Ha Nacido Elira Vetralis von Nivalheim Duquesa consorte de Vodrak
Villa - Habitación del duque - Tarde gris
La luz del sol se filtraba tamizada por las cortinas pesadas, dibujando trazos pálidos sobre la alfombra. El silencio era espeso, quebrado solo por el lento crujir de las vigas del techo. Entre las sábanas revueltas, Viktor abrió los ojos.
Por un momento, su mente flotó entre el recuerdo y el presente. El hambre se había retirado, como una marea que deja dolorosas marcas en la arena. El cuerpo aún dolía, pero la fiebre había cedido. La respiración era estable. Había sobrevivido.
Se incorporó con dificultad, sus músculos quejándose al reencontrar el peso del mundo. Al girar el rostro, notó una bandeja con agua limpia y paños, una camisa doblada sobre la silla. Alguien lo había cuidado. Lo supo sin necesitar confirmación. El aroma tenue de lavanda aún flotaba en el aire.
Una puerta se abrió con suavidad.
- ¿Mi señor? - Markel entró con pasos silenciosos, portando una carpeta de cuero oscuro.
- ¿Cuánto he dormido? - preguntó Viktor, su voz aún áspera.
- Un poco más de veinticuatro horas. Ha estado tranquilo. Sin fiebre. La señora... lo cuidó. No preguntó nada.
Viktor asintió, sin poder evitar que sus ojos buscaran hacia la puerta. No preguntó si Isabella estaba bien. No lo necesitaba. Lo sentía en su interior, como un eco silente que se había apaciguado.
Markel avanzó y le tendió un sobre pequeño, fino, con los bordes dorados.
- Esto llegó esta mañana. Es de la familia Ashcombe.
Viktor lo tomó sin apuro, pero sus ojos se tensaron al leer el sello en lacre blanco, roto ya por el mayordomo. Abrió la tarjeta con cuidado.
La familia Ashcombe informa que el funeral de la Condesa Isabella Ashcombe, en ausencia de cuerpo, se celebrará el día de mañana a las once, en la Capilla de Saint Audric, Londres. Ceremonia privada. Invitación extendida a aquellos con vínculos personales.
Por un largo momento, Viktor no dijo nada. El silencio volvió a hacerse espeso.
Finalmente, dobló la tarjeta con lentitud, como si aquello sellara más que una ceremonia: un cierre, una amenaza, un recuerdo.
- No le digas nada a Isabella. - ordenó en voz baja - No necesita otro peso sobre su espalda.
Markel vaciló.
- ¿Irá usted?
- Sí. Solo. Este asunto ya no le pertenece a ella. - su mirada se endureció - El pasado de Isabella debe quedarse donde pertenece: bajo tierra.
Markel asintió, comprendiendo que el viaje a Saint Audric no sería solo un acto de respeto. Era una despedida. O una advertencia. Porque, aun sin cuerpo, Isabella Ashcombe no se iría sin dejar huella.
Viktor se recostó un momento más, exhalando con lentitud. En su pecho, algo latía diferente. Más profundo. Más humano. La sangre que le corría por las venas no era suya. Era de ella combinada con la suya.
Y por ella, iría al funeral de una mujer que entregó demasiado… y por la anciana que no había dejado de buscarla incluso en la muerte.
Villa Escondida - Atardecer
Después de alimentar a Viktor Isabella caminó con pasos lentos junto a Markel, el eco de sus zapatos flotando entre los muros antiguos. Acababa de dejar a Viktor dormido, alimentado y aún pálido, pero finalmente en reposo. El aroma de la sangre fresca no se sentía en el aire. Solo el peso de las decisiones.
Cuando llegaron a la sala, el fuego crepitaba con suavidad en la chimenea del lugar junto al invernadero. Markel colocaba con cuidado unos frascos de vidrio vacíos en una caja de madera cuando Isabella, aún con su ligero vestido y el cabello recogido en un lazo sencillo, habló sin rodeos:
- ¿Nos vamos de Inglaterra?
Markel giró ligeramente la cabeza, sin sorprenderse por la pregunta. Su expresión se suavizó, pero no lo suficiente para ocultar la gravedad.
- Sí. El maestro quiere que partamos en una semana. Viena nos espera… y aquí ya no es seguro para usted.
- Sí. En menos de una semana. Lord Vodrak quiere partir antes de que llegue la próxima luna nueva.
Isabella bajó la mirada, entrelazando los dedos sobre su regazo.
- ¿Y si yo dijera que quiero quedarme?
Markel la observó un momento. Luego se sentó frente a ella, con ese tono templado que usaba cuando no quería herir, pero tampoco mentir.
- No es seguro. Aquí ya conocen su rostro… y aún algunos la buscan. La ciudad es grande, pero los ojos del pasado están entrenados para no olvidar. Además, el maestro... la necesita.
La joven tardó unos segundos antes de responder, la voz apenas un susurro:
- ¿Por Rowan?
