Nos quedamos cara a cara. Alastor y yo. En situaciones como esta, mi reacción automática suele ser lanzar un comentario mordaz, una broma, algo que alivie la tensión y me devuelva el control, aunque sea por un instante ilusorio. Casi siempre funciona. Una frase sarcástica, una risita nerviosa, y el ambiente se distiende lo suficiente para que pueda respirar sin sentir que me ahogo. Pero esta vez... no. Esta vez él no parece estar de humor para chistes, ni para sarcasmos, ni para mis acostumbradas evasivas disfrazadas de humor. Y, sinceramente, yo tampoco. Los segundos se alargan como una cuerda tensa a punto de romperse. Estamos los dos inmóviles, como estatuas enfrentadas, estudiándonos mutuamente con una intensidad que me hace doler la garganta aunque no he dicho palabra. Su mirada, fi

