Mateo estaba al pie del altar, supervisando que todo estuviera en orden. Su postura erguida y la forma en que su sotana negra se movía con cada paso la dejaron sin aliento. —¿Y? ¿Valió la pena venir? —susurró Camila con una sonrisa traviesa. Carolle apenas pudo responder. Su mente estaba demasiado ocupada admirando aquel porte varonil que, a pesar de todo, solo conseguía atormentar su imaginación. Camila, siempre sociable y extrovertida, divisó a unos amigos entre la multitud y, sin pensarlo dos veces, le dijo a Carolle: —Voy a saludarlos, no tardo. ¡No te me pierdas! Antes de que Carolle pudiera responder, su amiga ya se alejaba con una sonrisa, dejando a Carolle rodeada por el bullicio de la festividad. Inspiró profundamente, dejando que el aroma a flores frescas y tierra húmeda l

