El ambiente se ha vuelto espeso, casi tangible, como si el aire mismo hubiese decidido quedarse en silencio a la espera de una decisión crucial. No hay viento, ni el crujir usual de la madera bajo nuestros pies. Solo el sonido entrecortado de nuestras respiraciones, sincronizadas por el peso del momento. Todo parece suspendido entre lo que fuimos y lo que estamos a punto de enfrentar.
Fátima revisa el contenido del bolso con una meticulosidad casi ceremonial. Sus manos tiemblan apenas —no de inseguridad, sino por la conciencia del poder que ese acto encierra. Sé que está verificando más que objetos: está revisando memorias, intenciones, fragmentos de promesas. Y mientras lo hace, yo me pierdo en el brazalete.
Hay algo hipnótico en él, algo que me hace olvidar por un momento el terror lat
