NARRA RAYN COLLIVER —Siempre te amé —le digo—. Desde el primer día, cuando vi tus ojos y tu hermosa sonrisa, supe que te amaba y que quería pasar el resto de mi vida a tu lado. Suspiro con pesadez y me aprieto los ojos con los dedos de la mano, pues las lágrimas escuecen. Trago saliva y casi se me sale un sollozo. —No he dejado de amarte ni un solo momento y estoy seguro de que jamás voy a dejar de hacerlo, pero ya no puedo amarte como lo he hecho hasta ahora. Tengo que soltarte. Necesito dejarte ir, porque mantenerme aferrado a ti no me está haciendo ningún bien y también me he dedicado a hacerle la vida más insoportable a los demás. Paso la yema de los dedos por las letras de su nombre grabadas en la lápida de piedra blanca y agacho la cabeza para soltar algunas lágrimas que se escap

