02. Algo en común

1409 Words
Querido Yahweh Mi padre me ha regalado este diario, y creeme, estoy muy feliz de tenerlo en mis manos. Él dice que por este medio escriba mis aventuras al cual me pareció bien, yo sé que a partir de aquí viviré por medio de las letras. Por cierto, ya tengo 15 años ya casi soy toda una adulta. Posdata, trataré de ser constant en escribir. Tuya: Leah Greta cerró su diario, había leído la primera página de su felicidad. Eso la hizo llorar con todas sus fuerzas aferrándose al cuaderno al igual que lo hubiese hecho con su esposo si estuviera vivo. Habían pasado varias semanas desde su encuentro con el capitán Schmidt, desde ese día agradecía al cielo nunca más volverlo a ver. Un hombre petulante, tan soberbio como él solo se merecía un destino: la infelicidad y el infierno, por eso, la soberbia era uno de los pecados capitales más mortales para el alma aunque al pensarlo bien, Arthur Schmidt tenía todos los pecados en sus hombros. Además, de ser soberbio, practicaba la lujuria con desenfreno, Greta lo creía así, su forma tan descarada de coquetear lo dejaba en evidencia. Jugueteaba con sus manos sobre su regazo, después de varias semanas buscando otra entrada de dinero, finalmente, había conseguido en una casa como maestra de piano a un niño. La cita era a las 5 cuando su turno en el restaurante culminaba. Examinó la casa desde afuera, sin duda: lujosa. Se le veía a simple vista que las personas al interior eran unas estiradas berlinesas que apoyan a Führe en su locura por conquistar el mundo. Respiró hondo, y con pasos firmes tocó la puerta. Espero jugueteando con sus dedos, mordiéndose el labio inferior. Volvió a tocar la puerta cuando nadie abría. Siguió esperando inquieta, suspirando. Se abrió la puerta principal, una muchacha de pelo n***o más joven que Greta la recibió. —¡Hola!—dijo emocionada, con una sonrisa hermosa de niña ingenua, la misma que había tenido antes, antes del desastre—. Soy Ana. —Greta, Greta Meyer—se presentó. Estrechando su mano con la de la joven de pelo azabache y ojos grandes verdes. —Adelante Greta—la invitó a pasar. Greta se quedó admirada por la sala tan inmensa de la casa. Paredes pulcras, alfombras lujosas, muebles finos, cojines, era un sueño. —Bruno es un niño muy dulce, su padre quiere que estudie piano. —¿Por qué piano?—preguntó Greta recorriendo con la mirada la casa, las escaleras que la llevaba a un segundo piso, los pasillos oscuros. —A mi hermano le gusta mucho el piano, de hecho, lo toca, solo que...—Ana suspiró—. Lo dejó después que nuestra madre murió. —Lo siento mucho —No, está bien, fue hace mucho tiempo. Pero que maleducada soy, toma asiento—Greta se sentó jugueteando con sus dedos en el regazo. Por algún motivo estaba nerviosa, supuso que se trataba del cambio de trabajo o comenzar en otro lugar que es desconocido para ella. De inmediato aparecieron dos mujeres con uniforme azul oscuro de mucama, y Ana les hizo un gesto con las manos para que se acercaran. —¿Deseas té? Té... desde aquellos días, Greta nunca más volvió a probar el té, el solo hecho de verlo, le revolvía el estómago. —Agua estaría bien para mí señorita. —Oh, no, llámame Ana. Yo sí quiero té—se dirigió a la empleada que abandonó la sala en dos zancadas. Ana era una niña hermosa, elegante, su cabello estaba en dos trenzas a los lados, y un vestido color café le resaltaba la silueta delgada. —Bien Greta, ¿A qué te dedicas? Siguió jugueteando con sus manos, no podía evitarlo. —Bueno, toco el piano en un restaurante. —Ah, ¿que restaurante es? —La luz de Berlín. —Ya, es muy rico allí. No he ido, pero mi hermano dice que la música y la comida son exquisitos. Greta se rió sonrojándose. —Su hermano entonces tiene un buen gusto. —Yo creo que sí, aunque no lo demuestre. Silencio, uno