16: En manos de buitres

1440 Words
La anciana estaba impecable como siempre, con un vestido azul marino y un pañuelo de seda atado al cuello. Entre sus manos sostenía un sobre blanco grueso. Caminó despacio hacia Daniel y, con calma quirúrgica, se lo entregó. —Aquí está lo acordado —dijo. Daniel tomó el sobre, se puso de pie con una sonrisa torcida y les dirigió una última mirada a Liam y Harper. —Un placer hacer negocios —murmuró antes de salir por la puerta principal. Harper no podía creerlo. —¿Ese hombre…? ¿Usted lo trajo aquí? Eleanor se giró hacia ellos con una serenidad que helaba. —Por supuesto que sí. Liam dio un paso adelante, todavía incrédulo. —¿Qué demonios significa esto, abuela? La anciana lo miró directo a los ojos, sin perder el porte. —Significa, querido, que la junta necesitaba una prueba de que no eres un témpano de hielo incapaz de sentir nada por tu esposa. Y ahora la tienen. Harper abrió la boca, sorprendida. —¿Quiere decir que… todo fue una trampa? Eleanor asintió con calma. —Planeada cuidadosamente. Daniel es un actor excelente. Sabía exactamente cómo provocarte, Liam. Y tú reaccionaste como debía ser, con el corazón y no con la cabeza. Liam apretó los puños. —¡Me hiciste quedar como un salvaje frente a todo el consejo! —No, muchacho. —Eleanor se acercó con pasos firmes—. Te hice quedar como un hombre. Uno capaz de pelear por lo que ama. El silencio que siguió fue espeso. Harper aún no salía de su asombro. —¿Está diciendo que todo este espectáculo fue… por nosotros? —Por ti —corrigió Eleanor, mirándola con ternura—. Porque sin ti, Harper, mi nieto se habría encerrado para siempre en su propio vacío. Y yo no pienso permitir que la compañía ni la familia caigan en manos de buitres como Crane. Harper tragó saliva. Liam, en cambio, parecía dividido entre la furia y la gratitud. —Podrías haberme dicho algo —murmuró él. —Y lo habrías arruinado —respondió Eleanor, seca—. Te conozco demasiado bien. La anciana tomó su bolso, lista para retirarse. Pero antes de salir, dejó una última frase en el aire. —Ahora la junta cree en ustedes. El resto depende de lo que hagan con este matrimonio. No de mí. Cuando la puerta se cerró, Harper se dejó caer en un sofá, todavía en shock. —Tu abuela… —susurró, llevándose una mano a la frente— es más peligrosa que Nicholas. Liam no respondió. La miró unos segundos, y por primera vez, no supo si agradecerle a Eleanor… o temerle. Al día siguiente. El calor húmedo de Miami contrastaba con el aire gélido de Nueva York. Desde el momento en que bajaron del jet privado, Harper supo que todo lo que hicieran en esa ciudad sería observado. Prensa, inversores, competidores. Cada movimiento estaba bajo escrutinio. Liam caminaba a su lado, impecable en su traje claro, como si el clima tropical no pudiera afectarlo. Harper, en cambio, llevaba un vestido de lino blanco que resaltaba su figura sin esfuerzo. Las cámaras captaron su llegada al hotel como si fueran estrellas de cine. —Recuerda —le susurró Liam mientras posaban brevemente para los fotógrafos—, no se trata solo de parecer unidos. Se trata de que Crane crea que no puede tocarnos. Harper le sostuvo la mirada y sonrió con elegancia hacia los flashes. —Entonces será mejor que empieces a ensayar cómo se ve un hombre enamorado. La sonrisa de Liam apenas se movió, pero sus ojos la traicionaron. La convención se desarrollaba en un hotel de lujo frente a la playa. En los salones, los inversionistas internacionales iban y venían con copas de champán, hablando en distintos idiomas, cerrando tratos con la facilidad de quien mueve cifras millonarias. Cuando Harper y Liam hicieron su entrada oficial al salón principal, todas las miradas se giraron hacia ellos. Él le ofreció el brazo, y ella lo tomó con naturalidad. No como un papel ensayado, sino como si siempre hubiera sido así. Nicholas estaba allí, por supuesto. En cuanto los vio, su expresión se endureció apenas un segundo antes de recuperar la sonrisa. —Así que los recién