Hilbraim se apoyó en la barandilla de su estudio, observando la ciudad iluminada desde el ventanal. Su mente viajaba a los acontecimientos recientes y, sobre todo, a lo ocurrido aquella noche en el club privado. Él sabía perfectamente que no había sido casualidad. Esa invitación para Carolle, tan perfectamente calculada, no provenía de alguien ajeno al juego. —Mateo… —murmuró para sí, con una sonrisa fría y cargada de desdén. Sabía que su hijo estaba detrás de todo aquello. No podía ser otra persona. Mateo siempre había sido un rebelde, un hombre que desafiaba todo lo que Hilbraim representaba. Pero esta vez había cruzado una línea peligrosa. Hilbraim no era un hombre que permitiera que lo movieran como a una ficha de ajedrez. Él era quien movía las piezas, quien controlaba

