Iba caminando por la vida, con un libro en la mano, escuchando una canción de mi nuevo descubrimiento: La música country. Cuando de repente me choco con alguien.
Sí, a pesar de que todos creen que nunca lo hice, es algo normal en mí día a día. Chocarme con alguien, pedir disculpas y seguir leyendo.
Pero esta vez fue diferente. Esta vez, fue un conocido con quien choqué, y mi punto débil fue revelado.
-Carycole, me extraña de ti. Tu reputación te precede y esto no es lo que tu leyenda cuenta- Así es, Francisco, Alexander, Alex, cualquier nombre que quieran utilizar le viene bien.
Que Francisco también se llama su sobrino y al nene no le gusta, Que Alex es muy apodo más que nombre y se le hace raro, Ahora, Alexander es demasiado largo.
En fin, al chico sólo le gusta molestar. Y es cierto que viéndolo está en todo su derecho. Con su metro noventa, y el color de sus ojos se le perdona cualquier cosa. No es que yo fuera a perdonarlo, claro.
Yo soy una especie a parte.
Necesito ser diferente al resto. Porque siento que en el momento en que ceda un poco, perderá el interés. Y mínimo quiero que me recuerde un poco más de tiempo. Aunque siempre me vea como la niña de diecisiete que era cuando lo conocí, ya estoy por cumplir veintiuno y aun así, me trata como si fuera adolescente.
Pero que no crea que no lo noté.
Puedo andar siempre con los auriculares y un libro, pero aun así puedo sentir su mirada siguiéndome. O su forma de ser tan “cariñosa” conmigo.
Hace unos años cuando me di cuenta de que me gustaba, sentía que la diferencia de edad era abismal. Y encima mi hermana mayor Liz tenía un serio crush con él.
Él tenía veinte años o algo así, yo recién cumplía diecisiete. Le gustaba mi mejor amiga por Dios. Sentí que nunca habría una oportunidad para mí.
Pero ahora, casi cuatro años después, entre veintiuno y veinticinco siento que podría tener una oportunidad. Con Liz que continuó con su vida, no veía el problema.
-Hacía mucho tiempo que no te veía, ¿cierto? Harán… ¿cuarenta y ocho horas? La paz y el silencio me abandonaron y ahora tengo que soportar tus chistes pasados de moda. Otra vez.- Le dije sacando los auriculares de mis orejas. Y sonriéndole como siempre hago.
Un poco masoquista me salió el chico. Burlarse de él es parte de mi rutina diaria. Y si no voy a burlarme de él, es él quien viene a buscarme para que lo haga.
Guardé mi libro en la mochila y seguimos caminando por la avenida.
El sonido se disipa cuando habla. Es como si todo mi mundo se apagara para permitirme grabar su voz en mi memoria.
-Lo siento, señora…-
Empezó su discurso sin límite.
Yo no sé si lo hace a propósito porque sabe que molesta, o si lo hace a propósito porque sabe que me encanta.
Hace unos pocos meses empezamos a trabajar juntos.
Después de terminar la facultad, decidió abrir una especie de ciber café, pero en lugar de computadoras hay libros. Libros, espacios para sentarse a tomar un café mientras lees, alfombras en el piso donde puedes sentarte a leer, sillones de masaje. Algo que vió en uno de sus viajes al extranjero, y la verdad, me pareció una idea genial, acá no había visto nunca uno de esos.
Así que él se encarga de manejar todo y ser el dueño, y yo me centro en ampliar la colección de libros.
Novelas, enciclopedias, mangas, audiolibros. Lo que quieran leer, en la “Booktique” lo encuentran.
Avanzamos por la calle en silencio, son esos momentos acogedores en donde no importa si nadie habla.
Ambos sabemos que es cómodo.
Alex pone un brazo en mi hombro y caminamos así por mucho tiempo.
Desde que tengo diecisiete, el brazo de Alex cuelga de mi hombro y del de mi hermana a donde sea que vayamos.
Hace unos años, su brazo sólo toca mi hombro.
