ARREPENTIMIENTO

3012 Words
NARRA RAYN COLLIVER —¡Necesito que contrate a otra asistente cuanto antes! ¡Para mañana mismo, de ser posible! —le ladro a Amanda Wright a través del teléfono, nada más escucho el «Hola», del otro lado. —Oh, Rayn —exclama con un tono agobiado que no me interesa en lo más mínimo—. Acabo de enterarme de lo que ha pasado con tu asistente y no puedo creer que... —Licenciada Wright —espeto con un tono glacial y tan cortante como el filo de un cuchillo—. Entrométase en sus asuntos y deje de perder el tiempo con los chismes de escritorio. Limítese a realizar lo que he pedido, si no quiere que pronto consiga a un nuevo jefe de Recursos Humanos que no sea tan displicente. Sin dar lugar a replicas, disculpas o excusas baratas, corto la llamada estrellando el auricular contra la base del teléfono. Tengo un humor de los mil demonios. Llevo varios años con el mismo talante, pero, el hecho de que la señorita Allen me hubiera restregado las verdades en la cara con tanta irreverencia y que haya tomado la gallardía de dejar el trabajo tirado, como si nada, me tiene peor que de costumbre. Me siento sumamente tentado de ir allá afuera y despedirlos a todos, de ser posible, pues no puedo creer que en cuestión de minutos hayan regado el chisme, por toda la empresa. Resoplo y hago un esfuerzo hercúleo, tratando de calmarme. Me froto las manos por el rostro y enderezándome en la silla, comienzo a teclear furiosamente en la computadora la carta a Recursos Humanos en la que prohíbo terminantemente que se den referencias de la señorita Allen a cualquier otra empresa que los solicite y en la que también prohíbo que se le paguen sus derechos. Ha puesto la renuncia inmediata y me ha faltado el respeto: no tiene derecho a nada. [...] Después del almuerzo, alguien toca la puerta de mi oficina y la hago pasar. Es una muchacha vestida como un ratón de biblioteca. Con unas gafas de montura negra y gruesa, y un chaleco de punto que parece haber sido tejido por las manos de una abuelita. —Buenas tardes, señor Colliver —dice con un tono sumamente pausado, que la hace parecer cansada o demasiado lenta—. Soy Bessie Reed, una de las pasantes, y el departamento de Recursos Humanos me ha enviado para cubrir la plaza de asistente ejecutiva. Le doy una ojeada rápida. Por mis años de experiencia y por las tantas asistentes que han desfilado por enfrente de mi escritorio durante la última década, puedo decir que es muy probable que esta chica no tenga lo que se necesita para ser mi asistente. Pero, como el teléfono ya me tiene hasta la coronilla y me he atrasado un mundo, realizando las tareas que la insolente de Ciara Allen dejó tiradas con su marcha, no me pongo a pensarlo mucho y decido darle la oportunidad a la chica, que, solo con verla, estoy seguro que me dará más dolores de cabeza que soluciones. [...] —Señorita Reed, ¿le parece a usted que esto es un informe? —ladro, tirando la carpeta con el dichoso informe que me ha traído, sobre la superficie del escritorio. La carpeta se desliza con mucha facilidad y cae al suelo—. ¡Eso no es más que una patética falta de esfuerzo! ¿De verdad tiene conocimiento alguno de lo que es un informe? ¿Aprendió algo en la universidad o durante los días que estuvo como pasante en las otras áreas? Como un conejito asustado en medio de un tenebroso bosque a media noche, la dichosa señorita Reed tiembla y agacha el rostro, para esconder su mirada aterrorizada y su expresión que denota las inmensas ganas que tiene de echarse a llorar como una bendita Magdalena. No ha pasado ni un día. Apenas lleva media tarde y media mañana, y yo ya estoy que la mato con mis propias manos, por lo lenta, nada brillante, falta de iniciativa y bastante tonta que es. —¡Lárguese de aquí y vuelva a hacer ese informe como es debido! —rujo, señalando la puerta—. ¡Y será mejor que lo haga bien antes de que yo salga de esta oficina por la tarde, o mejor no vuelva a regresar a esta empresa! De la boca de la señorita Reed se escapa un sollozo que me desquicia y me altera por