casados vinieron a derretirse al sol de Miami —dijo al acercarse—. Espero que este calor no derrita también su farsa. Harper lo miró directamente, sin parpadear. —El calor derrite a los débiles, Nicholas. Nosotros estamos muy bien. El comentario arrancó un murmullo divertido entre los ejecutivos que los rodeaban. Nicholas apretó la mandíbula, aunque su sonrisa no se borró. Liam lo miró con frialdad. —Si has venido a trabajar, Crane, hazlo. Si solo has venido a perder el tiempo, déjanos en paz. Nicholas inclinó la cabeza, como si no le afectara, y se alejó. Pero Harper notó la tensión en su espalda al irse. Más tarde, durante un cóctel al aire libre, Harper se separó un momento de Liam para conversar con un grupo de inversores franceses. Uno de ellos, un hombre joven y bronceado, empezó a coquetear con descaro. Le ofreció un trago, elogió su vestido, y se inclinó demasiado cerca. Liam lo vio desde lejos. Su sangre se encendió. Caminó directo hacia ellos, y sin pedir permiso, rodeó la cintura de Harper con el brazo y la atrajo hacia sí. —Disculpen, señores —dijo con voz grave—. Mi esposa ya tiene compañía. Harper sintió la presión de su mano y el calor de su cuerpo junto al suyo. El inversionista retrocedió con una sonrisa incómoda. —Por supuesto. No quise incomodar. Cuando se alejó, Harper lo miró con el ceño fruncido. —¿Otra vez con tus escenas de celos? —No son celos —replicó él, mirándola a los ojos—. Es que no soporto que otro hombre te mire como si fueras algo disponible. Ella abrió la boca para responder, pero se quedó callada. Porque aunque odiaba admitirlo… en ese momento, el tono de Liam no sonaba a posesión. Sonaba a miedo. Esa noche, en la suite presidencial del hotel, Harper salió al balcón con el mar iluminado por la luna frente a ella. Liam apareció detrás, quitándose la chaqueta. —¿Sabes? —dijo ella, sin girarse—. Si querías convencer al consejo de que somos un matrimonio real, lo estás haciendo demasiado bien. Él se acercó hasta quedar a su lado. —No estoy convenciendo al consejo, Harper. Estoy intentando convencerte a ti. El corazón de ella dio un salto. Pero no respondió. No todavía. La suite estaba en penumbras. El murmullo del mar llegaba apagado desde el balcón, y la brisa cálida se filtraba entre las cortinas. Harper se quitó los pendientes frente al espejo y, sin girarse, habló con voz firme. —Quiero que dejes de actuar de esa manera. Estamos a solas, Liam. Bien sabes que aquí no es necesario fingir. Ahora solo vamos a descansar. Liam se apoyó en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. La miraba como si la intentara descifrar, como si cada palabra de ella fuera una nueva barrera levantada entre los dos. —Harper —dijo despacio—, sé bien que es difícil para ti concebir la idea de que realmente estoy luchando para que este matrimonio sea verdadero… y no solo frente a las cámaras. Ella lo miró a través del espejo, con una sonrisa amarga. —No te creo. Así que por favor, deja de fingir. Porque ahí sí que me voy a enfadar. Soy consciente de que no quieres perder el control de la empresa, y por eso finges tan bien. Liam dio un paso hacia ella. —¿Qué es lo que necesitas para creerme? ¿Qué en serio te estoy comenzando a querer? Harper se giró, lo enfrentó directamente. Su mirada estaba limpia, transparente, pero dura como el cristal. —Quiero que renuncies a la empresa. Es la única manera en la que podría creer que en serio me quieres a mí… y no a lo que puedo proporcionarte. Las palabras cayeron como un golpe seco. Liam se quedó inmóvil, el aire atrapado en sus pulmones. —No… —dijo finalmente, con voz baja, casi ronca—. No puedo hacer algo así. Lo siento demasiado. Harper asintió lentamente, como si ya hubiera sabido la respuesta. —Eso pensaba. Se apartó hacia la cama, dándole la espalda. Liam se quedó de pie en medio de la habitación, sintiendo que la distancia entre ellos se volvía más grande que todo el océano que los rodeaba…
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