Todavía no sé qué pasó ahí, pero fue alrededor de la época en que mi hermana abandonó el amor no correspondido que sentía por él, y comenzó a salir con alguien más, en que sus muestras de afecto hacia ella se redujeron un 100%.
Ahora sólo parecen amigos. De lo más normal.
Llegamos a nuestro destino.
Levantamos persianas, y empiezan a llegar los chicos de atención al cliente y limpieza.
El día arranca como cualquier otro.
Tomamos un café en la sala de personal, reviso estanterías. Leo las sugerencias de qué libros desearían encontrar nuestros clientes, y esperamos a que la gente empiece a entrar al local.
Es un día atareado como todos los días desde que La Booktique existe.
Estoy parada detrás del mostrador, cuando siento el rostro de Alex apoyado en mi hombro.
-Puedo saber, ¿qué estás haciendo?- le digo sin voltear a mirarlo.
Sigo ocupada anotando en mi Tablet los libros que debería intentar conseguir, y trato de mantener mi compostura para que no se note lo nerviosa que me pongo cuando hace este tipo de cosas.
-Sólo superviso a mi empleada- dice sin moverse. Puedo sentir el movimiento de su mandíbula mientras habla contra mi cuello y su aliento en mi oído.
-¿Es necesario que me “supervises” de esta forma?- contesto aún sin mirarlo.
-Soy el dueño, superviso como quiero- continúa sin moverse y la sonrisa amenaza con asomarse en mi rostro.
-¿qué estás haciendo?- pregunta cuando nota que estoy llamando a Ana, su mamá.
-Nada, estoy a punto de reportar un caso de acoso s****l laboral a la principal inversora- le digo llamándola.
En un segundo se aleja de mi hombro y se apoya en el mostrador, con sus codos hacia atrás.
Podría sacarle una foto, y lanzarlo como modelo de Abercrombie si quisiera.
Y es que Alex tiene incluso una personalidad de ensueño.
La primera vez que lo vi, cuando tenía diecisiete y él estaba en la universidad, podría jurar que alteró todas mis hormonas de adolescente caliente con una sonrisa.
Recuerdo que estaba en casa de Julia.
Ella tenía una cita con Aaron, y yo iba a quedarme cuidando de Francisco y Luce, cuando sentí un golpe en la puerta.
Era Alex.
-Soy el hermano de Aaron, un gusto.- dijo extendiendo la mano y sonriéndome con la más perfecta sonrisa Colgate.
Me quedé estática mirándolo. Con sus cascos en el cuello y una chaqueta con capucha. Se retiró la tela que cubría su cabello y se pasó una mano despeinando el hermoso cabello castaño casi rubio, que está más despeinado que mi nudo en el pelo.
Y ahí recuerdo lo que tenía puesto.
Un jean que tiene tantas roturas que podría simplemente decir que es un short, y una remera con un cuello tan amplio que deja mis hombros al descubierto.
Era una remera de papá a la que le corté el cuello y la corté hasta que quedara corta. ¿No podría haber elegido otro día para andar así de desalineada?
-un gusto, Carolyn, la niñera.- le digo manteniendo la compostura. – como podrás entender, no puedo dejarte pasar hasta que Julia salga. No te conozco y podrías ser cualquiera. Si no es mucho pedir, ¿podrías esperar que la llame?- le digo señalando el pasillo. En plan, párate ahí y espérame.
-claro, me dijeron que no eras fácil- dice sonriendo.
Estoy a punto de cerrarle la puerta en la cara cuando Julia aparece con un elegante vestido dorado hasta el piso.
-Alex, ¿qué haces aquí?- exclama.
Y esa es mi señal.
Dejo la puerta abierta esperando que pase, y me pone una mano en la cabeza en plan “cariño a niño de tres años”.
-tu niñera es confiable. No me conocía, así que no me dejaba entrar- dice avanzando y dándole un gran abrazo a Julia.
