NARRA RAYN COLLIVER Observo marcharse a la última asistente que envió el departamento de Recursos Humanos y, con un suspiro de descontento, giro mi silla y miro por el ventanal hacia los techos de los edificios. No tengo ni la menor idea de lo que voy a hacer y eso me hace sentir muy desesperado. No puedo creer que en todo Chicago no se puede encontrar una asistente decente, o una que al menos soporte más de un día estando frente a mí. Tampoco es que soy tan insoportable como la señorita Allen ha dicho; creo que nada más exageran o todos son demasiado débiles como para no soportar un poquito de dureza. Frunciendo furiosamente mi ceño y agitando la cabeza en negación, me recrimino y me enojo conmigo mismo por estar dándole tanta importancia a lo que pasó con la señorita Allen y a lo que