completo, porque lo único que falta es que se ponga a llorar como si fuera una cría en un jardín de niños y no una mujer hecha y derecha que está trabajando como la asistente ejecutiva de una empresa con tanta importancia como lo es Industrias Colliver. Con la cabeza gacha y los ojos llorosos, la señorita Reed da la vuelta y trata de huir corriendo de mi oficina, pero, mi voz furiosa la detiene. —¡El informe, señorita Reed! ¡Llévese esa cosa de aquí! Vuelve a girar y se apresura a levantar la carpeta. Por su rostro ya resbalan gruesas lágrimas y yo me jalo el pelo de la cabeza, mientras resoplo, ofuscado, y me contengo de no explotar por completo. Cuando la señorita Reed sale de la oficina y se pone a llorar como una mártir en su escritorio (lo sé porque la veo a través de la pared de vidrio), me aprieto la frente con un suspiro de descontento. No puedo creer que ya no existan asistentes capaces de hacer una simple tarea tan fácil como hacer un informe y que no sean tan chillonas y debiluchas, como para ponerse a llorar como niñas. Irónica e inconscientemente, me encuentro añorando la eficiencia y el buen desempeño de la señorita Allen y su temple para soportar mi mal genio. Cuando razono en lo que mi subconsciente piensa, sacudo la cabeza y alejo dicho pensamiento de mi cabeza. «Puedo apañármelas sin ella. No creo que sea la única buena asistente que exista sobre esta tierra, capaz de hacer un buen trabajo y de tolerarme lo suficiente como para no salir corriendo a la primera levantada de voz», pienso y me aferro a aquella idea. Pero, cuando al día siguiente la señorita Reed ya no se aparece por la oficina, comienzo a flaquear y a pensar que, muy probablemente, encontrar una asistente que cumpla con mis expectativas será como tratar de encontrar una aguja en un pajar. *** NARRA CIARA ALLEN Cualquier persona normal, que acaba de ser despedida, debería de encontrarse buscando un nuevo empleo cuanto antes. Sin embargo, yo, que he trabajado arduamente, sin descanso y al límite de mi tolerancia y del estrés, durante tres largos años, me tomo mi tiempo para empezar a hacerlo. El día anterior, que fue mi primer día como desempleada, me dediqué a dormir hasta que la espalda me dolió de estar tanto tiempo acostada. Me levanté como a las 12:30, me lavé la cara y comí un tazón de cereal, envuelta en una manta, sobre el sofá de la sala, mientras miraba El Diario de Bridget Jones. Después, me volví a quedar dormida y me desperté como a las 4 y minutos de la tarde, pedí comida china a domicilio y la comí sobre el mismo sofá, del cuál solo me había movido para recoger la comida china en la puerta. Continué viendo las siguientes tres películas de Bridget Jones hasta altas horas de la noche y hasta que volví a quedarme dormida en el sofá, me levanté como a la 1:30 de la madrugada, fui al baño, me cepillé los dientes y me di una ducha rápida, me puse una bragas de algodón y me tiré en la cama para continuar durmiendo. Quien me viera en aquel estado deplorable, pensaría que he entrado en un estado de depresión por la pérdida del empleo, pero no es así. Solamente estoy tomándome los días de descanso que no tuve durante los tres años de trabajo, porque mi jefe jamás me los daba, ya que siempre había algo importante que hacer. No es que no me preocupe encontrar otro trabajo, claro que sí, pero, como Rayn Colliver me lanzó sus amenazas de no dejar que encontrara otro como asistente administrativo y como tengo el suficiente dinero ahorrado como para mantenerme decentemente bien durante unos cinco meses, sin trabajo, no me preocupo, por los momentos. Creo que me merezco el descanso, después de todo, aguantar al energúmeno de Rayn Colliver no es cosa para nada fácil. Hoy me he levantado un poco más temprano y he decidido ir de compras. Ya casi será viernes y yo no tengo nada decente como para ir a una cita con Mathias Henderson. Hace mucho tiempo que no me visto con algo casual. Mi vestimenta consistía en elegantes trajes empresariales y estilizados zapatos de tacón aguja, que me