El temblor en mi cuerpo es evidente. Mis manos frías, mis piernas débiles, mi respiración errática. No es solo por los nervios, aunque estos son un huésped inevitable en mi piel. No, lo que realmente me hiela el alma no es la risa estridente de Alastor, tan disonante, tan afilada, capaz de erizar los pelos de cualquiera. Es el miedo a que Fátima escuche. A que suba corriendo y me encuentre aquí, con este hombre, con su presencia imposible de explicar. Se presta para tantas malas interpretaciones... para problemas que no sé cómo esquivar. Me inclino hacia él, susurrando entre dientes, implorando. "Cálmate, por favor. Vas a meterme en problemas." El sonido de la risa mengua poco a poco, pero no se extingue por completo. Me observa con sus ojos brillantes y desquiciados, y entonces, como si

