Capítulo 2

2766 Words
2 Maddox Usando un trapo, limpié el semen que derramé y volví a guardar mi m*****o en mis pantalones. Tenía que encontrarla, porque ella no solo era mi mayor alegría, sino también mi peor debilidad. La marca solo se despertaría si estaba lo suficientemente cerca de ella; si estaba alertado por su proximidad. Estaba lo suficientemente cerca para soñar con ella. Estaba lo suficientemente cerca para que mi marca se calentara y latiese. Eso también quería decir que, si Nerón estaba lo suficientemente cerca de ella, siendo un hombre sin pareja de nuestra especie, sentiría su presencia y sabría que una mujer marcada sin reclamar estaba cerca. Él no soñaría con ella, su propia marca no cobraría vida y ni siquiera sufriría por ella como la mía, pues no era su verdadera compañera. Pero sabría que hay una descendiente de Everis aquí en la Tierra. Probablemente la querría para sí. Él la cazaría, y que las divinidades evitaran que la encuentre, pues sino terminaría… igual que mi hermana. Ahora sabía por qué nunca había encontrado a mi compañera en Everis y por qué nunca había sentido más que una simple estimulación al ver a una mujer. Mi marca jamás se había calentado; nunca ardió como lo hacía ahora. Pero mi misión era rastrear a Nerón, encontrarle y llevarle ante la justicia. Los Siete al mando querían que lo capturara y devolviese a prisión. Estaba más inclinado a acabar con él por lo que le había hecho a mi hermana gemela, Maddilline. Mi Maddie. Estaba más que dispuesto a terminar con su vida. Estaba ansioso por hacerlo. Pero el agudo escozor de mi marca exigía que tomase una nueva dirección. Tenía que encontrar a mi compañera marcada. No tenía elección. Mi cuerpo no me lo permitiría. Sería doloroso para mí permanecer separado de ella; mi deseo se volvería más intenso hasta hacerme enloquecer. La necesidad de su ser cubriría cada pensamiento. Cada momento me preguntaría dónde estaba, lo que hacía y si estaba segura. Me convertiría en un esclavo de mi m*****o; del semen que mi cuerpo exigía plantar en su vientre. Me obsesionaría con la necesidad de marcarla, protegerla, hacerla mía y reclamarla mientras nuestras palmas se tocaban, mientras nuestras verdaderas marcas nos conectaban como compañeros. Permanentemente. Ella sería mía. No, ella ya era mía; simplemente debía encontrarla. No podía demorar. Alzando la mano hasta la parte de atrás de mi oreja, activé el sistema de comunicaciones incrustado en mi cráneo: el osteocomunicador u OC. —Comandante. —Proceda. —Nuestro líder, Thorn, habló claramente; su profunda voz estaba fuera de lugar en mi mente en medio de la hierba alta que se mecía en la pradera y el pájaro ocasional que cantaba en el amanecer. Habíamos seguido un rastreador geográfico en la nave de Nerón hasta este planeta; a cuatro cazadores se les había asignado una presa distinta. Ya que el crimen de Nerón había sido contra mi familia, él era mío. Thorn cazaba para nuestra élite gobernante, los Siete, y su blanco era un asesino que había matado a uno de nuestros mayores generales militares en la Flota de la Coalición. Jace y su hermano, Flynn, eran mercenarios por completo; tan solo estaban interesados en la recompensa que traería el regresar a su hombre. Los hermanos eran feroces guerreros, salvajes y rebeldes mientras crecían en el misterioso continente Ryntor. No sabía mucho de ellos, pero entendía que eran miembros de bajo rango en su familia, con muchos hermanos mayores. Probablemente no heredarían gran riqueza ni tierras y decidieron hacerse su propio camino en el universo. Afirmaban estar tras la recompensa, pero sospechaba que los dos hermanos cazaban por diversión. En verdad no había forma de estar seguro, ya que la recompensa por cada una de las cabezas de nuestros objetivos era más que suficiente para asegurar que ninguno de nosotros tuviese que cazar de nuevo. El uso de la nave guardiana de gran alcance de la élite de los Siete era otra ventaja que nunca había esperado. La nave era más grande de lo necesario, pues había sido diseñada para una tripulación de hasta veinte