7: Una actitud fría y distante

1460 Words
Liam llegó a la oficina como de costumbre, pero algo en el ambiente le pareció distinto. Tenso. Aséptico. Frío. Harper ya se encontraba en su puesto, tecleando con rapidez mientras sujetaba el teléfono con el hombro. —Buenos días, señor Ashford —dijo en tono neutro, levantándose, apenas lo vio entrar. Tomó la tablet y se acercó con profesionalismo impecable—. Hoy tiene tres reuniones con nuevos clientes. Le envié toda la información a su correo. Si necesita algo adicional, estaré en mi escritorio. Todo en ella era eficiencia. Precisión. Distancia quirúrgica. Y justo hoy, esa frialdad le resultaba asfixiante a Liam. —Harper, por favor, no hagas esto —murmuró él—. ¿Qué fue lo que pasó anoche? Ella no lo miró. —No entiendo a qué se refiere, señor Ashford. Solo estoy cumpliendo con mi trabajo. Ahora, si me disculpa… —Espera un momento —dijo él, deteniéndola con una mano firme sobre su brazo—. Quiero que me digas lo que pasó anoche. ¿Acaso yo… me sobrepasé contigo? Harper giró el rostro hacia él con lentitud. Su expresión era tan seria como su voz. —Señor Ashford, eso podría interpretarse como acoso s****l. Le aconsejo que, si no quiere meterse en un nuevo problema, me suelte en este preciso instante y me permita volver a mis tareas. En ese momento, la puerta de la oficina se abrió sin previo aviso. Un hombre entró con paso relajado y una sonrisa ladina. Tenía el cabello rubio oscuro, perfectamente peinado, ojos verdes brillantes y ese tipo de porte que incomoda por la seguridad con la que se impone en cualquier espacio. —Eso se ve como acoso s****l —dijo con tono divertido, mirando la mano de Liam aún sobre el brazo de Harper—. Vamos, Ashford… tengo entendido que ahora eres un hombre casado. Esto podría traerte problemas con tu esposa. —Nicholas —gruñó Liam, soltándola de inmediato—. Te he dicho mil veces que toques la puerta. Ser socio no te da derecho a entrar como si esto fuera tu casa. —Toqué —replicó Nicholas, con una sonrisa falsa—. Pero parece que estabas ocupado acosando a tu secretaria. En fin… vine a hablar sobre tu flamante matrimonio. Y cómo podría impactar a la empresa. —Las cosas seguirán exactamente igual —dijo Liam, ya perdiendo la paciencia—. Así que lárgate. Estoy ocupado con Harper. —Señor Ashford, realmente necesito volver al trabajo —intervino ella con frialdad, aprovechando el momento para zafarse—. Con su permiso. Y sin esperar respuesta, salió de la oficina. Liam la siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró tras ella. Entonces giró lentamente hacia Nicholas. —Te juro que quiero matarte. —Tú nunca invitas a nadie a tus bodas secretas. Considera esto mi visita de cortesía. —Hizo una pausa, luego añadió con una sonrisa—. Aunque a la novia todavía no la conozco bien… Tengo curiosidad. —Fuera. Ahora —espetó Liam, con los ojos oscuros de furia contenida—. No estoy de humor para tus estupideces. Nicholas alzó las manos como si se rindiera, pero aún sonreía. —Qué carácter, Ashford. Se nota que el matrimonio te está afectando. Y salió sin más, dejando tras de sí el eco de su risa. Liam se dejó caer en su silla, cerró los ojos, y apretó los puños sobre el escritorio. No sabía qué le irritaba más. Haber perdido el control... o que Nicholas lo hubiera notado. Harper cerró la puerta de la oficina con cuidado, aunque por dentro la tensión le hacía desear un portazo. Caminó de regreso a su escritorio sin mirar a nadie, con la espalda recta y el rostro sereno, como si nada hubiera pasado. La rutina era su mejor escudo. Se sentó frente a la laptop, revisó la agenda del día y retomó su trabajo. Las manos, sin embargo, le temblaban apenas sobre el teclado. Nadie lo notaría, pensó. Nadie nunca lo nota. No sabía qué la incomodaba más: el hecho de que Liam le hubiera preguntado si se sobrepasó, como si lo que ocurrió la noche anterior pudiera reducirse a una línea borrosa entre error y deseo, o que lo hubiera dicho con esa mirada culpable que parecía pedir