El alivio llega de manera progresiva, como el vaivén de una marea que retrocede suavemente. Lo que me dijo logra aquietar mi angustia, tanto que mi llanto disminuye poco a poco hasta extinguirse por completo. Con un suspiro largo, me llevo ambas manos al rostro, sintiendo la calidez húmeda de las lágrimas que aún resbalan por mis mejillas. Las seco con movimientos lentos, como si con cada roce pudiera borrar los vestigios de mi turbación. Finalmente, deslizo los dedos por mi nariz y respiro hondo antes de sonarla, intentando despejar la sensación de opresión que persiste en mi pecho.
Mis ojos recorren el cuarto en un intento de hallar algo familiar, algo que me arraigue a la realidad ahora que la tormenta interna comienza a disiparse. Aún estoy sentada en la punta de mi cama, sintiendo la