personas. Los cuatro nos sentíamos como fantasmas en una nave desierta mientras hacíamos el viaje de seis días a través del laberinto de estaciones de transporte de naves hasta la Tierra. Ahora nuestra nave estaba a salvo, escondida en las montañas detrás de mí. El Aurora tenía escudos y armamento avanzado que aseguraría la seguridad de mi compañera, si tan solo pudiera sacarla de este primitivo planeta y regresar a la nave. —Habla Maddox. —Suspiré, sabiendo que Thorn no estaría contento con mis siguientes palabras—. Hay un problema. Hubo una pausa. Vi cómo el cielo se volvía gris en el este. La única estrella terrícola se levantaría pronto. —Explica. —Thorn no era alguien de muchas palabras, pues solo unas pocas podían cumplir con el trabajo. —Acabo de despertar de mi último sueño compartido. Mi marca se siente como si estuviera en llamas, Thorn. Mi compañera está aquí. Otra pausa. —¿Tu compañera está aquí? —Su sorpresa atravesó mi unidad tan claramente como si estuviera a mi lado—. ¿Estás seguro? —Sí. —Me imaginaba la suave sensación del espacio entre sus piernas, la apretada sensación de su húmedo centro alrededor de mi pene. Sí, había soñado con ella—. No puedo arriesgarme a que Nerón la encuentre. No puedo dejarla indefensa. Debo asegurarla en nuestra nave antes de poder terminar la cacería. Pero una vez que mi compañera estuviese a salvo, cazaría a Nerón de lleno. —No la he sentido —respondió. Él también debía encontrar a su compañera marcada. De hecho, ninguno de los que estábamos en la nave lo había hecho, pues no habríamos abandonado Everis por esta misión si así fuera. —Ella es mía —casi le gruñí a mi comandante, pero se rio por toda respuesta. Sus siguientes palabras calmaron algo oscuro y posesivo que había despertado dentro de mí, creciendo con fuerza cada segundo. —Debo estar fuera de su área de proximidad. —Bien. Quédese ahí. Él rio. —Calma, Maddox. No tengo deseos de codiciar a una mujer sin compañero, en especial si realmente es tuya. La idea de que un hombre grande con su fuerza guerrera y feroces facciones estuviese atraído por ella, solo porque era una mujer sin pareja y estaba cerca, hizo que apretara los puños. Muchas mujeres de Everis deseaban a Thorn y suplicaban acostarse en su cama. Normalmente no pensaba en él o en por qué las mujeres le deseaban. Él era alto, como yo, pero mi cabello era oscuro y mis ojos azules eran como un glaciar. Él era lo opuesto; su cabello era como el oro y sus ojos eran tan negros que parecían confundirse con la oscuridad del espacio. —Ella es mía —repetí, impulsado por la lujuria de estar con ella. —Obviamente —respondió con la cabeza fría—. Ya has perdido todo sentido común. No te preocupes. Tengo mi propia cacería para mantenerme ocupado. Nerón no es el único maldito que se ha escapado. Ve a buscar a tu compañera y repórtate cuando esté segura. El alivio me inundó. Si Thorn hubiese decidido llamar a Jace y a Flynn para que le ayudasen, habría estado al borde constantemente, listo para luchar por protegerla. Confiaba en mi habilidad para manejar a Nerón. Le conocía. Conocía su forma de hacer las cosas. A menos de que tuviera una gran emergencia, prefería mantener a mi compañera lejos de los demás hombres de Everis. Inclusive de Thorn. Si necesitaba su ayuda, no había duda de que vendrían de inmediato. Solo esperaba que no fuese necesario. —Bien. Quédese muy, muy lejos de ella a menos que yo lo llame —respondí. Era la única vez en que sería irrespetuoso con mi oficial superior. —Entendido. —Podía escuchar lo entretenido que estaba Thorn por su tono de voz, pero se volvió serio con las siguientes palabras—: Nerón no será tan comprensivo. Encuéntrala rápido, Mad. No tengo que decirte lo que ocurrirá si él la encuentra primero. Arrugué la nariz con ira. —No, no tiene que decirlo. —Si Nerón descubría que la terrícola realmente era mi compañera marcada, le haría daño para destruirme, así como intentó destruir a mi familia—. Él no sabe lo que es ella para mí. —Eso no importará. Es escoria. Le hará daño solo para oírla gritar. Encuéntrala y regrésala a la