perdón sin hacerlo del todo. Y sobre todo, ese nombre. Becky. El peso de una mujer fantasma que aún ocupaba espacio en su cama... y en su subconsciente. Un par de pasos se acercaron. Harper no levantó la vista hasta que escuchó la voz. —¿Estás bien? Era Nicholas Crane. Estaba de pie frente a su escritorio con dos tazas de café en la mano y una sonrisa casual dibujada en el rostro. Su presencia era elegante, segura, tan diferente de la rigidez emocional de Liam que el contraste era casi violento. —No tomo café de extraños —respondió Harper, sin quitar los ojos de la pantalla. —Entonces tómalo como un gesto diplomático. No soy tan extraño. Soy socio de tu flamante esposo. Ella levantó una ceja, apenas. No quería mostrar sentimiento alguno y menos ahora que sabía que ella era la esposa de Liam y menos cuando había fingido no saber nada. —Eso no te hace menos extraño —replicó, seca. Nicholas soltó una pequeña risa y dejó una de las tazas sobre su escritorio con la misma naturalidad con la que alguien deja un expediente. No hubo insistencia, solo un gesto. —Lo de hace un rato... ¿Todo bien? —Todo está perfectamente —respondió sin mirarlo, marcando cada palabra con precisión. —No lo parecía —dijo él, bajando el tono—. No me malinterpretes, no estoy aquí para meterme donde no me llaman. Solo… Sé reconocer cuando alguien necesita un respiro. Harper apartó las manos del teclado por un segundo y lo miró directamente. Tenía esa forma de analizar a la gente que podía incomodar a más de uno, pero Nicholas sostuvo la mirada con la misma calma con la que lo hacía todo. —Gracias por el café —dijo ella al final—. Pero no necesito que nadie me salve. —No vine a salvarte. —Él retrocedió un paso, preparándose para irse—. Solo pensé que alguien debería tratarte como una mujer… No como una cláusula más en un contrato. Y se marchó, sin esperar respuesta. Harper lo siguió con la mirada hasta que desapareció al fondo del pasillo. Bajó los ojos hacia la taza de café que él había dejado. No la tocó. Pero tampoco la retiró. Liam salió de la oficina con el cuerpo tenso y el temperamento aún más. Caminaba con pasos largos y decididos, pero había algo torcido en su interior que no lograba alinear. La conversación con Harper lo había dejado descolocado… no, más que eso. Lo había dejado ardiendo por dentro. Le hablaba como si él fuera su jefe y nada más. Como si lo de la noche anterior no hubiera existido. Como si ese beso —su beso— no hubiese significado absolutamente nada. Y entonces la vio. Sentada en su escritorio, concentrada en la pantalla, los labios apretados. Profesional. Intocable. Exactamente como cuando la conoció. Pero había algo más. Una taza de café. No de las que tenían el logo de la empresa. No de las que él solía pedir para ella. Era blanca, de porcelana fina, con tapa negra. De una cafetería del centro, una que él conocía bien porque Nicholas Crane solía pasar ahí cada mañana. Liam se detuvo en seco, su mirada clavada en el objeto como si fuera una amenaza disfrazada. —¿Y eso? —preguntó en tono bajo, pero cargado. Harper levantó la vista, sin apurarse. —¿Esto? —Tomó la taza con una mano y giró ligeramente la muñeca—. Me la trajo Nicholas. El silencio entre ellos se tensó al punto de que podía cortarse con el filo de una palabra. —¿Nicholas te trajo café? —repitió Liam, más por necesidad de confirmar lo que había oído que por incredulidad. —Sí. Dijo que era una ofrenda diplomática. No sabía que tenía tantas habilidades sociales. —Harper se encogió de hombros con deliberada indiferencia y volvió la vista a su pantalla—. Aunque tranquilo, no lo tomé. No me gustan los regalos con doble intención. Liam apretó la mandíbula. Su mirada seguía fija en la taza como si esa porcelana blanca hubiera invadido su territorio. —Nicholas no hace nada sin intención —dijo al fin—. Deberías tener cuidado con él. Harper lo miró, alzando una ceja con calma. —¿Lo dices como mi jefe o como mi esposo?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD