. No porque fuera terrible - aunque lo era - sino porque sabía que no debería haber llegado a ese punto. Ella lo había dejado llegar ahí.
Isabella se incorporó lentamente. El camisón de algodón colgaba suelto de sus hombros, revelando la silueta pálida que el espejo evitaba mostrarle desde hacía días. Se acercó al buró y tomó un paño, lo humedeció y lo pasó con delicadeza por la frente de Viktor. Él no despertó, pero el contacto provocó un suspiro profundo, como si el cuerpo reconociera la presencia que había estado esperando.
“Me estoy aferrando a una idea de lo que era”, pensó, con la garganta apretada. “Y ya no somos lo que fuimos.”
Pero tampoco eran otra cosa cualquiera.
Isabella se sentó a su lado en la cama. Observó las venas oscuras que le subían por el cuello. El color violáceo en sus labios. La piel transparente en sus muñecas. Su alma gritaba que debía hacer algo. Y por primera vez en días, no ignoró esa voz.
Con un movimiento decidido, desató los lazos de su camisón hasta que dejó libre uno de sus hombros. Se inclinó sobre él, guiada por un impulso más antiguo que la culpa y más fuerte que la duda.
- Viktor. - murmuró, acariciándole el cabello con una dulzura nueva - Bebe.
No hubo respuesta. Su cuerpo seguía inerte.
- Te lo doy. - insistió, bajando aún más la voz - No porque lo necesites… sino porque quiero que vivas. Porque no puedo soportar que mueras por cuidarme.
Se inclinó y deslizó su cuello cerca de sus labios, conteniendo la respiración. Por un instante dudó. El contacto de su piel con la boca de él fue helado, inerte, sin reacción.
Pero entonces, Viktor se estremeció.
Fue apenas un espasmo: los dedos se cerraron sobre la tela del colchón, las pestañas temblaron y un sonido gutural emergió de su pecho, entre un gemido y un gruñido.
- Isa...bella…
- Estoy aquí. - susurró ella, con los ojos húmedos - Ya no voy a huir.
Y en esa entrega silenciosa, en ese roce voluntario de su piel, Viktor abrió los ojos.
Eran azules, casi blancos.
Llenos de hambre.
Llenos de ella.
Isabella no se apartó.
No esta vez.
Sus labios, al principio, no hicieron más que rozarla. Un contacto tibio, apenas humano. Viktor aún luchaba entre la conciencia y el abismo del agotamiento, pero su instinto era más fuerte que la voluntad debilitada. Y la sangre… la sangre de Isabella lo llamaba con una voz que ningún otro sonido podría igualar.
Isabella contuvo el aliento cuando sintió el primer movimiento. Un leve temblor en los músculos de su cuello. Un beso sin intención de ternura, apenas un roce de los colmillos que no se atrevían a hundirse. Pero estaba ahí. Viktor estaba ahí.
- No lo reprimas. - susurró, cerrando los ojos - No tienes que protegerme de ti.
Entonces, él se rindió.
El mordisco no fue brutal. Fue cuidadoso, controlado hasta el extremo, como si cada fibra de su ser gritara que debía resistirse. Pero el vínculo hizo el resto. Al primer trago, Viktor jadeó contra su piel, como si regresara de entre los muertos. El sonido le arrancó un estremecimiento a Isabella, pero no por miedo.
No era doloroso. Era algo más.
Su cuerpo se tensó al sentir cómo la sangre fluía, cómo su energía se compartía, cómo el eco de su alma parecía ser absorbido en el interior de él. Viktor la sostenía con una mano en la nuca, como si temiera perderla si se alejaba. A cada trago, su respiración se hacía más profunda, su agarre más firme… su presencia más tangible.
La joven lo sostuvo también. Una mano sobre su hombro desnudo, la otra enredada en su cabello. Y en ese momento, comprendió algo que la desarmó por completo:
Viktor había estado muriendo por no herirla.
La habitación giraba levemente. No por debilidad, sino por la intensidad del momento. Isabella sintió cómo su propia esencia se entrelazaba con la de él, cómo el vínculo que aún no comprendía latía con una fuerza antigua, poderosa. Como si los latidos de ambos se hubieran sincronizado bajo una única voluntad: sobrevivir, juntos.
Cuando Viktor se apartó, lo hizo con un gemido ronco de dolor. No por hambre, sino por detenerse. Sus colmillos se retrajeron y sus labios quedaron manchados del rojo más profundo. Apoyó la frente contra el hombro de ella y tembló. Era él quien temblaba ahora.
- Perdóname. - murmuró, con la voz rasgada, apenas audible - No quise… no quería…
- Lo sé. - Isabella le acarició el cabello, con una ternura inesperada - Y no voy a dejar que vuelvas a llegar tan lejos por mí. Ya no.
Viktor levantó el rostro. Sus ojos, ahora azules casi blancos como el hielo más antiguo, la miraban como si la viera por primera vez. No había lujuria. No había orgullo. Solo devoción… y una culpa abrumadora.
Pero Isabella, por primera vez en días, sonrió.
- Ahora descansa. - le dijo ayudándole a recostarse - Te recuperarás. Y cuando estés listo... haremos caer a quienes nos hicieron esto.
Viktor asintió, sin fuerzas para hablar.
Isabella se quedó a su lado, sentada sobre las sábanas, su hombro aún expuesto, la marca apenas visible. Pero ya no era solo la víctima.
Había elegido vivir.
Y con esa decisión, la duquesa consorte de Vodrak comenzó a despertar.