Harper no respondió. Caminó hasta la puerta con un paso firme y la frente en alto, porque sabía bien que no tenía de qué avergonzarse.
—Haré una copia de todo esto —dijo—. Y la enviaré a Liam personalmente. Así no tendrá que enterarse por sorpresa.
—Sabía que no ibas a ser fácil —murmuró él, con cierta admiración.
—Y tú deberías saber que eso no es un cumplido. Si piensas que mi lealtad se encuentra dirigida hacia ti, estás muy equivocado, en serio que sí —ella miró a Nicholas con soberbia —siempre voy a elegir a Liam por encima de cualquiera y esto no es cuestión de que él es mi esposo, sino más bien algo llamado lealtad, una palabra de la cuál tú desconoces totalmente.
Salió sin mirar atrás, se sentía nerviosa ahora que la farsa de su matrimonio estaba por descubrirse, tenía temor de que pudieran perjudicar a Liam de alguna manera.
—Tenemos que hablar —Harper entró en la oficina de Liam sin tocar —. Hay algo que te debo mostrar.
El expediente estaba sobre el escritorio de Liam.
No dijo nada al recibirlo. Lo leyó en silencio. Cada página que pasaba lo hacía más consciente de lo que Nicholas estaba intentando: una bomba legal disfrazada de formalidad. Un ataque directo. Frío. Preciso.
Al terminar, alzó la mirada hacia Harper. Ella estaba de pie frente a él, con los brazos cruzados.
—Me lo dio en persona esta mañana —dijo ella—. Me pidió que lo leyera, pero preferí traerlo directamente.
Liam desvió la mirada hacia el ventanal, su mandíbula tensa, sus ojos oscuros como tormenta.
—Quiere deslegitimar el testamento. Usar nuestro matrimonio como excusa para una auditoría —murmuró.
—Y lo peor es que puede hacerlo —respondió Harper, bajando la voz—. Tiene acceso, influencia, y… lo sabe.
Liam golpeó el escritorio con la palma, un solo golpe seco, contenido.
—¡Maldito hijo de…!
—Gritar no va a solucionar esto —lo interrumpió ella con firmeza. —Debes de encontrar una solución que no sea ponerse como vieja histérica.
Liam levantó la cabeza. Sus ojos encontraron los de Harper. Durante unos segundos no hubo nada más. Solo ellos. La tensión. El miedo que no se admitía en voz alta. El orgullo que aún dolía.
—¿Estás conmigo en esto? —preguntó finalmente.
—Estoy contigo —respondió Harper—. Pero solo si esto lo enfrentamos juntos. Sin secretos. Sin decisiones unilaterales. Como socios.
Liam asintió. Se levantó de su silla.
—Voy a reunir al equipo legal esta tarde. Quiero que estés en esa sala. Necesito que todos te vean como lo que eres: la esposa legítima, no una excusa corporativa.
Harper no respondió enseguida. Lo observó con atención, intentando leer lo que había más allá de su tono de voz.
—¿Y estás haciendo esto por mí, por la empresa… o porque Nicholas te está ganando?
Liam frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero saber si me ves como una compañera… o como una pieza que no puedes permitirte perder.
Él dio un paso hacia ella.
—Te veo como alguien que no pienso dejar que nadie me arrebate —dijo, despacio.
Eso debería haber sonado hermoso. Pero no fue así.
Harper bajó la mirada y retrocedió un paso.
—¿Ves? Ese es el problema. Siempre hablas de perder… de que te arrebaten… como si yo fuera una posesión.
Liam se quedó en silencio. No porque no tuviera respuesta. Sino porque, por primera vez, se dio cuenta de que ella tenía razón.
Esa tarde, durante la reunión con los abogados, Harper y Liam se mostraron como un frente sólido. Serena, segura, ella respondió cada pregunta con precisión. Él se mantuvo firme, defendiendo su matrimonio como algo legítimo.
Pero al salir, cuando las puertas del ascensor se cerraron y se quedaron solos por unos segundos, todo se volvió a tensar.
—Gracias por no exponerme —dijo Liam.
—No lo hice por ti. Lo hice por mi madre, si a ti te corren, no tendré cómo pagar su tratamiento —respondió ella.
Y durante el resto del trayecto, el silencio volvió a instalarse entre ellos, como una tercera presencia, incómoda, pero inevitable.
La mansión estaba en penumbras cuando llegaron. El sonido de las llaves y el eco de los tacones de Harper fueron lo único que llenó el aire durante los primeros minutos. Ella dejó su bolso sobre la consola de la entrada, mientras Liam se quedó detrás, observándola en silencio.
No soportaba ese muro invisible que parecía crecer entre ellos a pesar de que se habían mostrado como un frente unido.
—Harper —la llamó al fin, con voz grave.
Ella giró despacio. Lo miró con serenidad, pero sin suavidad.
—¿Qué quieres?
Él respiró hondo, como si cada palabra que estaba a punto de decir le pesara.
—Quiero pedirte perdón.
Harper arqueó una ceja.
—¿Por qué exactamente? La lista es larga.
—Por tratarte como… una extensión de mi vida. Como si fueras algo que no podía perder, en lugar de alguien que ya estaba aquí conmigo. —Liam se pasó una mano por el cabello—. No lo sé hacer bien, Harper. Pero quiero intentarlo.
Ella lo miró durante unos segundos que se sintieron eternos. Podía haberlo rechazado. Podía haberlo humillado. Pero lo que salió de sus labios fue distinto.
—No necesito que me prometas que vas a intentarlo. Necesito que lo hagas. Y si no puedes… entonces sé honesto y no me arrastres contigo.
Liam asintió, despacio. Era la primera vez en mucho tiempo que se rendía en algo.
—Dame la oportunidad. Una.
Harper respiró hondo, luego se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras.
—La tendrás. Pero si la desperdicias, Liam… no habrá segunda.
A la mañana siguiente, la oficina estaba más cargada que de costumbre. El consejo había convocado a una reunión de urgencia. Cuando Harper y Liam entraron en la sala de juntas, ya había alguien esperándolos.
Una mujer de unos sesenta años, de porte elegante, cabello recogido en un moño impecable y un traje color marfil. Su sola presencia imponía respeto.
—Señor Ashford. Señora Ashford. —Su voz era clara, segura—. Mi nombre es Margaret Duvall. Fui socia de su abuelo durante veinte años.
Liam se tensó al instante.
—No sabía que aún estaba vinculada a la empresa.
—No lo estoy —respondió ella, tomando asiento—. Pero sigo vinculada al testamento.
Harper entrecerró los ojos.
—¿Qué quiere decir?
Margaret los observó con una calma calculada.
—Lo que Nicholas Crane está intentando es un juego peligroso, sí. Pero hay algo que ustedes desconocen. La cláusula que ya conocen —la del matrimonio, la duración, el heredero— no es la única. Hay otra que se abrirá en caso de que el consejo cuestione la legitimidad del matrimonio.
Liam apretó la mandíbula.
—¿Y cuál es?
Margaret se inclinó hacia adelante.
—Que en ese escenario, no bastará con que sigan casados. Tendrán que demostrar una convivencia real. Fotos, testimonios, viajes juntos… todo lo que pruebe que este matrimonio no es una farsa. Y créanme, Nicholas lo sabe.
Harper y Liam intercambiaron una mirada rápida. Ambos sabían lo que eso significaba, no solo tendrían que fingir… tendrían que vivirlo de verdad.
—¿Por qué nos dice esto? —preguntó Harper.
—Porque su abuelo confiaba en mí. Y porque sé que Nicholas no juega limpio. Si no se preparan, él los va a destruir…