que cualquier objeto podría soportar. Me acomodo lentamente sobre el suelo frío y áspero, mientras mis ojos se elevan hacia las nubes que flotan apacibles sobre nosotros. Mi imaginación, quizás desesperada por encontrar un refugio, comienza a crear imágenes: escaleras esponjosas que conectan el cielo con la tierra, como si a través de ellas mi padre pudiera descender desde lo alto para hablar conmigo. El pensamiento es reconfortante, pero solo por un instante. La realidad golpea, dura y contundente, y vuelve a recordarme que no hay escaleras mágicas ni conexiones místicas que puedan traerlo de vuelta. Johann, que hasta ahora ha estado en silencio, finalmente deja escapar un suspiro pesado. Se inclina hacia adelante, como si la carga que lleva en su pecho lo arrastrara hacia el suelo. Su v

