17: A su rescate

1768 Words
Las palabras de Liam fueron como una piedra en el pecho de Harper. “Estoy intentando convencerte a ti.” Era la respuesta que había esperado. Y, sin embargo, la decepción le mordió por dentro. No sabía si era porque quería escuchar otra cosa… o porque no soportaba reconocer cuánto la afectaba. Se giró hacia él, con los ojos brillando, no de ternura, sino de rabia contenida. —Entonces, por favor, Liam, no vengas a decirme que me quieres ni que estás dispuesto a luchar por este matrimonio. Porque todos sabemos cómo comenzó, y todos sabemos cómo va a terminar. No le dio tiempo a responder. Se dio media vuelta y caminó hacia la suite, con pasos firmes, sin mirar atrás. Liam se quedó allí, de pie, inmóvil en medio del balcón. El rumor del mar era lo único que lo acompañaba. La siguió con la mirada hasta que desapareció detrás de la puerta, y solo entonces soltó un suspiro largo, casi roto. —Harper… —murmuró, como si decir su nombre pudiera traerla de vuelta. Pero lo único que regresó fue el eco del viento marino. Se pasó una mano por el cabello, frustrado, y en voz baja, como si hablara consigo mismo, dejó escapar la verdad que lo quemaba por dentro. —Si renuncio a la empresa… ¿De qué manera vas a pagar el tratamiento de tu madre? Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, como un secreto que todavía no se atrevía a confesarle directamente. Porque no era un contrato lo que lo ataba. Era ella. Y lo sabía. La segunda jornada de la convención en Miami se desarrolló entre reuniones, firmas y cócteles. Para Harper, todo transcurría con aparente normalidad. Saludaba con cortesía, respondía preguntas con seguridad y se movía con la elegancia que ya había aprendido a usar como escudo. Liam, en cambio, no podía dejar de observarla. Algo en ella había cambiado. No era hostilidad. No era frialdad. Era peor: una distancia suave, elegante, imposible de señalar, pero presente en cada gesto. Cuando él le ofrecía el brazo, ella lo tomaba, pero sin mirarlo. Cuando él intentaba bromear, ella sonreía, aunque con esa clase de sonrisa que no llega a los ojos. Para todos los presentes, la pareja Ashford era perfecta. Pero Liam, en su interior, sabía que Harper se estaba alejando. Esa noche, de vuelta en la suite, él intentó romper la barrera. —Hoy estuviste increíble en tu discurso con los franceses. Les robaste la atención a todos. —Se quitó la corbata y la dejó sobre la silla—. Estaban más interesados en ti que en la inversión. —Me alegra que funcionara —respondió Harper, mientras guardaba sus pendientes en el estuche. Su voz sonó neutral, carente de emoción. Liam se acercó, quedando detrás de ella frente al espejo. —Harper, mírame. Ella levantó los ojos, pero solo a través del reflejo. —¿Qué pasa? —Siento que… te estoy perdiendo. —Su voz salió más baja de lo que esperaba. Harper parpadeó despacio y, tras un breve silencio, respondió: —No se pierde lo que nunca se tiene, Liam. Se apartó hacia la cama, dejó el vestido a un lado y se metió bajo las sábanas como si nada más hubiera quedado por decir. Liam se quedó de pie en medio de la habitación, con la garganta seca. Esa frase lo había golpeado más fuerte que cualquier acusación. Cuando ella apagó la lámpara, él permaneció despierto, mirando el techo. Había conducido a decenas de juntas, había ganado batallas legales imposibles, había enfrentado a Nicholas en más de una ocasión. Pero no sabía cómo recuperar a Harper cuando ella no quería ser recuperada. El silencio de Harper se convirtió en un filo invisible que lo cortaba cada vez más hondo. Y, sin embargo, al verla dormir, supo que no pensaba rendirse. La mañana siguiente amaneció húmeda y brillante en Miami. Harper bajó al salón del desayuno temprano, vestida con un conjunto sencillo de seda azul. No esperaba encontrar nada especial en la mesa, pero cuando se sentó, vio algo que la sorprendió. Un café con leche exactamente como le gustaba —con dos cucharadas de azúcar y un toque de canela— ya la estaba esperando. A un lado, un pequeño arreglo de gardenias blancas. Levantó la mirada. Liam estaba de pie a unos metros, con las manos en los bolsillos, observándola con una mezcla de nerviosismo y orgullo contenido. —Las gardenias… —murmuró ella, arqueando una ceja—. ¿Cómo supiste? —Le pregunté a tu madre —dijo él, encogiéndose de hombros—. Fue la primera vez que me habló más de cinco minutos por teléfono. Harper bajó la vista a las flores, en silencio. El gesto era torpe, improvisado… pero genuino. Y eso era lo que más le desconcertaba. —Gracias —dijo al fin, con voz baja. Liam asintió, y por primera vez en días, sintió que había logrado atravesar un poco de su muralla. Más tarde, en el segundo día de la convención, Harper se encontraba revisando unos documentos en una mesa lateral del salón principal. Liam estaba ocupado conversando con un grupo de ejecutivos de Chicago. Nicholas aprovechó la oportunidad. —Qué sola te veo, Harper —dijo al acercarse con una copa en la mano—. Tu esposo parece más interesado en vender números que en cuidar lo que tiene al lado. Harper lo miró con calma. —Estoy perfectamente bien, gracias. —Claro que lo estás. —Nicholas sonrió con descaro—. Aunque dime, ¿cuánto tiempo crees que podrás seguir fingiendo? Todos sabemos que este matrimonio es un trato, no una historia de amor. Ella apretó los labios, intentando mantener la compostura. —No deberías hablar de lo que no entiendes. Nicholas inclinó la cabeza. —Entiendo más de lo que crees. Y si alguna vez decides que quieres algo real, Harper, yo estaré aquí. —Se inclinó hacia ella, bajando la voz—. Solo tienes que darme una señal. En ese instante, Liam apareció detrás, con la mirada encendida. —¿Te estás divirtiendo, Nicholas? —su voz era tan baja y peligrosa que Harper sintió un escalofrío. Nicholas sonrió, como si hubiera esperado esa reacción. —Solo conversábamos. ¿O acaso no confías en tu esposa? Liam se tensó, pero Harper puso una mano sobre su brazo antes de que perdiera el control otra vez. —No merece la pena —le susurró, mirándolo directo a los ojos. Y por primera vez, fue Harper quien lo detuvo antes de que su rabia estallara. Nicholas se alejó lentamente, disfrutando cada segundo de la tensión que había sembrado. Liam respiró hondo, todavía con la furia en el cuerpo. —Si vuelve a acercarse a ti de esa manera… —empezó a decir. —Entonces tendrás que demostrar que confías en mí —lo interrumpió Harper—. Porque yo no voy a darle el gusto de vernos perder el control. El silencio entre ellos fue breve, pero intenso. Harper volvió a la mesa, y Liam se quedó mirándola, sabiendo que lo que Nicholas había intentado no había sido solo una provocación… sino una advertencia. La noche había caído sobre Miami con un cielo teñido de rojo y dorado. Desde la terraza de la suite presidencial, Harper observaba las luces de la ciudad reflejándose en el mar. El aire cálido le revolvía el cabello, y por un momento, pensó que era la primera vez en días que podía respirar. Detrás de ella, Liam entró con dos copas de vino. La dejó a su lado, sin decir nada, y se quedó en silencio, respetando ese espacio que a menudo él mismo invadía sin darse cuenta. —Las gardenias… —dijo Harper de pronto, sin mirarlo—. No deberías haber hecho eso. Liam arqueó una ceja. —¿Por qué no? —Porque me obligas a sentir algo que no quiero —confesó, girándose al fin hacia él—. Y no sé si lo hago porque eres sincero… o porque simplemente no quiero engañarme más. Liam la miró fijamente, sin un atisbo de ironía. —No era un truco, Harper. Solo quería que supieras que pienso en ti. Ella tragó saliva. Lo odiaba y lo agradecía al mismo tiempo. Y esa contradicción era lo que más la asustaba. Por primera vez en mucho tiempo, no lo rechazó cuando él se acercó y le apartó un mechón de cabello del rostro. No lo besó. No lo abrazó. Pero tampoco lo alejó. La calma duró poco. Al día siguiente, en pleno salón de la convención, Nicholas lanzó su jugada. Presentó un proyecto paralelo de expansión con otro grupo de inversores europeos, sin informar previamente al consejo. Lo hizo en voz alta, frente a la prensa y a un puñado de ejecutivos ansiosos de ver un quiebre en Ashford Enterprises. —No podemos depender de decisiones unilaterales disfrazadas de romance —dijo Nicholas, mirando de reojo a Harper y Liam—. Los negocios no son un espectáculo sentimental. El murmullo en la sala fue inmediato. Algunos asentían, otros cuchicheaban, y los periodistas ya tecleaban frenéticamente en sus teléfonos. Harper intercambió una mirada rápida con Liam. Sabía que este era el momento, tenían que mostrarse unidos. Liam tomó el micrófono primero, con la voz firme. —Nicholas Crane habla de independencia, pero lo que olvidó mencionar es que su proyecto paralelo no fue aprobado ni revisado por el consejo. Lo que sí está aprobado es nuestra estrategia de expansión, presentada y firmada hace tres semanas. Y, antes de que Nicholas pudiera replicar, Harper dio un paso al frente. —Además —añadió ella con elegancia—, lo que Crane llama “romance” es, en realidad, confianza. La misma confianza que los inversionistas necesitan para depositar sus capitales en esta empresa. La nuestra no es una fachada, señores. Es un matrimonio, una alianza y un proyecto sólido que seguirá creciendo. La sala explotó en aplausos. Nicholas sonrió con los labios, pero su mirada era puro veneno. De regreso en la suite, Harper cerró la puerta detrás de ella y apoyó la espalda en la madera, agotada. Liam se acercó despacio. —Hoy me salvaste —dijo él, sincero. —No te equivoques —respondió ella, aún sin levantar la vista—. No te salvé a ti. Salvé lo que estamos construyendo. Pero en su interior, Harper sabía que algo se había movido. Su corazón latía distinto desde la noche anterior. Y aunque intentara negarlo… las gardenias todavía estaban frescas en la mesa…
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