—Oye… —susurró, su voz apenas audaz entre la tensión acumulada. Me sobresalté. Suena tan fuera de lugar que no sé si se dirige a mí o si, tal vez, está intentando recuperar algún tipo de conexión que nunca logramos establecer. —¿Qu—? ¡AH! ¡Claro!... ehh. ¿Gracias? Supongo —musitó de forma automática, incapaz de traducir lo que sentía en ese instante. Lo que acababa de hacer, su repentina cooperación, me descolocaba por completo. Su actitud es errática. Es como un animal salvaje obligado a entrar a una casa: desconfía de cada pared, de cada sombra. Aunque parece que pensó mucho en entrar antes de hacerlo. Camina con la cabeza gacha, los hombros caídos, y su expresión… no es la del mismo Alastor altanero de antes. En lugar de arrogancia, hay una niebla de confusión flotando en sus faccion