incómodo. —¿Estás casada, soltera, comprometida? Buscó la forma de organizar sus pensamientos y bajarle la intensidad a los nervios, la voz de Ana era suave, relajada, dulce, no tenía por qué intimidarse ante preguntas sencillas. —Viuda. —Oh, lo siento muchísimo Greta. —Fue tambien hace mucho—musitó bajando la mirada al suelo. —¿Tus padres están de acuerdo que trabajes aquí? —Mis padres, también murieron. Ana abrió los ojos como plato. Greta percibió un destello de tristeza en esos ojos hermosos. —Mis padres también murieron—bajó la mirada—. Fue difícil para mí. —Lo siento—susurró sin apartar su vista de Ana. —No es nada, solo que... a veces, los extraño mucho. —Sé lo que se siente Ana, yo también los extraño y desearían que estuvieran aquí conmigo. Ana sonrió admirada, se sentía entendida, por fin alguien la escuchaba, después de tanto tiempo tenía en común algo con alguien. —Creo que te llevarás muy bien con Bruno. —¿Enserio?...—sacudió la cabeza de un lado a otro—. Eso quiere decir que... —Que tienes el trabajo, estás contratada. Greta se llevó la palma de la mano a la boca. —Trabajaras 2 horas por la tarde, eso quiere decir que de 5 a 7 y se te pagarán 5 francos por esas dos horas. —¿5 francos? —¿No estás de acuerdo? —No es eso... es que... me parece... —Me parece muy bien. ¿No sé si quieres que te cancelemos quincenal o mensual? La mujer de uniforme de mucama apareció con pasos rápidos y una bandeja. Le dejo una taza de porcelana a Ana y a Greta le dió un vaso de agua. —Gracias—dijo a la mujer, luego, dirigió su mirada nuevamente a Ana—. Creería que quincenal. —Perfecto—dió un sorbo a su té—. Mi hermano te cancelara las clases. —Me parece bien—dijo, bebiéndose de un solo golpe el agua al clima. —Aparte de trabajar en un restaurante y tocar el piano Greta, ¿que más haces? El alma se le vino al suelo, porque Greta hacia otras cosas ultras secretas, que si se descubrieran la mandarían sin duda a un campo de concentración, y vaya que le temía a esos trenes que trasladaban personas a ese lugar. —Mi vida es la música, básicamente, me dedico a eso. —Claro. En estos tiempos de turbulencia un poco de música estaría bien—el rostro de Ana se volvió a entristecer. Greta no dijo nada, porque el tiempo de turbulencia le había quitado demasiado y aún le seguía quitando. Tragó grueso. No dijo nada. Se prohibió así misma hablar sobre los judíos, los nazis, Hitler, nunca sabía a qué casa caería a trabajar, y por experiencia, vaya que había gente influenciada por Hitler. Hubo un silencio, Ana bebió té despacio, y Greta al mirar el vaso se arrepintió de habérsela bebido de un solo golpe porque ahora tenía nuevamente sed. Suspiro hondo, entrelazando sus dedos en el regazo, visualizando las escaleras tan bien pulidas de la casa. —¿Cuando comienzo a trabajar?—preguntó. —Si es posible... hoy mismo—escuchó la voz, esa voz... la conocía perfectamente, tan ronca, tan grave. Oh no, no puede ser. No puede ser él. Se volteó lentamente al igual que un robot. Lo vió apoyado de espalda en la pared con esa sonrisa felina característico de él. La sonrisa que odiaba con todas sus fuerzas. Un frío abrumador le recorrió la espina dorsal y el miedo de su voz hizo que reaccionara. —Es un placer volverte a ver... niña bonita. Ana se levantó corriendo a sus brazos de la misma forma que lo haría una niña ansiosa por ver a su padre. Él la abrazó con tanto cariño que a Greta se le revolvió el estómago. Escuchó los disparos, el sonido del tren, sombras oscuras salían de las paredes para atormentarla. Su vista se nublo. Sus piernas flaquearon. Greta solo sintió su cuerpo caer de bruce. Y todo lo que vió fué una profunda oscuridad. *** Notita: Les dejo este capítulo mis amores, que lo disfruten un montón. Los quiero.
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