nave, donde podremos protegerla. —Lo haré. Saber que ella era mi compañera me ponía en desventaja, me abrumaba con deseo, impulsándome por la ansiedad s****l. Si Nerón estuviera consciente de su existencia, la buscaría con la mente despejada y una precisión calculadora. En el mejor de los casos, lo impulsaría la curiosidad. Y en el peor… No podía pensar en eso. Compartía sus sueños; su presencia orientaba mis sentidos de forma más exacta que el sistema de navegación de la nave más avanzada del universo. Ella estaría en mis brazos para el atardecer. No tenía idea de quién era, pero sabía lo suficiente. Conocía su sabor. Sabía que necesitaba sentirla debajo de mí, con mi pene en su sexo y mi semen llenándola, marcándola y uniéndola conmigo para siempre. Ella no estaría a salvo hasta que estuviese reclamada y a bordo de nuestra nave. Había olvidado a Thorn hasta que habló: —Se lo diré a Jace y a Flynn, pero nosotros no nos acercaremos a menos que nos llames. No hasta que estés emparejado, por lo menos. —Le mantendré informado, pero no creo tener que buscar a Nerón. Cuando sienta la presencia de mi compañera, vendrá por mí. Todos cazábamos a hombres que eran inteligentes e ingeniosos; hombres que habían diseñado una fuga de las inescapables minas de la luna de Everis. Ellos eran los primeros en trescientos años que escapaban de las minas de Incar, y los Siete al mando querían saber cómo lo habían logrado. Todos sospechamos que habían recibido ayuda desde dentro, de un traidor, pero debíamos atrapar a los prisioneros antes de que pudiéramos descubrir la verdad. Ese era el problema de Thorn, no el mío. Yo solo quería a mi compañera a salvo y a Nerón muerto; en ese orden. Y aparentemente, Thorn estaba de acuerdo. —Solo asegúrate de llegar a ella primero. Reclámala. Háganse pareja y mantenla a salvo. Asentí, aunque él no podía verme. —Eso pretendo. Maddox fuera. Terminé la llamada; vi cómo el cielo se volvía rosado y las estrellas de mi galaxia desaparecían con los colores del amanecer terrícola. El espectáculo era hermoso, y no completamente diferente del amanecer en Everis, aunque nuestro cielo tenía un matiz un tanto diferente, con un tono un poco más morado. Coloqué la silla de montar sobre el lomo de mi caballo robado y me tomé el tiempo de fijarla correctamente: una nueva tarea para mí. El caballo se hizo a un lado, molesto por mi torpeza. —Calma, caballo. Terminaré en unos minutos. —Le di unas palmaditas en el cuello al gran e inteligente animal hasta que se tranquilizó; terminé de asegurar la montura y rápidamente cargué el poco equipo que traía en las bolsas de la montura, ignorando el hecho de que mis manos estaban temblando. Tenía que encontrarla. El sueño volvería esta noche, cada noche, hasta que tocáramos nuestras marcas, hasta que nos emparejásemos. Pero ya no quería soñar, la quería a ella. Poniendo un pie en el estribo y montándome sobre el animal, le di la vuelta en dirección a mi compañera y pateé al caballo para galopar mientras una palabra se reproducía una y otra vez como un cántico en mi mente. Mía. Cassie —El señor Bernot está pidiendo más café —me dijo el señor Anderson, usando un trapo para levantar la cafetera de la estufa. —Apuesto a que sí —murmuré para mí misma. Era hora de cenar y los huéspedes estaban terminando su pollo al horno y judías verdes que había recogido del huerto. Estaba batiendo la crema para el postre de esta noche: tarta de arándanos. Me limpié la frente con la mano libre; el calor del horno y la estufa calentaban la cocina, incluso con la puerta trasera entreabierta. Sonó el timbre de la puerta principal. Él suspiró y volvió a poner la cafetera en la estufa. —Hasta aquí llegó mi ayuda. Le ofrecí una pequeña sonrisa; pero cuando salió de la sala para abrir la puerta, mi falso regocijo se desvaneció. El señor Bernot era un problema y tenía el hábito de poner una mano indeseada en mis posaderas cuando le servía en la mesa. Ninguno de los otros invitados se daba cuenta porque él era muy astuto. Era eso, o a los otros viajeros simplemente no les importaba. Cuando le arrugaba