CAPÍTULO DOS

2114 Words
—¡Apresúrense! —La voz de la tía Jorja, madre de Ayse, resonó con una urgencia que rompió el tenso silencio. Todas las miradas se dirigieron a ella, y la de Faruz no fue la excepción. Quien hasta entonces estaba frente al abuelo, ofreciéndole una pequeña caja, se giró. Sus ojos, antes ajenos, se posaron en nosotras por un instante: fríos, vacíos de expresión, pero con la capacidad de despojarme de cualquier gramo de tranquilidad. Sentir su mirada fue como una cuchillada invisible, mi cuerpo se tensó, luchando inútilmente contra el deseo de huir. Un segundo después, su atención regresó al abuelo, liberándonos para que Ayse y yo tomáramos asiento, sin ningún saludo de por medio. —¿Qué significa esto, Faruz? —insistió el abuelo, agitando el misterioso obsequio entre sus manos, y devolviendo su atención a Faruz. —¿Tú qué crees? —respondió este, con una voz cargada de ironía. Su sonrisa, fue más una mueca condescendiente que un gesto de humor.— Adelante, —se sentó en su asiento y no mostró ningún tipo de emoción ante la sorpresa de mi abuelo. —No tenías que molestarte, pero es interesante —articuló el mayor con cautela. La atmósfera se volvió densa, cargada de tensión ante la mera presencia de esos hombres; Sus miradas silenciosas eran promesas de intenciones oscuras, y sus cuerpos, sombras armadas, las cuales no hacían más que reforzar la ominosa aura de su jefe. En Faruz, la edad carecía de importancia; aunque sabía que no superaba los treinta y dos, él era, sin duda, el mayor peligro de todos los tiempos.— Un detalle único y especial, ¿a qué se debe el honor, mi estimado amigo? —Vas a necesitarla de ahora en adelante. —Sus palabras fueron suficientes para que bajara los ojos a mi plato e intentara disociarme, no saber lo que ocurría, lo cual era imposible. ¿Qué iba a necesitar mi abuelo? ¿Qué había en esa caja? Mis manos comenzaron a sudar. —Puedes ser directo, amigo mío. —Dejó en claro el mayor de la familia, sin demostrar debilidad; de todos, era él quien sabía mejor cómo tratar con Faruz. —Tradiciones, Abraham, un gesto de buena suerte. No hace falta una explicación absurda, sabes a dónde quiero llegar. —En ese caso, muchas gracias —Con temor, alcé la mirada. Mi visión fue al abuelo, el cual destapó la caja con cuidado y no dudó en reír al descubrir su contenido. —Nada mal —Dejó salir al mostrarnos a los presentes un trébol de cuatro hojas encapsulado en lo que parecía cristal. Sin comprender el significado del obsequio, si prometía algo bueno o malo, mis ojos buscaron a mi madre, que me devolvió una mirada extrañada, tan ajena como yo a lo que sucedía. —Es fascinante descubrir tu lado supersticioso, Faruz. No te imaginaba tan interesado en la fortuna y la buena suerte —Dejó salir mi tío Joan, quien era padre de Ayse, y el siguiente en jerarquía al abuelo. —Es interesante que tengas una percepción tan... limitada de mí. Espero que esa visión no te lleve a conclusiones precipitadas. Porque las sorpresas pueden ser desagradables, Joan. —Es cierto, las sorpresas no siempre son positivas, como las noticias, que últimamente han provocado una inquietud desmesurada en todas partes —siguió respondiendo Joan, y ante mi desconocimiento de lo que ocurriría frente a mis ojos, me vi obligada a hundirme en mi asiento y fingir demencia, así como a guardar silencio. —Lo de Berna es una vergüenza. —Por primera vez, Thomas, el hermano mayor de Ayse y el menos afortunado en los negocios de la familia Aveline, aquel que carecía de aprobación, intervino. Mi curiosidad se encendió de inmediato: ¿qué había ocurrido en Berna? Todos en la mesa, incluida Ayse, parecían estar al tanto. Mi mirada buscó la de Faruz, pero él permanecía imperturbable. —Nosotros, a diferencia de esos traidores, nos guiamos por principios sólidos. Nuestra colaboración excede los límites de una simple asociación comercial, ¿no es así? —le aseguró mi abuelo. —Tal cual. —La investigación se mantendrá en curso por unas semanas, eso es seguro. Aunque dudó bastante que la policía encuentre pruebas sustanciales. —Lo harán, encontrarán tanto como ellos