3: El día de la boda

1718 Words
Sacudió la cabeza y apartó esa idea. Todo esto era un negocio. Como cualquier otro. Cerró el reloj de bolsillo de su abuelo. Lo colocó en su chaqueta y supo que era tiempo para cumplir el trato. 15 minutos antes La casa de Liam era una mansión de revista. Columnas de mármol, escaleras de ensueño, una alfombra blanca cubriendo el pasillo hasta un altar improvisado en la terraza, frente al skyline de Manhattan. Harper estaba sola en una habitación enorme, vestida de blanco, con una maquilladora terminando los últimos detalles. Nadie de su familia, puesto que el único m*****o que tenía estaba en el hospital; no había nadie de su mundo. Solo un asistente del abogado de Liam, que le entregó el anillo y las instrucciones. No necesitaba practicar la sonrisa. Ya la había usado demasiadas veces en la oficina. Pero cuando la música empezó, y las puertas se abrieron, algo en su pecho se tensó. Allí estaba él. Liam. De pie frente al altar, tan perfecto y lejano como siempre. Sus ojos la encontraron. Y por un instante… parpadeó. Pequeño gesto. Gran señal. En sus adentros sintió cómo algo se removió, sonrió con satisfacción al ver que ella había elegido uno de los vestidos que él había seleccionado. Harper respiró hondo y dio el primer paso. Ella caminaba hacia él como si todo fuera real. Y ese era el problema. Cada paso de Harper era sereno, digno, y absolutamente ajeno a las mujeres que él había visto desfilar en su vida. Ella no estaba actuando. Estaba resistiendo. Cuando se paró a su lado, él le ofreció la mano. Harper la tomó. Firme. Fría. La ceremonia fue rápida. Legal. Clara. Sin votos, sin romanticismo. Solo un intercambio de anillos y una frase final: —Yo, Liam Alexander Ashford, te tomo como esposa legal ante la ley y el testamento. La jueza arqueó una ceja, pero siguió. Cuando llegó el momento de besarla, hubo un silencio tenso. Liam bajó la mirada a Harper. Ella lo sostuvo. —Solo lo justo —murmuró ella. Liam asintió. Sus labios se rozaron. No fue un beso. Fue un acuerdo sellado en carne. Cuando se separaron, Harper ya no respiraba igual. Y Liam, por primera vez en mucho tiempo, tampoco. Para ambos este beso había removido algo en sus adentros, pero ninguno de los dos quería admitirlo de manera abierta. Residencia Ashford, día siguiente a la boda Liam no estaba acostumbrado a ramos de flores en su mesa de comedor. Mucho menos a una abuela entrando sin anunciarse y ordenando que todo el mundo se comporte "como si esto fuera una familia y no una maldita junta directiva". —No puedo creer que no haya habido recepción —dijo Eleanor Ashford, sentada en la cabecera de la mesa, con sus anillos brillando tanto como sus ojos azules—. ¡Un nieto mío, casado en secreto como si fuera parte de la realeza exiliada! Harper intentaba no atragantarse con el té de jazmín. La abuela de Liam era… encantadora. Mandona, elegante, afilada como una cuchilla con terciopelo. Y, sorprendentemente, cálida. —Fue todo muy rápido —dijo Harper con una sonrisa educada—. No queríamos hacer un espectáculo. —¿Espectáculo? ¿Querida, has visto esta casa? Es un escenario por sí sola. Liam apoyó el codo en la mesa, masajeándose el puente de la nariz. —Abuela… —Oh, no empieces conmigo, Liam. Ya suficiente tienes con haberte casado sin invitarme. Ahora al menos déjame conocer a mi nueva nieta política sin tu cara de funeral. Harper rió, esta vez de verdad. Era la primera vez que lo hacía desde que firmó el contrato. —¿Puedo preguntar algo, Harper? —dijo Eleanor, inclinándose un poco—. ¿Dónde está tu familia? Me habría encantado conocer a tus padres. Harper se quedó en silencio por una fracción de segundo. Luego bajó ligeramente la mirada, con un gesto sereno pero lleno de sinceridad. —Solo tengo a mi madre. Está enferma así que no pudo asistir porque se encuentra en el hospital y no puede salir. Eleanor no preguntó más. Solo asintió, con una mano sobre la suya. —Entonces, cuando la veas, dile que ya tiene una hija casada… y una suegra extra. Harper se sorprendió por el calor en esas palabras. Por cómo esa frase, tan simple, la hizo sentir un poco menos sola en un mundo donde cada rincón le recordaba que no pertenecía allí. —Gracias… señora Ashford. —Nada de "señora". Llámame Eleanor. O mejor, "abuela", si no te resulta demasiado extraño. —Se volvió hacia Liam—. ¡Y tú! Más te vale cuidar a esta mujer. Es encantadora, y si la pierdes, me encargaré personalmente de que te arrepientas. Harper bajó la cabeza, ocultando la sonrisa. Liam no dijo nada. Solo la miró, por primera vez en el día, como si realmente la estuviera viendo. No como una