Johann, con un movimiento preciso, levanta la pierna y empuja la manija de la puerta con la punta de su zapato. La madera cruje con un sonido áspero, como si protestara por ser abierta después de tanto tiempo sin uso. La cerradura cede con una lentitud casi tensa, dejando al descubierto el interior de la casa, donde el aire es denso, atrapado en la inercia del abandono. Exhala un suspiro profundo, como si intentara vaciar los pensamientos que pesan en su mente antes de que crucemos el umbral. Luego, con un leve gesto, me indica que pase primero. Sus ojos recorren el marco de la entrada, observando el desnivel que dificultará meter la carretilla. Sin perder más tiempo, cruzo con cautela. A mitad de camino, me inclino y tomo el otro extremo de la carreta roja oxidada, sintiendo de inmedi

