Capítulo 27 – Lenguas venenosas El avión aterrizó en Ciudad de México con un golpe seco de ruedas contra la pista. Renata Villalobos apretó el cinturón con las manos húmedas, como si en ese instante sujetara mucho más que un asiento: sujetaba su vida entera, el regreso a un pasado que había dejado abierto como una herida. Con el pasaporte aún tibio por el sello de entrada, salió del aeropuerto con paso firme, aunque por dentro el miedo le sacudía las entrañas. Tomó un taxi y, mientras el paisaje de la ciudad se desplegaba ante sus ojos, se repitió la frase que había estado grabándose desde Canadá: —Alejandro sigue siendo mío. Siempre lo fue. El auto frenó frente a un edificio discreto en una calle elegante. Tocó el timbre y, al poco, Sabrina Oliva abrió la puerta. Sus ojos se abrieron

