MI JEFE EL AMARGADO

2089 Words
Diez años después... NARRA CIARA ALLEN Bostezo cuando me siento en mi silla, detrás de mi escritorio. Esto de madrugar no es lo mío y hoy mi jefe me ha pedido... No, me ha exigido estar más temprano en la oficina, para preparar todo para la Asamblea General de fin de año. Enciendo mi computadora y otro bostezo se escapa de mi boca. Miro la hora en mi reloj de pulsera: Las 6:05 y él todavía no se ha dignado en aparecer por la oficina. Esto es la vida del esclavo laboral; te exigen estar temprano e irte a altas horas de la noche, mientras ellos aparecen a la hora que les da la gana y se van cuando les place. Anoche trabajé hasta casi la media noche. Ser la asistente del «Jefe» no es tan alucinante como parece. Al final, eres quien más trabaja; quien se pone la camiseta por la empresa. ¿Y cómo te lo agradecen? Dándote más trabajo y una estúpida taza con chocolates. Otro bostezo y me pregunto si mi queridísimo jefe se irá a tardar más, así me da tiempo de ir a tomar una taza de café, para despertarme. Me impulso para ponerme en pie, justo en el momento en que las puertas del elevador se abren y el hacedor de mis tormentos aparece por ellas. Regreso a mi silla y lo observo caminar. Como sucede todos los días, viene con su linda actitud que irradia pura felicidad. Con una linda marca bien pronunciada en su frente, que indica que está de malas, como todos los días. Con los hombros rectos y la mandíbula tensa. Mi jefe es una verdadera belleza; alto y cabello oscuro, con rasgos de atractiva y perfecta simetría, con sus ojos grandes y expresivos, de un azul glacial, y su boca hecha para pecar. Su porte varonil, elegante y altivo. Y ese cuerpo musculoso que resalta bien a pesar del traje hecho a la medida. Todo en él sería perfecto, si no fuera por el gesto amargo y severo que estropea el efecto de toda esa belleza. —Buenos días, señor Colliver —lo saludo, respetuosamente. El amargado ni siquiera voltea a verme por cortesía. Pero eso es normal y no me quita el sueño. Él siempre ha sido así, desde mucho antes de que yo entrara a trabajar a esta empresa y de eso ya van tres años. Juro que si no fuera porque el salario es bueno, las prestaciones y bonificaciones también, hace tiempo hubiera abandonado esta empresa, porque soportar el carácter de mi jefe, no es para cualquiera. Según me han contado los que tienen más antigüedad laboral, docenas de chicas —y hasta hombres— pasaron por este puesto, pero no duraron ni los tres meses, porque no pudieron soportar al limón agrio de Rayn Colliver. Algunas duraron solamente semanas y hubo una que renunció el mismo día, porque no soportó que en menos de tres horas, él se hubiera quejado más de cien veces y le hubiera gritado otras casi cien veces. Hasta su propia hermana, dicen que se fue a vivir lo más lejos posible de él, porque no soportaba su carácter. Trish Colliver es muy diferente a él. La he visto pocas veces, cuando ha venido a visitar a su hermano, junto con su pequeña hija, que es un encanto, aunque también un poco traviesa. Trish es amable, dulce y un poco disparatada. Vive una vida libre y bohemia, ya que maneja una galería de arte en Los Ángeles. A veces he sentido la necesidad de pedirle trabajo, pero no creo que el salario sea tan bueno como el de esta empresa. Supongo que es una compensación por lo que hay que soportar. Considero que yo soy paciente, aunque por dentro le lanzo mil insultos, le disparo con una escopeta directo a la cabeza, lo lanzo por el ventanal de su oficina para que caiga a la calle, que son más o menos unos treinta pisos... He pensado mil formas de matarlo, pero esos pensamientos nunca han salido de mi mente y me he dedicado a ser una buena empleada. Como en este