daban el porte elegante que cualquier asistente administrativa debería de tener. Así que, decido dejar todo eso a un lado y busco unos tejanos desteñidos, un top blanco, unas zapatillas deportivas blancas y una chaqueta de cuero café, más unas gafas oscuras y una pequeña cartera de cruzar en color beige, y sintiéndome libre y relajada como no me sentía en años, salgo a las calles de Chicago para ir de compras. Cuando regreso a casa, prácticamente a la misma hora que hubiera regresado del trabajo, me siento feliz. He comprado varias cosas, además del vestido que usaré en la cita con Mathias y también he comprado una botella de tequila que no pienso calentar mucho. Me quito la ropa, me pongo algo cómodo y abro la botella para servirme el primer chupito y bebérmelo de un trago. Frunzo todo el rostro y gruño, pero de pura felicidad. Pongo música a todo volúmen y, relajada, disfruto de estar desempleada, mientras bailo al ritmo de One Kiss de Dua Lipa y bebo tequila directo de la botella. *** NARRA RAYN COLLIVER Cinco. Cinco asistentes han desfilado por enfrente de mi escritorio durante los 4 días que han pasado desde que Ciara Allen se marchó y ninguna ha tenido lo que yo necesito. He hecho rabietas, he quebrado jarrones, he gritado más de lo normal y la maldita cabeza no ha dejado de dolerme ni un solo segundo, durante los cuatro días que han pasado. —¡¿Es que nadie aquí sabe hacer un buen trabajo, carajo?! —rujo, cuando, despavorida, la última asistente sale corriendo para regresar al puesto que antes tenía: creo que era la asistente de Adela Wright, que, desesperada por no poder encontrar un reemplazo lo suficientemente capaz de realizar el trabajo de Ciara Allen, como último recurso envió a su propia asistente, quien no ha durado ni medio día en el puesto. Más desesperado que ella estoy yo y ya hasta me siento terriblemente tentado de ir a buscar a la señorita Allen, para pedirle disculpas por mi comportamiento y rogarle que regrese, porque, definitivamente, yo ya estoy harto de la situación y cada minuto que pasa me convenzo que nadie nunca podrá llenar sus zapatos. *** NARRA CIARA ALLEN Viernes. «¡Oh, Dios mío!» El maldito viernes llegó y yo estoy que me muero de los nervios cuando el reloj marca un cuarto para las 7 de la noche; la hora acordada en la que Mathias Henderson iba a llegar por mí. Ya estoy casi lista, pero me siento tentada en enviarle un mensaje para cancelar, excusándome con la idea de estar terriblemente enferma del estómago. Suspiro profundamente. «¡Vamos, Ciara! ¡Es solo una cita! ¡Nada va a salir mal!» Termino de maquillarme, me esprayo el perfume encima y cojo los tacones negros y el bolso a juego, para terminar de alistarme. A las 7 en punto, el timbre de la puerta de afuera suena y yo cojo mi abrigo beige, para salir. —¡Ahora salgo! —anuncio por el intercomunicador al mismo tiempo que abro la puerta de mi apartamento y salgo. Tomo el ascensor, bajo y salgo a la puerta, en donde un guapo y muy elegante Mathias Henderson me espera en la puerta. —Estás más preciosa de lo normal —comenta con una encantadora sonrisa cuando me acerco a él. —Muchas gracias —digo, saludándolo con un beso en la mejilla. El rico aroma de su perfume me llena y lo aspiro con todo el gusto del mundo, embriagándome de él. —Vamos —dice, rodeando mi hombro con su brazo y llevándome hasta su coche, un lujoso Jaguar plateado, que tiene estacionado al otro lado de la calle. Me abre la puerta del copiloto y me ayuda a deslizarme en el asiento, antes de rodear el capó y dirigirse al asiento del piloto, donde se sienta y pone el coche en marcha para dirigirse al restaurante donde ha hecho la reservación. Minutos después, llegamos al lugar y nos bajamos del coche. Mathias le entrega las llaves al Valet Parking y entramos al restaurante, donde somos atendidos por el maitre, quien nos lleva a nuestra mesa. —Espero que te guste el lugar y la comida —manifiesta Mathias, quien no me ha despegado el ojo de encima durante todo el rato. Y es que, sin tratar de auto vanagloriarme, realmente