Esa misma noche, mientras Alejandro y yo compartíamos una cena en su departamento, la conversación con Blanca seguía dando vueltas en mi cabeza. Sabía que su amenaza no había sido una exageración ni un simple arrebato. Ella planeaba hacer todo lo posible para alejarnos, y el peso de esa certeza me oprimía el pecho.
Alejandro, siempre perspicaz, no tardó en notar mi inquietud. Nos encontrábamos en su amplia terraza, desde donde podíamos ver las luces de la ciudad parpadeando como pequeñas llamas. Se acercó a mí con una copa de vino en la mano y me la ofreció, buscando mis ojos.
—Anny, sé que lo que te dijo mi madre hoy te afecta más de lo que quieres admitir.
Suspiré, tomando un sorbo de vino antes de hablar.
—Alejandro, no quiero que pienses que soy débil, pero… tu madre realmente va e
