CAPÍTULO TRES

1312 Words
Lo sabía. Sabía que su invitación a esa asquerosa cena escondía un oscuro trasfondo, que no era más que una trampa, una vil estrategia. Para ellos, yo era tan solo un peón en su juego, una herramienta para aparentar una unión familiar que, en realidad, hacía tiempo que había dejado de existir; no había tal vínculo entre nosotros, solo una fachada putrefacta. ¿Cómo se atrevían a involucrarse tan estúpidamente en el mundo criminal de Faruz?¿Qué buscaban? ¿Una muerte prematura? La traición me quemaba por dentro; La rabia me devoraba y me hacía temblar, impotente, con el cuerpo a punto de estallar. ¿Cómo podían seguir honrando a ese desgraciado? —¡Dian! —La voz insistente de mi madre me arrancó de mis pensamientos, en una sacudida brutal que me obligó a limpiar las lágrimas que corrían por mis mejillas, destrozando mi maquillaje. —Cariño... —Me aparté bruscamente de su toque, sintiendo el impulso de repelerla. Entonces vi a Ayse acercarse, ambas con la clara intención de tranquilizarme, de silenciar cualquier escándalo, que pudiera llamar la atención de Faruz. —¿Estás bien? —¿Ahora soy importante? —Hija... —No. —Le impedí que se acercara más. —Tranquilízate. —Vuelvan dentro y déjenme en paz. No pido demasiado, solo un momento a solas —Rogué—. ¡Váyanse! —Dian... —Me irritaba su aparente angustia, su falsa preocupación. Estaban tan ciegos ante el desastre inminente, tan perdidos en una ambición insana, me que asqueaba. —Escucha. —¡Incluso tú lo sabías! —le espeté a Ayse, con la voz cargada de ira que me destrozaba las cuerdas vocales. Era doloroso que no me hubiera informado que mi presencia en la cena era para proponerle a ese hombre un negocio tan abominable—. ¡Todos lo sabían, excepto yo! —Mi grito se ahogó en el aire, ¿cómo pudieron ocultarme tal atrocidad? ¿Querer convertirse en los principales proveedores de ese traficante? Sería una mancha imborrable en nuestro legado que jamás se desvanecería sin importar el tiempo, prácticamente era un salto suicida al abismo. —¿Nos convertimos en traficantes ahora? ¡Ese maldito psicópata nos va a asesinar a todos! ¡¿Acaso no se dan cuenta?! ¡¿Están ciegos o son estúpidos?! —Baja la voz y déjanos explicarte... —pidió mi madre, visiblemente estresada, molesta de tener que lidiar con mi inmadurez. —Ya no hay nada que explicar. Buscan convertirse en delincuentes como ese tipo. —Baja la voz y no hables idioteces —exigió la mayor con esa mirada que siempre me retaba a callarme, a ocultar lo que sentía; la misma con la que había crecido, una mirada fría de advertencia. —Como sea —Alcé los brazos en señal de rendición, un gesto vacío de mi parte. Me di la vuelta y contemplé nuestra piscina, buscando estúpidamente calmarme, detener el llanto que me debilitaba. Mis lágrimas, sin embargo, seguían su descenso implacable por mis mejillas, nublando mi visión y haciéndome sentir vulnerable, despojada de toda fuerza, de toda dignidad—. Y-yo n-no seré cómplice de nadie. No después de que ese hombre... —Fui incapaz de vociferar la atrocidad que ese tipo había cometido. No podía, simplemente no podía nombrar en voz alta a mi padre junto a Faruz; mi padre no merecía tal insulto. —Ahora lo entiendo —La voz de mi madre se endureció, llenándose de desprecio, un sentimiento que seguí ignorando mientras me abrazaba a mí misma, buscando un consuelo que no llegaba—. Siempre se trata de lo mismo, de tu padre. —Sí —La enfrenté, con la verdad brotando de mis labios. —Todos lo superamos hace tiempo, querida, ¿cuándo vas a hacerlo tú? ¡Favre no era un maldito