-¿Y si no hay salida? ¿Y si estamos atrapados aquí para siempre? -susurré, con la voz ahogada entre dientes, como si al pronunciar esas palabras pudiera invocar esa posibilidad y convertirla en condena.
El miedo me envolvía como una membrana espesa que no dejaba entrar el aire. La pregunta flotaba en mi mente como un cuervo hambriento dando vueltas sobre un cuerpo que aún respira. Pero no podía dejar que el pánico ganara. Cerré los ojos por un segundo y sentí la imagen de Fátima. Mi hermano. Sus rostros emergieron desde algún rincón interno que aún no se había quebrado, y me anclaron.
"No puedo pensar así", me dije. "Debo luchar por mi supervivencia. Si ellos están en peligro... si hay siquiera una mínima posibilidad de que los esté perdiendo mientras estoy atrapada aquí, tengo que hacer
