En la habitación del hospital, el abuelo Marco se acomodaba en la cama mientras Dania, con una expresión de resignación y un dejo de cariño, lo miraba desde la silla junto a él. Habían pasado días complicados, pero Dania, como siempre, tenía el carácter para decirle las cosas como eran. —Mira, Marco, tenemos que hablar en serio —dijo ella cruzándose de brazos—. Ya no puedes seguir trabajando, ¿entiendes? Marco, testarudo como siempre, frunció el ceño. —¿Y por qué no? Una pierna menos no significa que no pueda usar las manos, Dania. Ella suspiró con exageración. —¡Por Dios, Marco! Ya perdiste una pierna. ¿Qué más necesitas para entender que no puedes seguir como antes? No puedes hacerte el héroe. ¿Acaso eres tú quien paga los gastos de la casa? Marco apretó los labios, evitando mirarl