quieran —respondió Faruz, con una voz fría, como si la posibilidad de ir a prisión le divirtiera—. Pero nada que pueda desfavorecerme, porque no lo hay. —Solo pistas falsas, callejones sin salida, ¿cierto? —intentó bromear la esposa del tío Joan, pero el silencio que siguió a sus palabras fue un abismo. Ya que nadie se atrevió a secundar su intento de aliviar la tensión, lo cual me hizo sentir angustiada, por que era evidente que la situación era más que grave. —Están malgastando su tiempo, cuando hay prioridades mayores, como la hambruna del norte, pero como dicen por ahí, nuestro gobierno se caracteriza por su mediocridad. —Florencia, mi hermana mayor, la cual todo este tiempo lució indiferente, ahora parecía dispuesta a ser parte de la cena. Sus palabras me hicieron fruncir el ceño, ¿qué intentaba hacer? Ella no era parte de esto; las mujeres Aveline no tenían por qué ensuciarse las manos, era una norma casi escrita. —En cualquier caso, hemos recibido notificaciones legales. Aunque aún no hemos sido citados oficialmente, es inminente. Nuestras instalaciones estarán bajo una vigilancia exhaustiva —informó Thomas. —Como es natural —ironizó Faruz, con un sarcasmo que congeló el ambiente. Su risa seca, apenas un murmullo, era más intimidante que cualquier grito. —Debemos interrumpir la producción —sentenció el abuelo, con una firmeza que no admitía réplica, clavando su mirada en el invitado especial, y dándome una pista de lo que ocurría, la farmacéutica estaba en problemas. —Abraham, no soy quién para decirte qué hacer. Solo te recuerdo que los tratos tienen sus propias maneras de hacerse valer —susurró Faruz, dirigiendo su atención al abuelo, con una amenaza nítida en su voz. Cada palabra fue un latigazo en el aire, una advertencia que solo los necios ignorarían. Sentí la piel de gallina al imaginar las "maneras" de las que hablaba. —Hombre, la producción a gran escala no es posible en nuestros laboratorios. Pero, afortunadamente, nuestra querida Zafiro ha trabajado muy duro para resolver tal inconveniente —anunció el abuelo, señalando a mi hermana con un gesto tenso, la cual parecía muy confiada y preparada para imponerse ante Faruz. —Instalaremos el equipo en un lugar seguro y produciremos el opiáceo, optimizando la calidad y eludiendo el control fiscal —explicó Zafiro, y Faruz soltó una risa baja y siniestra; un sonido que inmovilizó a todos. —Oh, claro —miró a sus hombres—. Deben saber que esta alucinante propuesta carece de toda novedad para mí. En el pasado, numerosos individuos me la han presentado sin éxito. ¿Qué les hace pensar que su caso será diferente? —preguntó, con un tono que denotaba incredulidad. Mis ojos fueron a él, sin pudor. Pensar en los desafortunados individuos no fue difícil; aquello hacía que mi rencor por él creciera. Causando que el recuerdo de mi padre, borroso hasta entonces, se agudizara en mi interior con una nitidez lacerante, sin piedad ni anestesia. —Porque disponemos de cultivos, doscientas hectáreas de plantas resistentes. —Sin intermediarios. Solo tu gente y la mía —reforzó la idea el abuelo, buscando convencerlo. —¿Duplicarían la mercancía? —Podemos triplicarla. El transporte es el único obstáculo. —¿Desde cuándo les preocupa el traslado? —respondió Faruz, sin vacilar—. ¿Qué pretenden obtener de mí? —Fue directo, con una frialdad grotesca, y una concentración que parecía calcular cada uno de los movimientos sobre la mesa. —Bueno, para materializar este proyecto, se requiere una inversión en equipo e instalaciones subterráneas. Si queremos hacer las cosas bien, debemos invertir en ello —soltó el abuelo, revelando el verdadero motivo de la reunión y dejándome aturdida. —¿Cuánto? —Mis ojos fueron a él una vez más, quien por un segundo respondió a mi mirada, en una conexión efímera que me atravesó como un rayo, fue como un entendimiento silencioso de la profundidad de mi odio y su poder. Sin embargo, terminó llevando su atención al abuelo, ignorándome casi al instante. —Cien millones de francos como anticipo, y luego negociaremos la anualidad. La producción será exclusivamente tuya. —¿Esto