Recordando mi propósito, mi rumbo al norte, ese rumbo que parece más una brújula del alma que una dirección concreta, comienzo a buscar con la mirada mi mochila: esa que contiene todo lo que creí necesitar, todo lo que mamá me metió con manos temblorosas pensando que el viaje sería físico, no una g****a abierta en la realidad como ha terminado resultado... Y lo que aún falta.
Escudriño el paisaje entre el humo y las figuras humanas que se mueven de un lado a otro como espectros sin mapa. Y entonces la veo. O más bien, veo a alguien sosteniéndola. Uno de los hombres que estaba cerca, quizá uno de los tres que me atendieron. Él me observa y, al notar mi atención fija en su espalda, se lleva la mano a la mochila que lleva colgada. La alza levemente, con gesto interrogante. Es como si me quis
