18: De visita en el hospital

1205 Words
La convención había terminado en triunfo para Harper y Liam, pero en la suite del hotel la energía era otra. El aplauso del público aún resonaba en los oídos de Harper. Sabía que había sido convincente, que juntos habían detenido a Nicholas… pero también sabía que esa fachada de matrimonio fuerte estaba empezando a confundirse con algo que ya no podía controlar. Liam se quitó la chaqueta y la dejó sobre el sofá. La miró en silencio. Ella estaba de pie junto al ventanal, contemplando la ciudad iluminada. —Gracias —dijo él de pronto. —¿Por qué? —preguntó sin girarse. —Por no dejarme caer solo. —Se acercó hasta quedar detrás de ella—. Hoy fuiste… todo lo que esta empresa necesitaba. Y todo lo que yo no merezco. Harper cerró los ojos. Esa vulnerabilidad lo hacía peligroso. Quería odiarlo por fingir, pero esa noche en particular, no parecía fingir nada. Cuando sintió sus manos rozando sus brazos, no se apartó. Giró lentamente y lo enfrentó. Liam le sostuvo la mirada, esperando, sin exigir. Harper lo besó primero. Fue un beso lento, profundo, cargado de todo lo que había reprimido. Cuando se separaron, respiraba agitada, con las mejillas encendidas. —Esto no significa que te crea —susurró contra sus labios. —No necesito que me creas todavía —respondió Liam, acariciándole el rostro—. Solo necesito que me dejes intentarlo. Y esa noche, en la suite presidencial, Harper le permitió entrar un poco más en su mundo. No se trató solo de deseo, sino de una intimidad frágil, como si ambos caminaran sobre un cristal delgado que podía romperse en cualquier momento. Al día siguiente, mientras Harper se dirigía al lobby para una reunión informal con inversionistas, Nicholas apareció de la nada. Estaba impecable, como si la derrota del día anterior no lo hubiera tocado en lo absoluto. —Harper —dijo con una sonrisa suave, bloqueándole el paso—. No te quito mucho tiempo. Ella lo miró con frialdad. —No tengo nada que hablar contigo. —Oh, pero si lo tienes. —Nicholas bajó la voz, inclinándose hacia ella—. No todo en este juego es empresarial. Tú y yo sabemos que Liam no puede darte lo que necesitas. Solo finge, y tú lo sabes. Harper entrecerró los ojos. —¿Y tú crees que puedes? —Puedo darte libertad —dijo él con convicción—. Puedo darte algo que no sea una jaula de oro. Y si decides abrir los ojos, Harper… Yo estaré aquí. Ella dio un paso atrás, manteniendo la compostura. —Lo único que veo es un hombre obsesionado con destruir a otro, aunque tenga que usarme como arma. Nicholas sonrió apenas, pero sus ojos brillaban con algo más oscuro. —No me subestimes, Harper. Todos en esta ciudad juegan con máscaras. La pregunta es… ¿Cuánto tiempo más quieres llevar la de “esposa enamorada”? Harper lo dejó con la palabra en la boca y siguió su camino. Pero mientras se alejaba, supo que Nicholas no había terminado. Su derrota en la convención sólo había encendido un fuego más peligroso. Y esa noche, mientras Liam dormía a su lado, ella comprendió algo inquietante: su mayor amenaza ya no era el contrato ni la empresa… Era Nicholas acercándose demasiado a su vida personal. La convención terminó, y dos días después, Harper y Liam regresaron a Nueva York. Durante el vuelo, Harper guardó silencio. No le contó nada sobre el encuentro con Nicholas en Miami. No quería darle el gusto de verla alterada, ni a Nicholas ni a Liam. Pero los secretos, en el mundo de los Ashford, nunca duraban demasiado. En la torre, un asistente entregó a Liam un sobre con fotos. Harper estaba en ellas: en el lobby del hotel, frente a Nicholas, que se inclinaba demasiado cerca de ella. No había beso, no había contacto físico… pero las imágenes sugerían intimidad. Liam apretó la mandíbula con tanta fuerza que el papel crujió en sus manos. Esa noche, en la mansión, lanzó las fotos sobre la mesa del comedor frente a Harper. —¿Cuánto tiempo pensabas callar? —preguntó, con la voz baja pero cargada de veneno. Harper miró las fotos y luego lo miró a él, con el rostro sereno. —Pensé que ya tenías suficiente presión. —¿Presión? —Liam rió sin humor, acercándose—. Ese bastardo se atrevió a acercarse a ti, a insinuarse frente a todos, y ¿tú lo llamas presión? —Yo lo llamo trampa —replicó ella, levantándose—. Y no iba a darle el gusto de que nos peleáramos por su culpa. Los ojos de Liam ardían, pero no contra ella. —Si vuelve a acercarse a ti, Harper… te juro que no me contengo. Ella lo miró en silencio unos segundos. Y aunque quería discutir, la intensidad en sus palabras le recordó algo: no era solo rabia. Era miedo. Dos días después, Harper lo sorprendió con una petición inesperada. —Quiero que vengas conmigo al hospital. Mamá tiene cita con su oncólogo, y… creo que deberías estar allí. Liam parpadeó, desconcertado. —¿Estás segura? No quiero incomodarla. —No la incómodas. —Harper suspiró—. La haces sentir que no estoy sola. Él asintió, sin más preguntas se levantó y salió con Harper de la mansión. El hospital olía a desinfectante y esperanza. La madre de Harper estaba recostada en la cama, pálida, pero con una sonrisa al verlos entrar. —Mira nada más… si es el mismísimo Liam Ashford —bromeó débilmente—. ¿No estarás muy ocupado para acompañar a mi hija? Liam sonrió con suavidad, acercándose a su lado. —Para ustedes dos, siempre tengo tiempo. Harper observó la escena con el corazón apretado. Liam tomó la mano de su madre con una naturalidad que ella no esperaba, escuchó con atención al médico y hasta preguntó detalles sobre el tratamiento. Nada de tratos fríos, nada de contratos. Solo un hombre preocupado. Cuando salieron de la habitación, Harper caminó en silencio junto a él. En el ascensor, Liam la miró. —Ella es fuerte. Igual que tú. Harper lo miró a los ojos, sintiendo un nudo en la garganta. —Nunca te había visto así. —¿Así cómo? —Humano. Liam sonrió con tristeza. —Tal vez porque contigo es la única manera en la que sé serlo. El ascensor se detuvo, y Harper desvió la mirada, ocultando el temblor en sus labios. Por primera vez, se preguntó si la trampa de Nicholas no estaba perdiendo fuerza… porque la realidad que se estaba construyendo entre ellos era mucho más peligrosa que cualquier contrato. La mansión estaba en calma después de la visita al hospital. Harper se había encerrado en la biblioteca, con un libro abierto que no estaba leyendo, cuando escuchó el golpeteo suave de un bastón contra el suelo. Alzó la vista. Eleanor Ashford entraba con paso elegante, el cabello perfectamente recogido y una mirada que lo decía todo, no había venido a conversar de banalidades. —Harper —dijo, tomando asiento frente a ella—. Necesitamos hablar, y no quiero que Liam esté presente…
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