5: Meras fachadas

1108 Words
Las puertas se cerraron tras ellos con un sonido seco. Un eco que se sintió más pesado de lo habitual. Liam se quitó la chaqueta sin mirarla. Harper lo siguió por el pasillo, en silencio. La tensión no era de enojo. Era otra cosa. Más peligrosa. Más íntima. —Buen trabajo esta noche —dijo él, finalmente. —¿Me estás calificando? —Estoy agradeciéndote. A mi manera, así que por el momento te tienes que conformar. Ella dejó su clutch sobre la consola de mármol. Se giró hacia él. —No necesito que me agradezcas. Necesito saber dónde estamos parados. Liam la miró, con esa mirada de acero templado que siempre usaba cuando sentía que alguien se acercaba demasiado a su muro interno. —Estamos casados. Esa es la posición oficial. —Y la emocional, ¿cuál es? —Inexistente. Tal como acordamos. Harper lo sostuvo con los ojos. Le dolía. Y le molestaba que le doliera. —Buenas noches, señor Ashford. —Harper… —No. No me mires así. Porque no soy una pieza más en tu juego. Subió las escaleras sin mirar atrás. Y Liam, por primera vez, se sintió como el peón que no sabe en qué parte del tablero se volvió vulnerable. Hospital – Día siguiente, 10:21 h. Harper sostenía la mano de su madre mientras la enfermera revisaba las máquinas. Olivia estaba más débil que nunca, pero sus ojos conservaban la chispa de siempre. —Te vi en una revista online esta mañana —dijo con voz suave. —¿De verdad tienen wifi aquí? —Las enfermeras me prestan sus teléfonos. Eres famosa ahora. Harper se encogió de hombros. —Es solo fachada. Para proteger la empresa de Liam. —Sí, claro… —Olivia la observó con una sonrisa cansada—. ¿Y por qué entonces lo miras como si no supieras si amarlo u odiarlo? Harper se quedó en silencio. —¿Te está haciendo daño? —No. En realidad no. —¿Te está haciendo sentir cosas que no esperabas? Esa pregunta… dolió más. —No sé, mamá. No puedo permitirme sentir nada ahora. No cuando todo esto depende de un equilibrio tan frágil. Olivia acarició su mano. —Las emociones no preguntan si pueden pasar. Solo entran. Y cuando lo hacen, lo derrumban todo. Harper tragó saliva. —¿Y si no hay nada al otro lado del derrumbe? —Pues simplemente continúas con tu vida, porque créeme que aunque sea difícil de creer, se puede continuar adelante. —¿Incluso con un corazón roto? —Incluso con un corazón roto. Harper llegó a la mansión Ashford luego de salir del hospital. Miró el calendario en su celular y supo que debía hacer algo, así que luego de comprobar que Liam no se encontraba en casa, se puso un delantal y se ató el cabello en un chongo medianamente ordenado. Liam volvió a casa poco antes de las diez. Las luces estaban apagadas. Ni un sonido. Sólo el crujido leve de la madera al empujar la puerta. —¿Harper? —llamó con voz baja, cautelosa. Nada. Caminó por el pasillo principal, tenso. Pero cuando dobló hacia el salón… La luz suave de 35 velas lo detuvo. Y Harper. De pie en el centro de la sala, sosteniendo un pastel casero en las manos. Ella usaba una blusa sencilla, el cabello atado de forma relajada, y la mirada brillante. —Sorpresa —dijo con una sonrisa tímida—. No sabía si querrías celebrarlo… pero pensé que nadie debería pasar su cumpleaños en silencio. Liam se quedó quieto y totalmente desarmado. —Tú… —murmuró, acercándose—. ¿Tú hiciste eso? —Casi prendo fuego la cocina. Y el glaseado está feo. Pero tiene chocolate real. No de esos de máquina. Él la miró como si fuera otra persona. O, más bien, como si fuera la primera vez que la veía de verdad. —No tenías que hacer esto. —Ya sé. Por eso lo hice. Liam tragó saliva. Las velas parpadeaban entre ellos como testigos silenciosos. —¿Vas a pedir un deseo? Liam se acercó. Miró las llamas. Luego, sin pensarlo, alzó la mirada hacia ella. —Ya lo tengo —dijo, apenas audible. Y sopló las velas. El salón quedó en penumbra, pero el fuego entre ellos apenas acababa de empezar. —Gracias por hacer esto, generalmente mi cumpleaños es un día más para mí. Me limito a trabajar y luego a beber una copa en completa soledad. —Bueno, mientras sea tu esposa pues al menos voy a tratar de darte un poco de normalidad. No tenemos que llevarnos mal, incluso si el matrimonio es meramente de contrato, podemos llevar un trato cordial en este mes que vamos a estar casados. —Estoy de acuerdo, Harper. Mansión Ashford. Al día siguiente. Liam entró a la biblioteca tras recibir un mensaje de la señora Eleanor. Harper ya estaba allí, sentada en uno de los sofás, con las piernas cruzadas y el rostro neutro. —Gracias por venir —dijo Eleanor desde su escritorio. Tenía el sobre sellado en las manos. —¿Qué es esto, exactamente? —preguntó Liam, cruzando los brazos. —La cláusula final del testamento de tu abuelo. El abogado autorizó su lectura a partir de hoy, después de tu cumpleaños. Liam asintió y le extendió el sobre a su abuela una vez que ella se lo pidió. Harper no dijo nada, pero su pecho se apretó sin entender por qué. Eleanor rompió el sello. Sacó la hoja con cuidado. Leyó en voz alta: “En caso de que mi nieto, Liam Alexander Ashford, cumpla con la condición inicial de contraer matrimonio legalmente antes de su cumpleaños número treinta y cinco, se establece lo siguiente: El traspaso total y definitivo de Ashford Enterprises a su nombre sólo se hará efectivo si dicho matrimonio permanece vigente por un período mínimo de doce meses completos, sin separación legal ni divorcio. Además, como legado a mi linaje y mi apellido, deberá existir al menos un intento real de descendencia dentro de ese periodo.” El silencio fue brutal. Harper abrió la boca, pero no logró emitir sonido. Liam cerró los ojos por un segundo. Su mandíbula se endureció. —¿Un hijo? —murmuró ella finalmente. Eleanor no dijo nada. Solo los observó con una mezcla de pena y resignación. Liam se giró lentamente hacia Harper. —Esto no estaba en el acuerdo. —Ni en el mío —susurró ella, con el rostro completamente blanco. La habitación, que horas antes contenía solo tensión, ahora era una bomba emocional a punto de estallar…
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