Markel negó con la cabeza sin vacilar.
Cuando llegaron a la puerta de su habitación, Markel, que había estado en silencio, se detuvo. Le ofreció un pañuelo limpio y con manos cuidadosas limpió los últimos rastros de sangre de su cuello.
- Gracias. - murmuró Isabella, mirando la tela manchada - No pensé que llegaría a esto.
- Ha sido valiente. - respondió él, sin alardes - Y él maestro vivirá por ello.
Un silencio más denso cayó entre ellos.
- ¿Markel? - preguntó ella de pronto, sin rodeos - ¿Vamos a salir de Inglaterra por mi?
Él la miró un instante. Luego asintió despacio.
La joven frunció el ceño.
- ¿Por Rowan?
- No. - negó con firmeza - Lord Rowan no la busca. Aceptó la versión oficial. Según los informes, en el foso de los sauces se halló sangre, su sangre… y huellas de un ataque salvaje. El cuerpo nunca fue recuperado. Se dijo que fue un animal. Tal vez un lobo. Quizá un perro salvaje.
- ¿Entonces quién?
- Lady Honoria. - dijo Markel y la palabra pareció pesar más que el aire mismo - La condesa viuda de Ashworth. Abuela de Lord Rowan.
Los ojos de Isabella se agrandaron.
- ¿La abuela…?
- Encontró inconsistencias. Rastros de sangre distintos. Y no aceptó la versión de su nieto. Tiene contactos en la policía y entre médicos. Ha estado husmeando en hospitales, morgues, incluso en casas de sanadores. Cree que usted no murió. Y por algún motivo que desconocemos… la quiere viva.
Isabella dio un paso atrás. La revelación era como un cristal partiéndose bajo sus pies. Rowan no la buscaba. Rowan no la había amado lo suficiente. Había llorado su supuesta muerte, pero no más allá de lo que era aceptable para un joven noble.
Era Honoria quien seguía su rastro.
Markel inclinó apenas la cabeza, como un acto de respeto involuntario.
Isabella lo absorbió todo con calma, pero sus ojos estaban clavados en un punto invisible entre ambos.
- Entonces… Rowan nunca me amó. - Lo dijo sin lágrimas, como si las palabras fueran un cierre, no una herida fresca.
Markel se movió para hablar, pero ella levantó una mano con delicadeza.
- No tienes que decir nada, Markel. Ya lo entiendo. Lo necesitaba… pero ahora lo sé.
El asistente no respondió.
La joven desvió la mirada hacia el ventanal. Las sombras de los árboles en el jardín formaban figuras deformes sobre el cristal. Inglaterra ya no era su hogar. Nunca lo había sido, no del todo.
- No tengo a dónde volver. - susurró - Todo lo que fui… murió en ese foso.
Entonces, sin temblor en la voz, le dijo:
- Muéstrame la identidad que Viktor creó para mí. Quiero conocer a la mujer que voy a ser.
Markel asintió. La condujo al despacho donde el fuego aún ardía débilmente. Sacó de un compartimento sellado un paquete envuelto en cuero y lo puso en sus manos. Dentro, el nombre resplandecía en tinta negra y sello rojo:
Elira Vetralis von Nivalheim Duquesa consorte de Vodrak
- A partir de hoy, - dijo Markel con solemnidad - este es su nombre. Su historia. Su escudo.
Isabella observó el pergamino largo rato, con los ojos fijos en la fecha del matrimonio, en la firma del abad benedictino, en el título nobiliario inscrito con precisión. Certificados de nacimiento, bautizo, pasaportes y papeles de viaje bajo el título.
- Elira Vetralis… - probó en voz baja. Era un nombre que no le pertenecía aún. Pero sentía que, al decirlo, algo dentro de ella respondía. - Duquesa de Vodrak…
Luego, alzó la vista y sus ojos ya no eran los de la joven desamparada que había llegado a Londres. Había un brillo nuevo, una sombra contenida… y fuerza.
Se puso de pie con una lentitud casi ceremonial, dio un par de pasos hasta el ventanal cubierto por cortinas pesadas y permaneció de espaldas a él.
- No tengo nada en Inglaterra. Mi familia tal vez. Ni nombre. Ni memoria que me reclame.
- Tiene un futuro. - dijo él con firmeza desde su lugar - Uno que Lord Vodrak ha protegido con cuidado desde el momento en que la trajo a esta casa.
Isabella asintió.
Markel la observó en silencio. Por primera vez desde que Viktor la convirtió, la joven que había llegado desorientada desde Londres ya no parecía una sombra de sí misma.
Había dado un paso hacia la mujer que estaba destinada a ser.
Y cuando al fin levantó la mirada, la determinación en sus ojos era nueva. Pura. Irrevocable.
- Prepara las maletas, Markel. No pienso mirar atrás.
El vampiro asintió en silencio con una inclinación de cabeza.
Su señora había dado una orden.