Alejandro no dijo una palabra durante el viaje, pero sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que por momentos creí que lo rompería. Ese aire de autocontrol que siempre irradiaba ahora parecía a punto de desmoronarse, y debo admitirlo: me encantaba verlo así, tan fuera de su elemento. Finalmente, llegó el momento en que no pudo soportar más el silencio y estalló, con esa voz controlada pero llena de veneno que había aprendido a reconocer. —¿Qué es exactamente lo que crees que estás haciendo, Anny? Mi respuesta fue un encogimiento de hombros, cargado de indiferencia. —¿A qué te refieres? Solo estaba disfrutando de la gala, ¿no es eso lo que hacen las personas normales? Sus ojos se estrecharon, como si intentara atravesar mis defensas solo con la intensidad de su mirada. —Normal