santo, Dian! —¡Cállate! ¡No te atrevas a pronunciar su nombre! ¡Era tu esposo, tu maldito esposo, el hombre que aceptaste frente a Dios y con quien tuviste dos hijas! —recordé, esperando una reacción que la hiciera recapacitar. Pero lo único que obtuve fue una bofetada, un golpe que aterrizó con un estruendo seco en mi mejilla. —¡Ahg! —Mordí mis labios hasta sentir el sabor de la sangre, conteniéndome con todas mis fuerzas para no cometer una estupidez contra la mujer que me había dado la vida y que parecía tan ofendida con mis palabras, con la verdad. —¡No seas dura con tu madre, Di! —¡¿Cómo puedes soportar ver el rostro del asesino de tu marido?! ¡¿Cómo puedes ser parte de esta mentira, Elena?! —Seguí reclamando a mi madre, quien parecía contenerse a duras penas, su mirada me decía todo lo que sus labios no podían: desprecio, ira y una ceguera incomprensible—. ¿Cómo permites que Zafiro esté involucrada? ¡¿Cómo?! ¡¿Cómo puedes dejar a tu propia hija a manos del asesino de su padre?! —Es suficiente —pidió Ayse, interponiéndose entre nosotras, intentando tomarme y alejarme de mi madre, quien parecía sumergida en un pozo de cólera, con el rostro distorsionado por la ira. —¡Mi padre no merecía morir así, a manos de ese hombre y olvidado por su propia gente! ¡Estoy cansada de esta hipocresía! ¡No puedo seguir fingiendo que no veo cómo le dan poder a ese delincuente que está matando este país! ¡Esto está mal, muy mal! —No hagas una escena, Dian. —Empujé a Ayse con un frenesí desesperado. —¡No me voy a callar! —les advertí a ambas, dispuesta a que mis palabras resonaran hasta los oídos de ese psicópata, incluso si me costaba la vida—. ¿Por qué debería hacerlo? ¡No estoy diciendo ninguna tontería! Parece que nadie se da cuenta de la gravedad de esto, ni de la letanía de ese bastardo. ¡¿qué carajos están haciendo?! —¡Basta, Dian! —Mi madre tuvo la osadía de silenciarme. Me tomó del rostro, en un acto violento que me dejó sin aliento, el dolor físico se unió al emocional. —Esto no tiene nada que ver contigo, deja de ser una maldita molestia. —Me soltó, empujándome, dejándome humillada, con el sabor del resentimiento en la boca y el ardor en mi piel. —¿Ah, no? —Mi risa fue amarga—. Pues cuando terminemos muertos, tal vez me incumba un poco más. O cuando acabemos pudriéndonos en prisión. —Por que el daño colateral era inevitable. —Eso no va a pasar. ¡No deberías tener la desfachatez de hablar de no querer negocios con él, cuando son estos mismos los que pagan tus cuentas! ¡No seas una maldita hipócrita! —Como cualquier verdad, esta bastó para que me sintiera profundamente incómoda. Porque mi madre tenía razón; yo luchaba contra aquello de lo que vivía cómodamente. Negué con la cabeza, sumida en vergüenza —Tienes razón —Sin esperar respuesta, dirigí mis pasos a la casa principal, con el corazón latiéndome a un ritmo veloz. Nuestra residencia me dio la bienvenida, era un espacio marcado por la ausencia de mi padre, un hogar en el que jamás me sentí protegida. Por primera vez en años, el impulso de huir, de desaparecer, me dominó por completo; debía irme, darle rienda suelta a ese deseo añejo en mi alma, a esa ansia de libertad que había estado encadenada por el miedo—. ¡No seré parte de esta porquería! ¡Se acabó! —anuncié, para después correr al interior de la casa. Estaba lista para empacar mis cosas y desaparecer sin mirar atrás. Sin saber que, en realidad, no existía escapatoria, pues mi destino ya estaba marcado desde que los ojos de Faruz se cruzaron con los míos.
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