No podía quedarse allí, no podía ignorar lo que acababa de presenciar. Levantó la mano, detuvo un taxi que venía acercándose, y dio la dirección de la mansión Delacroix con un tono urgente. —¿Rápido, por favor? —pidió al conductor, mientras se acomodaba en el asiento trasero. El taxi arrancó, y durante el trayecto, Mateo no dejó de dar vueltas a lo que había visto. Carolle había partido hacia casa, confiada, mientras Hilbraim se subía a un coche que claramente lo esperaba. «¿Cuánto tiempo lleva haciendo esto?» pensó Mateo, con el corazón apretado. Un recuerdo de la noche anterior lo asaltó, cuando había cruzado miradas con Carolle en la inauguración. Ella se veía tan hermosa, tan vulnerable… y tan fuera de su alcance. Su madrastra, la esposa de su padre. Por mucho que tratara de mante

