NARRA RAYN COLLIVER
—Entonces, ¿me vas a explicar por qué nos has dejado plantadas? —demanda mi hermana, muy molesta.
—Yo no he tenido la culpa —aclaro, tratando de liberarme de toda culpa—. ¡Ha sido la ineficiente de mi asistente! ¡Le he ordenado que...!
—¡¿Es en serio, Rayn?! —espeta, todavía más molesta—. ¡¿Qué somos nosotras para ti, para que nos trates como a cualquier cosa, utilizando a tu asistente para que nos dé recados y nos diga si podemos o no podemos compartir un momento contigo?!
Aspiro aire profundamente, porque me siento desesperado. Esa conversación no me agrada en absoluto.
—Se supone que para eso es mi asistente —rebato—. Para que haga esas cosas.
—¡Para que resuelva los asuntos de tu trabajo, no los familiares! —exclama, exasperada.
Me oprimo las sienes con los dedos de la mano y resoplo. Avanzo y paso de largo de ella, para ir al mini bar y servirme un trago.
—Escucha, Trish. Esta es mi forma de ser, si no te gusta, es tu problema, no el mío.
—¿Es en serio?
—Muy en serio.
—¿Qué diablos pasa contigo, Rayn? —su tono es decepcionado y dolido—. Hemos viajado desde largo y parece que a ti no te importa en lo más mínimo. Dime, ¿no tienes ningún interés en compartir con tu hermana y con tu sobrina? ¿Con la única familia que te queda?
Sirvo vodka hasta la mitad del vaso y me lo bebo de un sorbo. La conversación me está gustando mucho menos que antes.
—Es una verdadera mierda que me lo estés repitiendo —ladro, girándome para verla—. Es una verdadera mierda que me recuerdes que hace diez años perdí a mi familia. A las personas que más me importaban en la vida.
Su semblante molesto, cambia a uno apesarado y avergonzado. Se acerca hasta pararse frente a mí y coloca sus manos en mi hombros.
—Lo siento. Sé que todavía la pasas mal por lo que pasó, pero, ya es hora de que empieces a superarlo y a hacer tu vida.
Lo que ha dicho me encabrona y me hace explotar por completo. Odio que me digan esas palabras. Odio que me digan que tengo que superarlos... olvidarlos y volver a ser feliz, como si nada pasó. Como si la maldita vida no me lo arrebató todo.
—¡No me jodas con esas mierdas y te pido que jamás vuelvas a mencionarlo en tu vida!
—Rayn, por favor. No puedes seguir viviendo de esta manera.
—¿Y a ti qué te importa cómo vivo?
—Solamente te haces daño a ti mismo. Helen no querría esto.
—¿Tú qué sabes lo que ella querría? ¡Está muerta! ¡Murió dejándome completamente solo y haciéndome el hombre más infeliz del mundo!
—No estás solo —refuta, sujetando mi rostro con sus manos—. Me tienes a mí, como siempre me has tenido. Y también tienes a Prady. Nosotros te amamos, hermano. Somos tu familia.
Alejo sus manos de mi rostro y me alejo de ella.
—Eso no me interesa —manifiesto con frialdad—. ¡Yo los quiero a ellos! ¡Quiero a Helen y quiero a mi hijo! ¡Quiero tener junto a ellos la familia que la vida me robó! ¿No lo entiendes?
Hay tristeza en su mirada y también está ese otro sentimiento que no me gusta que sientan por mí: pesar.
Odio que sientan pesar por mí. Detesto que me vean como si necesito ayuda para salir de este hoyo en el que suponen que yo solito me he metido. Aborrezco el hecho de que piensen que estoy deprimido y que dicha depresión me ha vuelto loco.
—Rayn, debes buscar ayuda cuanto antes —dice, enfureciéndome—. Esto te está dañando y también daña a quienes te rodeamos.
—No me interesa.
—Aún tienes personas que te amamos y que lo damos todo para compartir tiempo de calidad contigo.
—No me interesa, Trish. No me interesa en absoluto —escupo.