asistente. No como una esposa de mentira. Sino como alguien que, sin proponérselo, empezaba a ocupar un lugar en su mundo que él había cerrado desde hacía mucho tiempo. —También espero que resolvieras los problemas de salud de tu suegra, un hombre debe de resolver y no se encuentra en discusión. No he criado una damisela que tiene que esperar que su mujer resuelva todo sus problemas, ahora que ya te encuentras casado con Harper, debes de saber que los problemas de tu esposa son tuyos. —Ya he resuelto la parte del dinero, abuela. Así que por favor deja de cacarear tan temprano y déjame leer los encabezados de mi boda con Harper. —No me hables así, jovencito —la mirada de la señora Eleanor era afilada y llena de advertencia —recuerda que en mi poder tengo fotos tuyas de cuando eras bebé, muchas de ellas no tienen ropa. —¡Abuela! Dicho esto, Liam se levantó de la mesa y se iba a ir a su despacho. Pero la señora Eleanor con su bastón lo impidió, ella lo puso en los pies de este hombre que terminó por irse de bruces. —¿En serio no te piensas despedir de tu esposa? No puedo creerlo, te puedo pasar que no me quieras dar un beso a mí, pero no a ella. Liam se levantó y sacudió su ropa de diseñador con gran fastidio, al final se acercó a Harper y terminó por darle un beso en la frente. —Uffff, a este paso no voy a tener bisnietos dentro de poco —la inconformidad de la señora Eleanor era evidente —no puedo creer que vengas a darle un beso así a tu esposa, cuando me casé con tu abuelo, él no se quería quitar de encima mío. —Abuela, no comiences con tus cosas. Ahora por favor déjame en paz que tengo cosas que hacer —él se acercó a ella y le dio un beso —quedas en tu casa. Después del té, Harper acompañó a la señora Eleanor hasta el jardín de invierno, donde la luz se filtraba a través del cristal y el olor a lavanda era casi medicinal. —¿Sabes lo que más me gusta de ti, Harper? —preguntó Eleanor, mientras acariciaba a un gato enorme que apareció de la nada. —¿Mi talento para fingir que no estoy asustada en una casa llena de mármol? La anciana soltó una carcajada. —No. Que no finges ser algo que no eres. No te disfrazas de millonaria. No necesitas una fachada. Harper miró al gato, luego al jardín. —Liam y yo somos… diferentes. —Lo sé. Y él necesita eso. Alguien que no baile al ritmo de su ego. Aunque no lo admita, está acostumbrado a que todos se le rindan. Tú… no te rindes. Ni siquiera ante la vida. Harper sintió un nudo en la garganta. No sabía por qué esas palabras la conmovieron tanto. —Mi madre siempre dice que rendirse no es opción cuando no tienes a dónde caer. Eleanor la miró con una ternura silenciosa. Acarició su mano como si ella fuera su abuela de sangre. —Y por eso, querida, mereces más de lo que estás aceptando. Pero no voy a decirte qué hacer. Solo cuida de tu corazón. A veces, los contratos matan lo que podría haber sido amor… y a veces, lo despiertan. Eleanor dejó a Harper en el jardín, la anciana subió al despacho sin anunciarse. Como siempre. Liam estaba frente a la chimenea, con una copa de coñac en la mano y el rostro perdido en pensamientos. —¿No estás celebrando tu primer día de casado? —preguntó ella, entrando como una reina sin trono pero con autoridad intacta. —Son apenas las diez de la mañana y ya estás tomando. —La celebración no estaba incluida en el contrato —murmuró él. —Ah. Claro. El bendito contrato. Se sentó frente a él, sin dejar de observarlo. —Harper es una buena chica. —Lo sé. —No te hagas el indiferente, Liam. Te conozco más de lo que tú te conoces. Estás empezando a sentir cosas que no entiendes… y eso te asusta. —No me asusta nada. —Mentira. Y otra cosa que deberías saber —dijo Eleanor, sacando un sobre de su bolso de cuero viejo—. El abogado de tu abuelo me entregó esto ayer. Me pidió que te lo diera después de tu boda… pero antes de tu cumpleaños. Liam tomó el sobre con expresión tensa. —¿Qué es? —Una segunda cláusula del testamento. Sellada. Solo puede ser abierta después de tu cumpleaños. Él lo miró como si fuera una bomba de relojería. —¿Por qué no lo mencionó antes? —Tu abuelo era un hombre extraño. Pero no tonto. Sabía que si te decía todo de una vez, ibas a encontrar la forma de evitarlo. —Eleanor se puso de pie—. Esta cláusula está relacionada con tu nuevo estado civil. Así que más te vale mantener esa alianza en el dedo… y esa chica a tu lado. Liam no respondió. Sostuvo el sobre cerrado y lo miró con la misma mirada con la que siempre enfrentó negociaciones millonarias: fría, analítica, contenida. Pero por dentro… una grieta comenzaba a abrirse…
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