Los días siguientes fueron una montaña rusa de emociones. Cada encuentro con Alejandro en la oficina se volvía un duelo de miradas furtivas, palabras susurradas y roces disfrazados de accidente. A simple vista, seguíamos siendo los mismos: él, el jefe arrogante y enigmático, y yo, la secretaria que intentaba mantenerse al margen de su tempestuoso mundo. Pero en cada instante robado, en cada sonrisa que compartíamos en secreto, había una promesa de algo más… algo que ambos sabíamos que podría consumirnos. Sin embargo, las cosas comenzaron a complicarse rápidamente. Un día, mientras revisaba la agenda de Alejandro, vi que tenía una cena programada esa noche con una mujer llamada Isabel. No era una reunión de negocios. El nombre estaba rodeado de pequeños detalles de los que solo un loco ena

