Mientras mis ojos recorren la habitación, mi atención se desvía hacia un detalle inesperado. En la lejanía, disipadas entre la penumbra, distingo unas velas marrones. ¿Las habrá usado aquella vez? Intento hacer memoria, pero mi mente se encuentra atrapada entre imágenes fragmentadas y sensaciones difusas. Ni siquiera recuerdo haberlas visto antes, mucho menos haber percibido su aroma. Algo en su presencia me inquieta, como si fueran piezas de un rompecabezas que aún no encaja del todo. La incertidumbre me empuja a acercarme. Con pasos cuidadosos, me dirijo hacia la cómoda de noche donde las velas yacen como meros adornos abandonados. Al tomarlas entre mis manos, las examino con la delicadeza de quien sostiene un objeto que contiene respuestas. Son suaves al tacto, la cera firme pero con r