Mi hermana suspira y niega. La decepción es evidente en su rostro y esa mueca de frustración e impotencia en su boca, mientras su labio inferior tiembla y sus ojos se cristalizan.
—No pierdas lo poco que te queda por vivir aferrado al pasado y a lo que no pudo ser, Rayn. Te amo y tú sobrina también, pero no vamos a continuar mendigando un poco de tu cariño y de tu tiempo, si vas a continuar en esta posición en la que no nada más te dañas a ti mismo.
—Nadie te obliga..., ni te lo pide, siquiera.
En silencio me mira. No sé si espera que me arrepienta de lo que he dicho y que le pida una disculpa, pero jamás llegará.
Al darse cuenta de ello, avanza a zancadas hacia el despacho, hablándole a mi sobrina.
—¡Prady! ¡Prady! Es hora de irnos, cariño —la escucho decirle.
No me inmuto ni siquiera un poco.
—¿Ya, mami? Pero si acabamos de llegar —rechista mi sobrina—. ¿No iremos a cenar con mi tío?
—No. Esta noche regresamos a la casa —dice tajante y un segundo después aparece nuevamente en el salón, casi arrastrando a mi sobrina de la mano.
Pradliné me mira con rostro compungido, mientras mi hermana se abriga y la abriga a ella, y toma sus cosas: la mochila de mi sobrina, su bolso, y la maleta.
Yo las veo desde el punto en el que me encuentro, con los brazos cruzados sobre el pecho y algo de frialdad en mi rostro.
Cuando tiene todo listo, avanzan hasta la puerta. Se queda parada bajo el umbral, como si quisiera decir algo o como si quisiera que yo la detenga, pero a los segundos mueve la cabeza en negación, avanza, cierra la puerta y se va.
Resoplo, me acerco nuevamente al mini bar y bebo hasta que pierdo la razón.
***
NARRA CIARA ALLEN
Suspiro. Son las 9:30 y el amargado todavía no llega, ni da muestras de vida. Ya lleva una hora y media de retraso, y eso me ha dado bastante tiempo de paz y relajación. Hasta he estado canturreando mi canción favorita: Yellow, de Coldplay. Lo que daría porque así fueran todos los días, todo el tiempo; que se pudiera respirar esta paz y esta tranquilidad. De ser así, y con el sueldo que se percibe en esta empresa, sería el trabajo perfecto y soñado, pero supongo que no todo en la vida puede ser perfecto.
Antes estuve en una empresa en donde el jefe era un señor de lo más atento y amable con sus empleados, el trabajo era pura relajación, pero el sueldo era una miseria que apenas me daba para mantenerme en una ciudad tan cara como lo es Chicago, en donde las rentas de un lugar decente, están por las nubes.
Yo vengo de un pueblo pequeño, Deadwood, Dakota del Sur, donde la vida es mucho más barata, pero las oportunidades para formarte y convertirte en alguien por tu propia cuenta, son casi nulas o debes recurrir a que tus padres te ayuden, y yo jamás he tenido ese pensamiento. Desde que alcancé la mayoría de edad, siempre he sido una mujer que ha tratado de valerse por sí misma. Desde muy pequeña dije y tuve claro que no iba a depender de nadie para lograrlo y que no importara lo que tuviera que pasar para hacerlo, iba a ser alguien en la vida.
Siempre fui la número uno en todo, desde que estaba en la primaria y eso me hizo ganar una beca para estudiar en Harvard. Es cierto que mis padres me ayudaron con ciertos gastos mientras yo estudiaba, como las rentas del dormitorio, pero yo siempre tuve un trabajo de medio tiempo para cubrir mis otros gastos. Todavía no me había graduado cuando ya estaba trabajando en la otra empresa en Boston, pero, como dije, el salario era pésimo y tampoco era un empleo en el cual iba a aprender mucho.