me he puesto muy linda. Al menos, a mí me gusta mucho el resultado que he conseguido. El color verde olivo de mis ojos, resalta espectacularmente gracias al delineado felino que me he hecho con un lápiz oscuro. Mi cabello, cayendo en suaves ondas sobre mis hombros, enmarca las facciones suaves de mi rostro y mis labios, pequeños pero carnosos, lucen apetecibles con el labial carmesí. —De verdad que no puedo dejar de verte —declara, tomando mi mano por encima de la mesa—. siempre me has parecido bonita, pero hoy... hoy estás que me robas el aliento. —Creo que exageras —manifiesto, un tanto avergonzada. —Por supuesto que no —replica firme—. ¿Te has visto al espejo? —Lo he hecho. —Bueno, tú más que nadie deberías de saberlo. —No lo voy a negar; luzco linda, pero tampoco así como tú lo dices. —Es que no te ves con mis ojos —expresa, sonrojándome. Su mano juega con la mía y me preocupa que mi palma sude por los nervios. —¿Cómo vas? —pregunta—. ¿No extrañas el trabajo? —Para nada. Me he estado tomando el tiempo de relajarme, porque realmente lo necesitaba. —Qué bueno —dice y frunce ligeramente la boca, como si estuviera sopesando en decir algo. —¿Qué sucede? —pregunto. —Bueno, es que no sé si quieres saberlo. —¿Qué cosa? —Es sobre la empresa... sobre Colliver, para ser más exacto. —Dilo. —Bueno, creo que él si te está extrañando. —Lo dudo —murmuro. —Es en serio. Ha corrido a cinco asistentes en estos cuatro días. —¿Tantas? —Creo que ninguna lo soporta como tú lo hacías. Suelto un bufido irónico. —Pues ojalá se retuerza en su propia bilis y en su propio veneno de alacrán. —Créeme, ya lo está haciendo —acota y yo prefiero cambiar el tema. —Mejor... cuéntame de ti —le digo—. Eso es más interesante que escuchar de Rayn Colliver. —De acuerdo, ¿Qué quieres saber? Tu pregunta y yo respondo. La velada es encantadora. Con Mathias Henderson se puede pasar un rato bastante agradable, porque es mucho más divertido de lo que siempre me pareció. He reído sin parar con sus anécdotas y ocurrencias, y, para qué negarlo, me he dejado consentir un poco por él. Después de todo, soy soltera y no tengo compromiso con nadie. Cuando va a dejarme a mi casa, me acompaña hasta adentro. Hasta la puerta de mi apartamento, por supuesto, ya que no soy el tipo de mujer que en la primera cita se va a la cama con un hombre. —Muchas gracias por la cena. Me ha gustado demasiado y la he pasado súper bien a tu lado —manifiesto, antes de despedirme. —¿Y yo? ¿Yo no te he gustado ni un poquito? —Hummm... Quizá un poco. —¿Tanto como para regalarme aunque sea un beso? «Ay, Dios mío». Me ruborizo, pero asiento. —Quizá uno pequeño —digo. No lo piensa mucho y un segundo después sus labios se estampan contra los míos y me besan con voracidad. Me lleva contra la pared y sus manos me aprietan contra su cuerpo, de una forma que pone a arder mi sangre. Han pasado años desde la última vez que me acosté con alguien. Yo creo que hasta ya me he vuelto virgen otra vez por el poco uso que le he dado a eso. Pero, aunque me siento tentada de dejarlo pasar adentro y darle tarjeta verde para que me remueva las entrañas a punta de empellones, hago un enorme esfuerzo para separarme. Necesito conocerlo mejor y saber que no va a ser solo un idiota que busca una noche de lujuria. Esa no soy yo. —Será mejor que te vayas —le digo. —¿Segura? ¿No quieres invitarme a tomar algo. Niego con un meneo de cabeza y sonríe. —Uff, Ciara, ¡me estás matando! —Dame tiempo —sonrío y lo empujo, antes de meterme en el departamento y cerrar la puerta tras mi espalda. Apoyada en la puerta, cierro los ojos y suspiro, todavía no creyéndome el hecho de que tuve el valor de decirle que no, cuando mi cuerpo gritaba que sí. El golpe en la puerta me sobresalta y me río. —Qué insistente —murmuro, pensando que es Mathias. Pero, cuando abro la puerta y me encuentro con unos ojos tan azules como el frío hielo, ahogo un jadeo de asombro. —Señor Colliver —exclamo, sin poder creer que él es quien está allí.
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