Isabella Despierta
Villa en las afueras de Londres - madrugada
La habitación estaba sumida en una penumbra azulada. La cortina pesada apenas permitía filtrar la luz temblorosa de la luna, que caía en líneas suaves sobre la colcha bordada y la piel nívea de la figura tendida en el lecho.
El silencio era tan denso que se oía con claridad el leve crujido de los leños ardiendo en la chimenea, el suspiro apagado del viento entre las tejas… y la respiración contenida de Viktor Vodrak.
Estaba sentado en el borde de una silla tapizada, junto al lecho. Llevaba el uniforme militar sin la chaqueta, apenas con la camisa blanca de lino arremangada hasta los antebrazos, los suspensores colgando con descuido sobre su torso tenso. Aún llevaba las botas altas y las manos descansaban sobre las rodillas, pero su postura denotaba vigilia, expectativa… y una calma feroz, domada por la razón.
Había regresado de la embajada hacía menos de una hora. No se había permitido descansar, ni cambiarse. Solo se había sentado ahí, como un centinela antiguo, observando el cuerpo inmóvil de Isabella con una mezcla de ansiedad y devoción muda.
El cuerpo que antes había sido frágil, herido, maltratado… ahora parecía tallado en alabastro. La piel de Isabella, pálida como una flor nocturna, tenía una tersura sobrenatural; su cabello, suelto sobre la almohada, caía en ondas brillantes como si cada hebra hubiese sido peinada por la luna misma. No había rastro de las cicatrices. Las muñecas, antes marcadas por la violencia de Rowan, estaban lisas, delicadas, como si nunca hubiesen sido mancilladas.
Sus labios, aunque aún levemente descoloridos, tenían esa curva suave y armónica que él recordaba de sus sonrisas tímidas. Pronto, lo sabía, el rubor carmesí volvería a ellos. Lo presentía en el olor de su piel, en el modo en que el corazón nuevo latía ahora con un ritmo distinto.
Ya no era humana. Ya no era frágil.
Era como él.
Un leve estremecimiento cruzó el pecho de Viktor.
De pronto, la mano de Isabella se movió sobre la sábana. Apenas un roce. Un dedo. Luego los párpados temblaron y finalmente, con lentitud, los ojos se abrieron.
Azules casi blancos.
Profundos.
Nuevos.
Viktor se inclinó hacia ella, sin tocarla aún. Su voz, profunda y baja, apenas más que un susurro:
- Isabella…
La joven parpadeó lentamente, como si le costara enfocar, como si el mundo estuviera demasiado lleno de estímulos. La luz, el calor, el sonido del fuego… incluso el latido de Viktor, fuerte y denso, resonando en el aire como un tambor lejano.
- Vik…tor… - su voz salió quebrada, como si nunca antes hubiese hablado. Luego tragó, y sus ojos se fijaron en los de él con súbita claridad - ¿Dónde… estoy?
Viktor exhaló por la nariz y, por fin, apoyó una mano sobre la sábana, cerca de la suya. No la tocó directamente, respetando ese umbral incierto entre el sueño y el renacer.
- Estás a salvo. En una villa fuera de Londres. Nadie sabe que estás aquí.
Isabella frunció apenas el ceño. Su cuerpo se arqueó un poco al intentar incorporarse, pero el mareo la hizo volver a recostarse.
- ¿Qué… me pasó?
Viktor bajó la mirada un instante. Cuando volvió a levantarla, sus ojos tenían una seriedad solemne. Casi reverente.
- Moriste. Y volviste a nacer. - Hizo una pausa - Ya no eres como antes.
El silencio cayó como un terciopelo sobre ambos.
Isabella respiró hondo, pero era un reflejo… no lo necesitaba. Lo supo. Lo sintió.
El hambre le arañaba el estómago, pero no era de pan ni de agua.
Isabella se removió ligeramente bajo las sábanas, sus dedos cerrándose instintivamente alrededor de la tela al notar algo extraño en su cuerpo. No era solo el mareo… era como si cada célula estuviera en una frecuencia distinta, como si el mundo girara más rápido o más despacio según su voluntad.
Lentamente, bajó la mirada hacia sus manos.
Sus muñecas.
Se quedó inmóvil.
Donde antes había estado la piel desgarrada, ensangrentada por la b********d de Rowan, ahora solo quedaba una superficie suave, inmaculada, de una palidez sedosa. No había marcas. Ni cicatrices. Ni siquiera el rastro de un moretón.
Abrió los dedos y giró lentamente las palmas, como si esperara encontrar otra señal… alguna prueba de que aquello no era un sueño.
- ¿Qué… me hiciste? - susurró, mirando a Viktor con una mezcla de desconcierto, miedo y… una extraña lucidez que comenzaba a nacer en sus pupilas.
