El aire se volvió espeso, casi sólido. A cada respiro me costaba más llenar los pulmones. No sabía si era por el humo o por el terror asfixiante que empezaba a devorarme por dentro. El nombre… Dakota, susurrado desde el corazón mismo de la oscuridad, se quedó flotando en el ambiente como un presagio. —Dakota... —repitió la voz, esta vez más cerca, más clara… como si ya estuviese dentro de mi mente. Esa voz no era humana. Tampoco monstruosa. Era algo intermedio. Había en ella una belleza cautivadora, como una melodía que hipnotiza justo antes de arrastrarte a lo profundo. Lo reconocí al instante: ese tono tiene un propósito. No llama, arrastra. No pronuncia, posee. Mis ojos se abrieron con un nuevo pánico. Y lo vi: la figura frente a mí ya había dejado de ser sombra líquida. Ahora era co

