Salgo de mi habitación dando pasos torpes, casi titubeantes. Me asomo como si el suelo pudiera explotar con mi peso. Saco el primer pie: nada. Luego el segundo: aún nada. Ni una señal, ni un susurro, ni una sombra sospechosa deslizándose entre las paredes. Solo el silencio expectante que flota por el pasillo, como si la casa entera contuviera la respiración.
Suspiro con alivio. Un instante de falsa calma me envuelve mientras avanzo unos pasos, dejando atrás el umbral de mi habitación como si cruzara una línea invisible entre lo soportable y lo desconocido.
¡ZASS!
La puerta se azota detrás de mí con una violencia repentina que sacude los marcos. El estruendo rebota por las paredes como una carcajada muda que no necesita origen.
Brinqué.
Lo admito sin pudor: di un salto digno de un gato