Yo podré odiar a mi jefe y él podrá ser muy amargado, pero siempre le he tenido respeto y admiración por el imperio que él ha formado a su corta edad. Rayn Colliver estaba en los 27 años cuando creo su empresa, solo unos meses mayor de la edad que yo tengo ahora. Lo que él ha logrado es mi sueño. Yo me veo a mis 30 trabajando duro en mi propia empresa, pero para eso necesito aprender y nada mejor que hacerlo con él: el hombre que para mí resulta ser el mejor en su campo.
Esa es otra de las grandes razones por las que lo soporto. Con Rayn Colliver se trabaja duro y se pasa estresado 24/7, pero se aprende todo del negocio. Yo soy una persona ambiciosa; quiero esto: ser la dueña de mi propia empresa y que sea una de las mejores de la ciudad, aunque no me veo siendo tan ruda y amargada como él lo es. Sus razones para serlo las tendrá, no sé si es una estrategia para que sus empleados den lo mejor de sí y así tener una empresa tan productiva, pero, eso sí no es algo que le admiro, ni le admiraré jamás.
La campanilla del ascensos subiendo a nuestro piso me hace salir de mi ensoñamiento. Arrastro mi vista allá, justo en el momento en que las puertas se abren y él aparece.
«Oh, mierda».
La paz y la relajación se van por el retrete más cercano y yo ya siento que los músculos de los hombros y de la espalda comienzan a dolerme por la tensión.
«Es hora de entrar al infierno».
—Buenos días, señor...
—¡A mi oficina!
«¡Mierda! ¿Y ahora qué pasó?».
Como si fuera el jodido Correcaminos, agarro mi iPad de apuntes y me apresuro a seguirlo, antes de que se le salga el diablo, porque me he tardado un microsegundo más de lo que él permite y desea.
—¿Dígame, señor? —musito, no voy a mentir, asustada, una vez que entro y cierro la puerta tras mi espalda.
—¡¿Recuerda qué cosa le pedí que hiciera ayer, cuando me fui de esta oficina?! —No habla, grita alterado y yo pestañeo veinte veces en un micro segundo.
—Me... Me dijo que cancelara todas sus citas —balbuceo, confundida y nerviosa.
—¿Y por qué diablos no lo hizo? —ruge, pareciendo una bestia desalmada, cuando todo su rostro se distorsiona por la furia y sus dientes blancos y perfectamente alineados con la simetría de su rostro, relucen feroces entre sus labios.
—Pe... Pero lo hice —replico en un hilo de voz tembloroso—. Y-Yo cancelé sus citas.
—¡No todas!
—Claro que sí. —Abro el iPad, para mostrarle que no miento, pero entonces aclara el panorama.
—¡No canceló la cena con mi hermana!
«Oh, mierda».
El corazón me da un vuelco y por un momento se me olvida cómo respirar y las piernas parece que se me han vuelto de mantequilla, porque las siento débiles y que pronto voy a caer de bruces al suelo.
—¡Le dije que cancelara todas mis citas!
—Pe... pe... pero yo pensaba que hablaba solo de sus citas laborales —me excuso—. ¿Cómo iba a saber que...?
—¡Nunca sabe nada! —grita, gesticulando bruscamente con las manos—. ¡Parece que hay que la dichosa licenciatura se la regalaron en Harvard!
Trago saliva y por primera vez me dejó llevar por mis impulsos y replico.
—¡Eso sí no se lo voy a permitir! ¡Yo me esforcé mucho para obtener mi diploma y no me han regalado nada! ¡Jamás me han regalado nada, ni siquiera este puesto! ¡Usted sabe muy bien que, si yo estoy aquí, es porque soy la única con el temple necesario para aguantar su mal genio! ¡Nadie más se atrevería a soportar a alguien tan... tan... tan insufrible como usted!
Oh, sí. Lo he hecho. Después de tanto aguantarle, he explotado y me he atrevido a soltar lo que pienso sobre él.
Se siente muy bien hacerlo. No lo voy a negar. Pero, ahora sí estoy segura de que tal insolencia no me la va a dejar pasar y va a correrme de su empresa.