la cara al señor Bernot, él solo sonreía. Era bastante atractivo, con ese cabello marrón y el bigote, pero la mirada que me dirigía me ponía la piel de gallina. Hasta que se fuera, planeaba pasar más tiempo en la cocina de lo normal… y dormir con la puerta de la habitación cerrada. Incluso al dormir en el ático tenía que ser cuidadosa. Pero tenía que ir a ofrecerle al hombre algo de café o el señor Anderson pensaría que era descuidada. Bajando la batidora y el plato, me limpié las manos en una tela y devolví la cafetera. Había dos huéspedes por ahora: el señor Bernot y un hombre mayor, un viudo reciente que planeaba quedarse con su hermana durante el invierno. Yo había enviudado a los veintiuno, y aunque extrañaba la compañía, mi vida no era muy diferente ahora que cuando mi esposo Charles vivía. Pero nuestro invitado había vivido más de cuarenta años con su esposa antes de que falleciera, y parecía triste y realmente perdido sin ella. Abriéndome paso hacia la mesa del comedor, llené la taza del anciano primero, ya que era amable. Y aunque deseaba poder inclinarme por la mesa para llenar la taza del señor Bernot, él la sostenía en un ángulo en el que tendría que rodear la mesa para servirle. Bastardo. Obligándome a esbozar una sonrisa que estaba segura de que no llegó a mis ojos, bordeé la mesa y le serví la bebida. Claro que me puso la mano encima. Me puse rígida y retrocedí, pero él presionaba la mano contra mi trasero, evitando mi huida. El anciano no lo notaba, estaba demasiado concentrado echándole azúcar a su taza humeante. —Señor Bernot… —bufé, lista para decirle al hombre que se fuera al infierno, pero el señor Anderson entró a la sala y me mordí la lengua por respeto, queriendo evitar una escena frente a un huésped potencial, pues el señor Anderson no estaba solo. —Y puede ver que comemos juntos. El desayuno es a las siete, el almuerzo al mediodía y la cena a las cinco. El señor Bernot se aprovechó de mi situación: mientras el señor Anderson estaba llevando a un apuesto caballero al comedor, me pellizcó el trasero. Le habría dado una bofetada en el rostro, pero la marca de nacimiento en mi mano, la cual solo había palpitado y producido un ligero escozor anteriormente, ardía con suficiente calor para sentirse como si tuviese la mano sobre la llama de una vela. El dolor duró por varios segundos antes de desvanecerse rápidamente, pero no pude contener un jadeo de sorpresa ante el dolor agudo. El señor Bernot elevó la comisura de los labios y reconocí esa mirada en sus ojos. Había interpretado el sonido como una aprobación de sus acciones, lo cual era totalmente incorrecto. —Huele delicioso. Lamento llegar tarde a la comida de esta tarde. Alcé la cabeza; estaba segura de que había oído esa voz profunda antes. Ignoré al señor Bernot para inspeccionar al hombre que estaba junto al señor Anderson, en la entrada del comedor. Al lado de la estatura pequeña y figura redonda de mi jefe, el recién llegado parecía un gigante. Sostenía el sombrero en la mano, pero su cabeza estaba cerca de la parte superior de la puerta. Era corpulento, con hombros grandes y un pecho ancho; sin embargo, no tenía grasa. Solo músculo fuerte y esbelto. Por todas partes. Noté su cabello oscuro, despeinado por su sombrero, sin embargo, las puntas mantenían cierta ondulación que ansiaba acariciar con los dedos. Su mentón era cuadrado y estaba cubierto por una corta barba. Tenía la absurda necesidad de frotar mis labios en su barbilla para sentir la textura. Y eran sus ojos, notablemente azules, los que llamaban mi atención y me atraían, en especial porque estaban profundamente enfocados en mí. No en mí específicamente, sino en la mano del señor Bernot en mi trasero. Mis mejillas se encendieron y me aparté del señor Bernot. Girando sobre mis talones, me apresuré a ir la cocina y volví a poner la cafetera en la estufa. Parada ahí, froté el pulgar sobre la marca, la cual ya no ardía, sino que latía al mismo ritmo frenético que mi corazón. Ese hombre. Era él. El hombre de mis sueños.
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