De repente, un crujido quebró el silencio como una g****a que se abre en el tiempo. Me detuve en seco, los músculos tensos, como un animal al borde del espasmo. Giré lentamente la cabeza, temiendo lo que pudiera encontrar. La oscuridad, densa y palpitante, parecía haberse espesado. Ya no era solo ausencia de luz: era presencia activa. Una sombra se perfiló entre la penumbra, emergiendo como una silueta arrancada de una pesadilla. Era Alastor. Su figura parecía flotar, no caminar. Su sonrisa torcida -más trazo que gesto, más amenaza que expresión- brillaba con la plata rota de la luna. Los ojos, dos carbones encendidos, no necesitaban hablar para helarme la sangre, pero aún así lo hizo. -¿A dónde crees que vas? -su voz no fue un sonido común. Era un eco húmedo, como si brotara desde los m