momento, en el que, antes de entrar a su oficina, me da la primera orden del día: —Señorita Allen, ¡a mi oficina! Suspiro y mentalmente repito mi mantra para la paciencia, el autocontrol y la amabilidad contra la amargura. Cojo mi iPad para apuntes, me levanto de mi silla y me apresuro a ir a su oficina, porque ay de mí si me tardo un segundo más de lo que él desea. Todavía no se ha sentado en su silla cuando entro y me paro frente al escritorio, con mi iPad ya lista para anotar su mandato. El amargado se sienta en su trono de la amargura, desde donde rige con mano dura a todos sus subordinados y ni siquiera me mira —nunca lo ha hecho—. El señor Rayn Colliver, CEO, amo y señor todopoderoso de Industrias Colliver, jamás me ha visto directamente a la cara, porque siempre mira, o por encima de mí como miran los ricos a los que no tienen sus mismos privilegios, o mira algo más interesante, sus documentos, por ejemplo, el lugar en donde siempre tiene metida la nariz, para inspeccionar minuciosamente todo. —Necesito que le pida a Albert el informe y le saque copias para que le entregue a los de la Asamblea. —Albert es su Jefe de Finanzas—. También, necesito que vaya a la sala de Juntas y prepare todo para que no perdamos tiempo. Debe encargar el almuerzo de todos, porque estaremos reunidos hasta las tres de la tarde. —«Qué bonito»—. Y necesito que haga una reservación en el Viaggio, para las nueve de la noche. —¿Para cuántos, señor Colliver? —Mi mano ya se empieza a adormecer por lo rápido que escribo. —Para tres —responde—. Mi hermana y mi sobrina vienen esta tarde, después de la hora del almuerzo. —¿Supongo que querrá que cancele sus citas? —¿Cómo por qué? —espeta, como si no fuera bastante obvio. —¿No va a pasar tiempo con su hermana y su sobrina? —Señorita Allen, hay mucho trabajo que hacer y yo no estoy para perder mi tiempo —masculla—. Igual usted. Deje de perder el tiempo con sus tonterías y dedíquese a lo suyo ya. Trago saliva gruesa y mi dignidad junto con ella, y asiento. —¿Alguna otra cosa, señor Colliver? —Puede retirarse. Sin esperar más, me doy la vuelta sobre mis talones y salgo de la oficina de mi jefe para comenzar a poner en marcha todo lo que ha demandado. [...] —Vuelvo y repito; lo más importante de una empresa es el trabajo en equipo. Si el equipo no funciona bien, la empresa tampoco... Mi jefe habla y habla, y yo estoy conteniendo unas terribles ganas de bostezar y cabecear por el sueño, porque, de llegar a hacerlo, y que mi jefe se dé cuenta, me cuelga boca abajo sobre la mesa, hasta que me dé una hemorragia cerebral. Adela Wright, una despampanante rubia que lleva al mando el área de Recursos Humanos de la empresa, no deja de mirar con descarado interés a mi jefe, como siempre hace, cuando lo tiene frente a ella. Para nadie es un secreto que ella tira por la ventana el reglamento de la empresa y sueña con algún día convertirse en la señora esposa del señor Colliver. Cada vez que están en el mismo espacio físico, no disimula sus insinuaciones coquetas. Lo único que le hace falta, es gatear hasta las pantorrillas del jefe, restregarse contra ellas y convertirse en su gata... aunque ya es una gata en celo, que quiere enterrarle las garras al jefe, pero él ni en cuenta, porque lo único que le interesa en esta vida es su empresa y volver la vida de sus empleados un verdadero infierno. Así como Adela Wright, su asistente Becca Jones y Christa Brown, la asistente de Albert Duncan, el Jefe de Finanzas, no dejan de suspirar por la belleza del señor Colliver. Más de alguna vez, me han declarado la envidia que sienten por mí, por mi gran privilegio de trabajar directamente para él. —«Estoy tan celosa de ti, Ciara. Trabajar hombro a hombro con ese