Ella sonríe mientras le palmea la espalda como si fuera un niño pequeño, y me sorprende ver a ese hombre, comportándose como un malcriado.
La toma de los hombros y la aparta para mirarla y le silba.
-Hermosa como siempre, si te hubiera conocido dos horas antes serías mía ahora- le dice riéndose, a lo que Julia responde con una risa y asestándole un puñetazo al pecho.
-ahora no sólo mi corazón duele, sino también mi pecho- Dice Alex poniendo una mano en su corazón y fingiendo que se dobla del dolor.
-No me dijiste qué haces aquí- le reclama Julia.
Así medio doblado, saca un sobre del bolsillo y se lo entrega sin enderezarse.
-Hago de mensajero para mi hermano roba novias- dice y comienza a reír a carcajadas- Si te gustan este tipo de cursilerías gracias a Dios que él te conoció primero porque mí me dan un poco de repelús- dice enderezando su espalda.
Golpean a la puerta, y abro dejando ver a un muy elegante Aaron de traje. Francisco entra corriendo a abrazar a Julia, y es cuando lo veo.
El rostro de Alex, observando a Julia avanzar hacia Aaron. Puedo decir que a pesar de que sonríe, no está feliz.
Quizás en realidad sí se había enamorado de ella, pero perdió la pelea antes de poder intentar algo.
-Bueno, ya cumplí mi parte, y ahora me retiro- dice caminando hacia la puerta.
Está a punto de salir cuando no sé qué demonio me poseyó para decir algo como esto.
-Vamos a comer palomitas y ver Vecinos invasores, si se te antoja- lo miro a los ojos intentando mostrarme amable y sonriéndole lo más tranquilizadoramente que puedo.
-Claro, suena a un plan para mí, palomitas de caramelo, por favor- dice dándose la vuelta y tirándose en el sofá.
Julia se despide y se marcha de la mano de Aaron. Francisco se va a la habitación a jugar con Luce, y nosotros nos quedamos en la sala.
Comemos palomitas con los niños, jugamos a brujas y dragones.
Y cuando los niños se duermen, el silencio reina.
-creo que debería irme- anuncia, tomando sus cosas.
-claro, deberíamos repetir lo de hoy, cuidarlos sola a veces es demasiado- le digo caminando con él hacia la puerta.
-Nos vemos pronto cariño- se despide despeinando mi cabello, y cierro la puerta detrás de él.
Me quedo de pie sin saber qué hacer.
¿Será este mi primer enamoramiento con alguien que no sea un personaje ficticio?
-¿vas a denunciarme por acoso s****l cariño? Después de todo lo que vivimos juntos…- me sigue sonriendo con esa sonrisa que dice “sé que te gusto”.
Y sí lo sabe.
-sí cariño, te voy a denunciar con tu mamá, a ver si te corrige- le digo sonriendo y dejando el celular.
Toma mi mano y me arrastra a donde él está.
Cuando me doy cuenta, él está apoyado en el mostrador, conmigo parada entre sus piernas y apoyada en su cuerpo. Sus manos en mi cintura. Cualquiera que viera esto pensaría que somos un ítem.
Pero no lo somos.
-No hace falta que lo niegues cariño, ambos sabemos que te gusta- me sonríe y yo sólo volteo mi rostro y me enderezo escapando de su agarre.
Se endereza y cruza los brazos. Esperando mi respuesta.
-Ambos sabemos que es a ti a quien le gusta, Alex- digo y sigo con lo mío.
Esto es algo de todos los días.
No sé si son sólo muestras de afecto porque es su forma de ser, o si debería intentar leer entre líneas.
Según lo que aprendí en mi adolescencia de tantos libros de romance juvenil, este es el momento en el que él debería declararme su amor y besarme o decir algo como “siempre te he amado, sólo que no sabía si sería correspondido” y ser felices para siempre.
Pero esto es la vida real, y así no funciona.
Lo único que sé, es que cada vez me cuesta más mantenerme firme y estoy comenzando a creer que suena como una buena idea aprovecharme de la situación.