es todo? ¿Solo eso? Necesito algo más sustancial para al menos considerar la propuesta —inquirió Faruz, con una mirada fija en la cabeza de la familia Aveline, Abraham Aveline. —Exclusividad total, mayor producción, menor tiempo de entrega y costos. Los tiempos cambian; el beneficio es grande, mi estimado amigo. Faruz se inclinó hacia adelante, sus ojos oscuros brillando con una intensidad aterradora. —Los tiempos cambian, sí. Pero los acuerdos son eternos. Y aquellos que los rompen... están destinados a la ruina. —Su mirada nuevamente se posó en mí, como si me viera por primera vez, pero no era una mirada de reconocimiento, sino de posesión, una advertencia que me hizo sentir náuseas. Una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo, reviviendo esa pesadilla que nos une. Estaba claro que lo decía por mí; era una amenaza demasiado directa y un recordatorio de que mi cabeza aún corría peligro. —Por supuesto —dijo mi madre, quien participó por primera vez en la conversación. Con una determinación que me sorprendió, levantó la mirada y me enfrentó a Faruz, buscando una señal de su respuesta, pero su atención estaba centrada en mí, con una mirada que parecía dispuesta a descubrir mis secretos más profundos. Bastaron unos segundos para que sus ojos sin expresión me dejaran en paz. Colocó los codos sobre la mesa y entrelazó sus manos. —Me gustaría presenciarlo —sentenció. Su "Me gustaría presenciarlo" no fue una aceptación, sino una condena, la sentencia de que nuestra vida se volvería su escenario personal de tortura. —Dios... —susurré, en un ruego silencioso que esperaba que nadie escuchara. Pero Faruz, como si tuviera oídos para lo inaudible, sonrió con una mueca que me hizo sentir expuesta; Esa sonrisa, tan sutil como venenosa. —¿Tenemos un acuerdo, entonces? —insistió el abuelo, levantando su copa para brindar con Faruz y sus acompañantes, siendo indiferente a lo que acababa de suceder. —Veremos, Abraham. Estás siendo demasiado... ruidoso, involucrando a toda tu descendencia —reclamó este, sin rodeos. —El tiempo me apremia, hombre. No seré eterno. Y tú eres la única herencia poderosa que puedo dejar a mi familia —se resignó el abuelo, desviando su atención hacia el banquete—. Es solo una propuesta, medítala con calma. Mientras tanto, mis nueras han preparado toda una recepción. Disfruta de lo que te apetezca —pidió con cierta amabilidad que me hizo sentir asqueada y usada—. Adelante y, una vez más, bienvenidos a Champel. —Y aquello fue suficiente; sin poder resistirlo más, dejé mi asiento. No estaba dispuesta a seguir con su juego barato. Sin ningún tipo de excusa, me retiré del comedor. Mis pasos fueron al jardín, buscando un poco de aire fresco, lo cual robó la atención de todos los presentes. Y si no fuera por un comentario del abuelo, elogiando la ternera, tal vez mi madre me hubiera retenido a la fuerza, pero no lo hizo. Sentía sus miradas clavadas en mi espalda, pero la necesidad de escapar de su juego suicida era más fuerte que cualquier cosa. No iba a quedarme para la farsa que seguía; me sentía completamente desorientada, incapaz de asimilar lo que acababa de oír. La mera idea de que Faruz aceptara aquel trato era una pesadilla letal, una trampa disfrazada de oportunidad. Un negocio lucrativo, claro, pero uno que nos encadenaría a su entorno oscuro y peligroso, un mundo del que nunca podríamos escapar. Y ahora con la policía detrás de él, era mucho peor. Trabajar con ese salvaje era sellar un pacto con el demonio, un calvario que se manifestaría en su presencia constante, en sus visitas que afectarían nuestro hogar y en sus amenazas que destrozarían nuestra paz. Faruz no debía aceptar tal oferta; este debía desvanecerse de nuestras vidas, su nombre borrado de nuestra memoria. Solo así, la vida seguiría su curso, y el sonido de su último suspiro, el rojo de su sangre en mis manos, dejaría de atormentarme. Solo así... podría cerrar la profunda herida que Faruz desgarró en mi alma, aquella noche en que asesinó a mi padre, frente a mis propios ojos.
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