dios del Olimpo, ver su belleza cada vez que te llama a su oficina y poder contemplar su imponente presencia» —dijo Becca, en alguna de las tantas conversaciones dirigidas a mi trabajo y en especial a mi jefe. —«¿Celosa de qué? ¿De que te amarguen el día cada cinco minutos?» —espeté con ironía. —«No me importaría que mi vida se volviera un infierno, si el diablo causante de ello fuera el mismísimo Rayn Colliver. Ese hombre es tan guapo y tan rico, que debería de ser pecado» —replicó suspirando. Me limité a rodar los ojos con exasperación, pues sus razones me parecían completamente absurdas. Es cierto que el hombre es una completa belleza, como ya lo dije antes, pero, ¿eso de qué sirve, si no contrarresta ni un poquito lo poco empático que es? Para mí no es más que un diablo y yo no siento ninguna simpatía por los diablos, por más guapos o ricos que sean. Si lo soporto y he durado trabajando como su asistente, es porque necesito el dinero y como lo dije, la paga es muy buena, no porque su belleza me deslumbre. En realidad, siempre he pensado que es gay y por eso tanta amargura, porque seguramente vive reprimido por su orientación s****l, como si no pudiera gritarlo a los cuatro vientos y ya, y salir con cuanto chico se le antoje. Al fin y al cabo, es su vida y los medios, cosas a las que él detesta demasiado, no deberían de inmiscuirse en sus asuntos personales. Porque eso sí, él mantiene su vida privada muy privada. Si uno googlea algo sobre él en internet, no aparecen más que notas en las que se habla de su éxito y de sus empresas, y algunas notas de chismes y farándula, en las que se le nombra el soltero más cotizado del país, nada más. Además de que tiene una hermana y una sobrina que de vez en cuando vemos por aquí, nadie sabe mucho sobre él, ni siquiera yo, que soy su asistente. Cada vez que le hacen entrevistas en noticieros, periódicos o revistas, y tratan de hacerle preguntas sobre su vida personal, las evade y corta por completo la entrevista, enviando al entrevistador o periodista a la mierda, sin ningún tapujo. Por eso yo estoy más que convencida de que es gay y no quiere que nadie sepa del hombre que le ha de robar los suspiros. —Ejem... Un carraspeo discreto a mi lado derecho me saca de mi momento de desconexión con el mundo que me rodea. Levanto la vista en esa dirección y me encuentro con los ojos amables de Mathias Henderson, uno de los analistas, que señalan hacia mi lado izquierdo. Arrastro mi vista hacia ese lado y me encuentro con los ojos enfadados de mi jefe. —¿Señorita Allen? —gruñe con gesto amargo—. ¿Tan aburrida está la asamblea, que se ha quedado dormida? «Oh, mierda». No tengo ni idea de hace cuánto me ha estado hablando y yo ni enterada. Trago saliva de forma audible y pestañeo avergonzada, sobre todo porque algunos se ríen de mí con disimulo. En especial, Becca y Christa, quienes se lanzan miradas furtivas y divertidas, entre ellas. —Lo... Lo siento, señor Colliver —balbuceo, presa de los nervios y con rapidez comienzo a buscar una excusa, pero, «¿Qué excusa puedo poner?»—. No estaba prestando atención porque me he... —¡No me interesan sus explicaciones! —ruge, golpeando la enorme mesa de juntas con sus puños, sobresaltado a todos los presentes. Las risas se transforman en expresiones de miedo, ojos sobresaltados y rabos temblorosos por los nervios de creer que aquella furia iba a caer sobre ellos. Abro la boca para decir algo, pero rápidamente cambio de opinión y la vuelvo a cerrar, sin apartar la vista en ningún momento de aquellos fulminantes ojos azules. —La espero en mi oficina al finalizar —gruñe y, entonces, sé que estoy perdida. Seguramente, va a despedirme. «Mierda».
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