Viktor no contestó de inmediato. Su rostro se mantuvo sereno, pero una sombra de pena cruzó su mirada. Sabía que ese momento llegaría. Se levantó despacio de su silla y caminó hacia el tocador.
- No podía dejarte morir, Isabella. - dijo al fin, con voz grave y firme - No después de todo lo que hiciste por mí… de lo que sentí por ti.
Tomó un espejo pequeño, de marco dorado y lo trajo de vuelta. Se arrodilló ante la cama, esta vez más cerca, y se lo tendió sin hablar más.
Isabella lo miró, primero al espejo… luego a él.
Y entonces lo tomó.
Lo alzó lentamente frente a su rostro.
El reflejo tardó un instante en formarse, tenue pero nítido. Una piel de porcelana blanca, unos ojos de un azul casi blanco que brillaban con un fulgor sobrenatural, como hielo bajo una tormenta lunar. Se quedó sin aliento al notar las pupilas dilatadas, el brillo de un predador contenido. Y cuando abrió la boca, confundida… vio los colmillos. Perfectos. Sutiles. Pero letales.
El espejo tembló en su mano.
- No… - murmuró - No puede ser…
- Lo es. - dijo Viktor suavemente.
Isabella lo miró y por primera vez… lo vio de verdad.
No al noble, ni al general. No al salvador ni al hombre silencioso y melancólico que la había seducido con gestos más que con palabras.
Sino a la criatura inmortal que estaba frente a ella.
Y aún así… no sintió miedo. Sintió vértigo, sí. Pero no terror. Porque su instinto, recién despertado, le decía que no estaba en peligro. Que él era parte de ella ahora. Que lo reconocía como igual.
- ¿Tú también… eres esto? - preguntó en voz baja, bajando el espejo.
Viktor asintió lentamente. No se justificó. No pidió perdón. Solo sostuvo su mirada, como lo haría cualquier criatura de su especie: con la dignidad de quien acepta su naturaleza.
- Soy esto desde hace mucho tiempo. – confesó - Y tú ahora también.
La joven volvió a mirar sus manos, más pálidas, más firmes, más… despiertas.
Luego a él. Lo contempló con nueva conciencia.
Y entonces, sin decir más, él se puso de pie, fue hasta la mesa cercana y tomó la copa que había preparado.
El líquido oscuro brillaba como rubíes derretidos.
- Tu cuerpo lo necesita. - dijo, tendiéndosela - Es solo sangre de banco, nada humano. No has cazado aún y no lo harás si no quieres. Pero debes beber.
Isabella dudó un segundo. Luego, como si una voz nueva le hablara desde su interior… tomó la copa con manos más seguras que antes. La llevó a sus labios y bebió.
La copa cayó en su regazo cuando terminó, pero ella no se movió para atraparla. Simplemente cerró los ojos y respiró hondo, como si acabara de sumergirse en agua tibia por primera vez.
Cuando los volvió a abrir, ya no había temor en ellos.
Había hambre.
Y conciencia.
- ¿Qué soy… exactamente?
Viktor se acercó, despacio. Se sentó a su lado, sin tocarla aún. Su voz fue como un juramento:
- Eres mi igual. Un depredador perfecto. Bella como la noche, letal como el invierno. Has renacido, Isabella.
La joven lo miró… y sonrió, apenas. Frágil aún, pero intensa.
Isabella la tomó con dedos aún temblorosos, se la llevó a los labios. El sabor era intenso, metálico, dulce en un modo que no habría comprendido antes.
- Estoy viva.
- Estás más viva que nunca. - respondió él, con voz baja.
Entonces, sin mediar palabra, se arrodilló ante su lecho. Una rodilla al suelo. Como un caballero ante su reina.
- Te he preparado una nueva vida. – dijo - Una nueva identidad. Pero no quería decidir nada sin ti. Si me lo permites, Isabella… quiero protegerte. Como mi esposa.
Isabella no respondió al instante. Sus ojos, ahora más oscuros y lúcidos que cualquier noche, lo observaron con una calma extraña, sobrenatural… pero en ellos brillaba también la emoción humana que aún no había perdido: una lágrima.
- ¿Es por eso por lo que me salvaste?
Viktor alzó el rostro, sin dejar de mirarla.
- Te salvé porque no podía verte morir. Lo demás es… consecuencia.
Isabella estiró una mano, más firme esta vez y la apoyó sobre la de él.
- Debiste dejarme morir...- le dijo con voz rota.
- Eso no lo haré...
Y el corazón de Viktor - aquel que había soportado tres siglos de guerras, pérdidas y secretos - volvió a latir de verdad.