Decido seguir corriendo, pero algo ha cambiado. No es el impulso ciego de antes, sino una marcha tensa y atenta, como si el aire mismo me estuviera contando secretos en voz baja. Mis sentidos están despiertos, tan agudos que el más leve crujido parece un trueno. Las luces de los edificios parpadean, intermitentes, como si lucharan contra una oscuridad que ya no es solo ausencia de luz, sino una entidad devoradora.
Una neblina espesa comienza a deslizarse por las calles, reptando por el pavimento como una lengua viva. De pronto, la figura aparece. Apenas visible al principio, solo una sombra más entre las tantas que deforman el mundo, pero hay algo en su movimiento que la distingue. No camina, flota. Explora el terreno con paso tranquilo, casi ritual. Me detengo, conteniendo el aliento, el
