Esa noche, después de nuestro beso en la oficina, me fui a casa sin saber qué sentir. Tenía la adrenalina a mil y, a la vez, un miedo irracional de lo que podía estar iniciando con Alejandro. Nos habíamos enredado en algo mucho más profundo que el coqueteo ligero que siempre habíamos manejado. La cuestión era: ¿estaba lista para eso? ¿Estaba lista para enfrentar al Alejandro que escondía detrás de esa fachada de arrogancia?
No tuve mucho tiempo para pensarlo porque, al día siguiente, Alejandro ya estaba escribiéndome desde temprano, proponiéndome desayunar juntos antes de la jornada en la oficina. Por supuesto, tenía una cita que no podía romper. Al llegar a la cafetería, lo vi en una esquina, leyendo el periódico, totalmente ajeno al caos matutino del lugar. Al verme, me saludó con una s
