Parpadeo varias veces, tratando de ordenar mis pensamientos, intentando comprender qué acaba de sucederme. Mi respiración está agitada, mi pecho sube y baja con un ritmo irregular, como si mi cuerpo se negara a cooperar con la calma que intento imponerle. Aprieto los ojos con fuerza, en un intento de encontrar estabilidad en medio del torbellino que se agita dentro de mí. Inhalo profundamente, llenando mis pulmones hasta el límite, y contengo el aire, dejando que la presión en mi pecho me obligue a centrarme. Cuando por fin lo suelto, abro los ojos y dejo que la normalidad regrese poco a poco. El silencio es absoluto. Solo el leve zumbido de la electricidad en los cables parece recordarme que el mundo sigue existiendo a mi alrededor. Todo ha terminado. Ya he llegado a la planta alta de la

